Capítulo 20

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"Vivir es transitar la oscuridad con ojos que se cierran o se abren lo oscuro por las dudas nos abraza y se convierte en nuestro nuevo hogar"

Mario Benedetti

Hadrian esperó sentado en una silla en el corredor del tercer piso de la casa Lennox, durante lo que le parecieron horas. El guardia le permitió el paso; tal vez porque Hadrien era un Alfa de Élite. O puede que la mano de Konrad hubiera intervenido.

Pensaba quedarse en ese asiento hasta que Evan lo recibiera. Muchas gente entró y salió. Muy pocos le hacían un gesto de saludo. La mayoría pasaba como si no existiera. Y algunos lo miraban mal.

Eran cerca de las diez de la noche cuando Evan salió de su despacho. Le seguían sus ejecutores. Lo miraron como si fuera una cosa, excepto Evan, que se veía molesto al detenerse y preguntar:

—¿Qué deseas?

—Hablar contigo.

—¿De qué se trata?

Hadrien suspiró. No obtendría nada de Evan. De todos modos, era importante hacerse escuchar y tratar de llegar a un acuerdo.

—¿Puede ser algo más privado que en el corredor?

Evan observó a sus Alfas; John lo miraba con desaprobación. Bruno con indiferencia. Konrad parecía querer sacudirlo. Al final Evan señaló con un gesto a su despacho.

—Pasa, volveré pronto.

Los cinco hombres bajaron a paso veloz sin mirar otra vez a Hadrien. Esos hombres que fueron un día sus hermanos y que, en ese momento, se sentían lejanos.

Hadrien esperó en la terraza del despacio principal con los antebrazos apoyados en la superficie de roca del balcón. Contemplaba las rocas y el mar, golpeando con toda fuerza.
Era una noche clara; los primeros pescadores comenzaban a salir del puerto después de pasar un rato preparando sus redes. Sus barcas estaban iluminadas por redondas farolas y los techos de sus embarcaciones eran de color rojo, casi todas iguales. Tres o cuatro hombres en cada una, la llevaban mar adentro. Regresarían antes del amanecer y sus esposas o sus hijas llevarían el pescado al mercado. O ellos directamente lo venderían a comerciantes y a cocineros que se acercaban al puerto muy temprano, para escoger las mejores piezas.

¿Podía haber tenido una vida más simple? Él, que fue educado para gobernar, decidido a ser libre. Y "libre" implicó soledad y carencia.

En sus años de exilio trabajó también como pescador, lo mismo que esos hombres en las barcas. ¿Ellos eran felices? Él no lo fue. Tampoco cuando fue leñador o cuando aprendió a conducir grandes camiones y algo de motores; incluso se le daba bien sacar ebrios de los bares.

Evan jamás creería las cosas que hizo para poder comer. Cuánto trabajo para hacer su casa, abandonada quien sabe por cuánto tiempo.
Lo mucho que tuvo que apretar se el cinturón para comprar su camioneta.

—¿Quieres una cerveza?

Evan estaba de pie en medio de su despacho, sosteniendo dos botellas de marca extranjera en cada mano. Lo miraba muy serio. Pero ya no era una seriedad enfadada. Levantó la mano derecha; eran cervezas de importación. Un producto de lujo que Hadrien no solía beber casi nunca.

Asintió y avanzó, dejando atrás la vista de los pescadores y sus reflexiones, tomó la botella, chocaron el cristal y bebieron.

Evan dejó las otras dos encima del escritorio y tomó asiento en una silla del escritorio, no la que correspondía al señor de toda esa tierra, sino la del otro lado y que tenía una compañera que señaló para Hadrien. Ese simple gesto pautó el tono que tendría la charla.

Lobo Perdido Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora