“No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro.”
Jean–Paul Sartre
El día transcurrió tenso; una jornada calurosa y molesta que Evan pasó en solitario tras la puerta cerrada de su despacho.
En cambio, mantuvo las ventanas abiertas para que la brisa paliara un poco el agobio del medio día y de las horas siguientes.
Abajo en el patio, el bullicio era menor que de costumbre; la manada solía postergar asuntos no urgentes y pasaba más tiempo bajo techo. Solo los más jovenes corrían por el margen del río o por la playa llena de bañistas.
Hasta la terraza de Evan subían los gritos y las risas de diversión.
De usual, pequeñas cosas como esas aligeraban la carga de su destino. Le daba sentido a su labor, la que abrazó tanto tiempo atrás con toda devoción.
No se arrepentía. En lo absoluto.
¿Qué sería de su vida, de no haberla entregado al servicio de su manada?
Pero a veces, algunas veces, suponía una responsabilidad difícil de llevar a cuestas, como una losa pesando sobre sus hombros y empujando hacia el suelo su ánimo. Ni siquiera la cabeza podia levantar.
No importaba cuantas veces se llevara la mano a la nuca, nada aliviría la tensión. Era culpa, haciendo nudos apretados en su cuello. La cabeza le dolía.
"Es por el calor", se dijo.Al calor de la ira y tocado en el orgullo, imponer un castigo a Paúl era lo correcto. A las pocas horas, le parecia desmedido.
Para fortuna de todos, Henry le brindó la más honorable salida; pudo disciplinar al Omega y ser compasivo a la vez.
Paúl fue llevado a su habitación y ahí permaneció desde la mañana. Se negó a comer en todo el día; rechazó con insultos los intentos de Henry de alimentarlo, se le escuchaba deambular de un lado a otro. Y en un par de ocasiones atacó a patadas la puerta.
Después de pelear contra su castigo el dia entero guardó silencio, apenas unas horas antes.
Evan no quería saber cómo era Paúl antes de las limitaciones que su avanzada gravidez le imponía.
El Omega, lleno de su entereza, arrasaría con todo Lennander si quisiera.
Henry estaba por ahí, cuidando de Bruno y vigilando que Paúl permaneciera en su habitación. Los demás ejecutores no volvieron en todo el día, ni se comunicaron.
Era casi media noche y Evan estaba a punto de abandonar su despacho para ir dormir un poco, cuando sonó el teléfono de su oficina con un repiqueteo estridente. Lo odiaba. Era un modelo antiguo que nadie se molestó en cambiar desde tiempos de su padre.
Por fortuna, casi nunca lo escuchaba, ya que la mayoría de las manadas estaban más o menos incorporadas a la modernidad; tenían torres de telefonía celular, algunas. Las menos actualizadas se comunicaban por carta, a través de mensajeros, más por tradición que por practicidad y para estrechar lazos, tener una visión cercana de los otros.
En Lennander, la gente era más cercana que en las ciudades humanas. Preferían salir de su casa, recorrer las pocas calles que los separaba del sitio de su interés y arreglar cualquier cosa en persona.
Soportó dos timbrazos más en lo que regresaba a su escritorio, levantó la bocina con ese mal humor macerado todo el día. Su tono era todo, menos amistoso.
—Evan Lennox.
—Arnulf Hunding.
—Alfa, buenas noches. Es inusual llamar a esta hora. ¿Todo bien?
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Lobo Perdido Libro I
WerewolfHadrien Stengel fue, alguna vez, el candidato más prometedor para tomar el puesto del Alfa Mayor de la próspera Manada Lennox. En cambio ahora es solo un hombre sin esperanzas. Su vida transcurre, sometido a una soledad cruel, ajena a su naturaleza...