Capítulo 22

3.3K 455 70
                                    

Hadrien pasó una mañana  revisando objetos olvidados en las habitaciones de su madre y de su hermano. No quedaba gran cosa, su padre y el tiempo desperdigaron sus recuerdos.

Durante años evitó pensar demasiado en su infancia y de repente se encontraba en una casa que tenía todo para regresarlo al pasado con fuerza, una y otra vez. Pasó mucho tiempo perdido en sus recuerdos, sosteniendo en las manos el retrato al óleo de su hermosa madre.

Recordaba fragmentos borrosos; él, sentado en la cama de ella, observando como empacaba la noche anterior a su ceremonia de disolución de vínculos.

Era todavía un niño pequeño. No tenía más de cuatro años. Tal vez menos. Aún no comprendía la magnitud de los eventos del día siguiente, solo recordaba el malestar interior.

Ella no era una madre especialmente cariñosa. Era dura y fuerte como todos los Alfas.  Pero esa noche se recostó y lo sostuvo abrazado en su regazo. Entre caricias le explicó lo que sucedería. Le dijo que su hermosa piel oscura lo llevaría, un día, a ser el líder de Lennander.

Ella no tenía el mismo color de piel. Era morena y se bronceaba con facilidad. Tenía unos hermosos ojos grandes y brillantes que esa noche parecían estrellas, la humedad los hacía destellar a la luz del fuego de la chimenea. Hadrien la escuchó en silencio; no era una conversación sino las últimas recomendaciones. En vez de hablar, pasó todo el tiempo acariciando su largo cabello negro. Ella pasaba horas frente al espejo peinándose. Hadrien lo recordaba como algo hipnótico.

Se sacudió los recuerdos cuando terminó de revisarlos todos. No quería seguir atormentándose de esa forma, pero le pareció importante entender lo que significó para él que su madre se fuera.

Entre los Alfas no se le daba importancia. Era la costumbre. Pero entre humanos no hacían eso. Ni siquiera lo hacía  el resto de la manada. Quizás esa era la primera gran diferencia. El dolor que sintió por la partida de su madre fue muy grande. Ahora lo sabía.

Pero como todos sus amigos pasaron por lo mismo al mismo tiempo y nadie habló de ello, nadie se comportó como si fuera una perdida.
Fue como si las mujeres Alfa nunca hubieran existido; algo normal. Y en Lennander había mucho de eso. Muchas cosas terribles que para todos eran normales, como someter a los Omegas y convertirlos en incubadoras vivientes y las "putas de rico", como los llamaba Sax. O forzar a los Alfas a matrimonios de conveniencia en los que tenían que cohabitar con gente que no les agradaba. Al cabo de una década juntos, ni siquiera se soportaban.

Se separaban, felices de no volver a verse y dejaban pequeños sin padre o sin madre de un día para otro, sin que se pudieran llorar por ello porque era la costumbre.

Salió de la habitación cuando terminó, con el corazón pesado. Antes de irse, haría que todos los muebles fueran sacados, para que Miden arreglara esas habitaciones a su gusto y para cualquier otro propósito.

Era enfermo mantenerlas como un mausoleo a personas pérdidas tanto tiempo atrás.

De la habitación de su madre solo se llevó un retrato al óleo en dónde estaban ella y sus hijos y de Martín quería conservar libros, algunas fotografías viejas y una chamarra de cuero de motociclista; su favorita.

De su padre no deseaba nada.

Con ese placer que da el rencor satisfecho por el desprecio, el odio y la venganza, observó como sacaron muebles, ropa, objetos diversos de toda la casa y el contenido completo del despacho y de la habitación de su padre, para amontonarlos en un gran camión de mudanza.

La casa por fin quedó vacía de los últimos rastros de sus antiguos ocupantes.

Para Hadrien fue un proceso doloroso, que al concluir le dejó la  sensación de cadena rota en el pecho, de animal recién liberado después de una vida de ataduras.

Lobo Perdido Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora