Capítulo 12

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“Los brazos de las madres son cestos floridos.”

José Martí

—Hola, mamá.

—¡Hijo!

La mujer de pelo entrecano levantó la mirada desde la  labor de empaque que realizaba. Tomaba una cantidad precisa de caramelos, los metía en una bolsa pequeña de plástico y sellaba el extremo abierto con calor.

Le pagaban por millar de bolsa empacada.
Sonriendo, se levantó para abrazarlo. Miden se sintió mejor de lo que se había sentido en semanas.

La gran diferencia entre Sax y él, era la clase de persona que los crió.

—¿Por qué no viniste antes?
¿Ese maldito te mantiene alejado de aquí?

—No quería causarte  problemas. ¿No lo has visto hoy?

—No llegó a dormir.

—A lo mejor no viene pronto.

—¡Ay, mi niño! ¿Te metiste en líos con él? Sabes cómo es cuando se enoja. Por favor no lo provoques.

Miden se mordió los labios.
El  cobarde de Offyd casi se orinó en los pantalones el día anterior, cuando se encontró a Miden en una calle solitaria. Pensó que podría intimidarlo, pero no se percató de que estaba recargado en una camioneta lujosa que se veía totalmente fuera de lugar en esa zona de la ciudad.

Tal vez el imbécil no escuchó los pasos de Hadrien y Konrad;  su andar era silencioso, así que mientras Offyd amenazaba con deshacer el rostro de Miden contra el suelo y trataba de buscar en sus bolsillos para robarle su dinero, dos hombres gigantescos se colocaron a su lado. Konrad pidió al viejo, amable pero firme, que soltara al muchacho.

Su padrastro tardó un momento en entender que le hablaban a él. Y otro, darse cuenta de que estaba en desventaja de tamaño y número.

Hadrien preguntó quién era ese hombre y Miden no se cortó; en pocas palabras relató los quince años que llevaba golpeándolos, a su madre y a él.

Hadrien era muy sensato. Miden estaba seguro que habría podido pulverizar al hombre de un solo puñetazo.

En cambio, solo lo sacudió un poco, lo amenazó y le dejó claro que sí volvía a meterse con la madre de Miden, lo desgarraría en tantos pedazos, que una autopsia sería imposible.

Miden todavía se reía al recordar la cara de tonto de su padrastro. Konrad pidió a  Miden que subiera a la camioneta y en ese momento Sax llegó, miró con curiosidad a Offyd y dijo con desprecio:

—Deberías darle una paliza a este maldito. Una tan grande, que los que limpian las calles no puedan despegarlo del pavimento. Por su culpa fue  que Miden terminó en la calle de Las Rosas, vendiéndose.

Y eso fue todo. Hadrien y Konrad se  miraron por un segundo, mientras la ira se encendía como la rugiente caldera de una locomotora. Se veían feroces.

Konrad subió a la camioneta y  se llevó a los chicos que, desde la ventanilla pudieron ver cómo su padrastro caía al suelo de un puñetazo, para inmediatamente después  recibir una patada que seguramente le rompió más de una costilla.

Hadrien se unió a ellos más tarde. No parecía turbado. Solo tenía los nudillos un poco enrojecidos.

Miden dudaba que Offyd volviera, si es que salía del hospital. Y si regresaba, no golpearía de nuevo a su madre.

Ella miró al piso, avergonzada.

—Quieres saber porque lo aguanto, ¿no es así?

Miden negó.

Lobo Perdido Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora