CAPITULO 2
Rodrigo le pasa el brazo por los hombros mientras caminan.
- Tienen unos CD's increíbles. Y te dejan escucharlos. Conozco al flaco que atiende. Es amigo de mi hermano.
Rodrigo quiere distraer a Nicolás pero no logra que deje de mirar las baldosas. Aprieta el abrazo sutilmente: sus dedos le prensan el hombro cuando detecta las lágrimas.
- Bueno, qué vas a hacer. Nos vamos a seguir viendo. Obvio que el viaje de egresados lo vas a hacer con nosotros...
Nicolás tiene que volver a casa y hablar con sus padres, el plan ya delineado desde hace meses: si no lograba aprobar las materias necesarias, iría al mismo colegio que Leopoldo. También es un buen colegio, nadie puede cuestionarlo pero ese lado tan temido de que desperdició una excelente oportunidad de "triunfar en la vida". El colegio de Leopoldo es el más prestigioso del barrio.
Leopoldo.
Nicolás sacude la cabeza y espanta una sonrisa que pretendía instalarse en su boca. Leopoldo es ese que estaba pared de por medio, ese con el que habían inventado un código de golpecitos en la medianera para avisarse cuándo salir, ese al que abandonó llorando el día que sus padres decidieron mudarse. Aún hoy le cuesta creer haberlo reencontrado tan fácil. Poner un nombre en la web y listo. Allí estaba, en YouTube, encima de una bicicleta, tapados sus ojos por un gorro negro. ¿Era el mismo? Se movía bien sobre la bici. Allí estaba, también, en Facebook, tapados sus ojos por un gorro blanco, a un mensaje de distancia. Sí, no podía ser otro. El mensaje fue "¿Te acordás de mí?". Y sí, se acordaba.
La caminata lo cansa. Pero tantas cuadras conversando con Rodrigo le dan fuerzas.
Cuando llegan a su casa, se hacen unas milanesas en sánguches. Su amigo come y se va. No quiere estar cuando la familia llegue.
Nicolás se queda solo, mirando el techo desde el sillón. La rajadura casi invisible que mira siempre.
Decide esperar a que lleguen sus padres del trabajo. No les adelantará nada por teléfono. Enciende el televisor y agarra el control remoto antes de volver al sillón; comienza a hacer zapping. Quiere dormirse, pero Sol llega antes.
- ¿Y?
- Mal.
- Uuuyyy... ¿Y ahora?
- Qué se yo.
- Por lo menos no vas a repetir de año. Es una suerte que el Pelle tenga un programa distinto.
- Psí.
- ...
- Hay milanesas.
- ¡Ah! Bueno, ¿vos comiste?
- Psí.
- ...
- ...
- Bueno, voy a comer.
- Dale.
- Si querés alg...
- Sí, ya sé. Gracias, pero por ahora quiero ver tele un rato. Así me preparo para cuando llegue papá.
- Yo le tendría más miedo a mamá...
- Mamá ya se descargó. Ayer me dijo de todo.
- ¿Y papá?
- Papá se aguantó para hoy. Parece que todavía apostaba algunas fichas por mí.
- Qué feo. Despedite del celular. Y de la play. Van a ser las primeras cosas que te van a sacar.
- Ya sé...
Sol se va a la cocina y Nicolás se queda con esa sensación de apuesta perdida. Piensa otra vez en la cara de su padre: tristeza arrugas ojos boca barba. En la rabia que podrá vislumbrar por detrás del rostro. Imagina pupilas con llamas anaranjadas y deriva hacia otros objetos decorados con llamas anaranjadas hasta que termina recordando su colección de autitos Hot Wheels.
Se queda dormido.
En el sueño, agitadas carreras en bicicleta se mezclan con seres oscuros y voces subidas de tono. Puede distinguir un casco, luces girando en un techo con espejos, una sonrisa se estira, se deforma, crece. Él, avanza entre personas de su altura o más bajas, llega a un lugar despejado y allí hay una chica sentada. La mira. Se agacha para verla mejor, para capturar la belleza que se le adivina. Tiene ojos asustados. Tiene sus ojos.
Desde el mundo llega una voz. La voz de su hermana lo saca de los sueños.
- Nico... Nico... mamá, en el teléfono. Quiere saber cómo te fue.
Nicolás se levanta. Más dormido que despierto, sigue viendo los ojos de la chica. Casi nada de su rostro. Los ojos asustados. Fijos en él, como preguntando. A los diez minutos, ya no los ve. Pero la impresión de esos ojos sigue allí, agazapada, y se transforma en un recuerdo. Recuerdo para ser identificado, descubierto. Recuerdo para mirar por última vez y parpadear.
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Solo tres segundos [Paula Bombara]
Teen FictionSolo tres segundos en el espacio azul iluminado. Tres, para buscarse. Dos, para encontrarse. Uno, para apretar los párpados y, aún así, verse. Solo tres segundos antes del impacto. Luego, blanco y ruido, ruido ruido ruido en el espacio azul iluminad...