Primera parte: Nicolás

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CAPITULO 9

Una tarde, volviendo de la plaza del centro, pedaleando lento, distraído, tres chicos lo rodean para robarle; se resiste apenas lo justo, más por orgullo que por otra cosa. Les da todo lo que tiene. Todo menos la remera y el pantalón. Se queda sin zapatillas, sin mochila, sin campera. Siente miedo mientras se las entrega. Pero no puede quedarse callado.

- Déjenme la cédula, che.

Y también intenta retener la bicicleta. Les dice que por esa bicicleta no van a sacar tanta plata como parece, les muestra que está toda abollada en un costado y que la rueda de atrás está en sus últimos momentos. Uno de ellos, mientras busca en su billetera y le devuelve la cédula, le contesta que aunque les den veinte pesos, son veinte pesos más. Y Nicolás no puede decir nada. Entiende. Ya no tiene miedo. Tiene bronca: ellos no saben lo que la bicicleta significa para él; tampoco puede explicarlo ahora.

Cuando los tres chicos se van, lo saludan. Uno le da la mano. Él responde al saludo con la mirada firme.

Después, caminando con el cuerpo contraído, tiembla. Tiembla de rabia, de tristeza, de impotencia. Tiembla de frío, en medias por la calle. Bien adentro, tiembla. Por la campera, por la mochila, por haber sido robado. Pero, sobre todo, tiembla por la bicicleta. Hasta que se acuerda de la casa de una amiga de la madre que vive cerca y empieza a correr. Corriendo se calma. Y piensa en cómo hacer para recuperarla, aunque sabe que es imposible. No puede estar sin bicicleta, la necesita. Cuando llega ya tiene una solución: trabajar un tiempo en el negocio de su tío durante el verano para juntar algo de plata; mientras, pedir prestado. Hablar con Rodrigo y con Leopoldo. Armarse una tan buena como la que acaba de perder. O aún mejor.

Solo tres segundos [Paula Bombara]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora