Prólogo

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Lindsay

La repentina luz me hizo parpadear y taparme los ojos como pude con una mano. Sin embargo, cuando oí el chillido de mi madre, supe que no me dejarían seguir durmiendo.

—¡¿Qué haces en el sofá?! —me gritó.

Abrí los ojos para mirarla, o lo intenté, porque el sol que entraba por la enorme ventana con vistas al Central Park me dejó ciega. Volví a cubrirme los ojos y me giré para darle la espalda a la luz.

—Trato de dormir —musité finalmente.

—¡¿A qué hora llegaste anoche, Lindsay?! —No bajó el tono ni un poco y, para colmo, tiró de mi brazo para que me levantase.

—¿Qué pasa? —La voz más calmada de mi padre hizo que mi madre corriese hasta él para quejarse de mí, seguramente.

Yo me senté en el sofá y me pasé las manos por los ojos para espabilarme lo justo para irme a la cama, aunque me llené las manos de ronchones negros del maquillaje. Mi amiga Valery me había prometido que era waterproof, iba a matarla cuando la pillase.

—¿A qué hora llegaste, Lindsay? —preguntó mi padre, tras el cuchicheo de mi madre.

—A las... ¿a qué hora tenía que llegar? —Traté de sonreír con inocencia, pero me dolía la cabeza demasiado.

No estaba segura de a qué hora había llegado. Estaba tan borracha que no recordaba ni siquiera haberme acostado en el sofá. Por lo que a mí respectaba podía estar en mi casa o en un banco del parque.

—¿Y esto que es? —Mi madre me tiró un papel doblado sobre mi vestido auténtico de Louis Vuitton.

—Joder, Saray, si tengo que explicarte lo que es un folio a estas alturas de la vida... —me burlé un poco, sin mucha energía.

—No estoy para bromas, Lindsay.

Mi padre y ella rodearon el sofá para sentarse a ambos lados. Y me dieron todo el mal rollo del mundo. Ya habían hecho algo parecido seis meses antes y me pasé un mes en una clínica de desintoxicación.

Abrí el papel para que viesen que colaboraba y observé la factura de la tarjeta de crédito sin mucho interés. ¿En serio era algo que debíamos ver ese día, a esa hora, con esa resaca? Vale, no sabía ni el día, ni la hora. Pero era culpa de la resaca seguro.

—Te has gastado mil dólares en un móvil —aclaró mi padre cuando vio que no entendía el mensaje que intentaban transmitirme—. Dos veces. Es decir, dos mil dólares en dos móviles, seguidos.

—Veréis, os vais a reír... —Tragué saliva con dificultad, porque mis padres no tenían un gran sentido del humor—. Me compré el nuevo iPhone...

—Con mi tarjeta —me interrumpió mi madre.

—Y me fui a la fiesta Valery en su nuevo yate —la ignoré—. La misma noche que lo saqué de la caja, se me cayó por la borda, pero ya les había dicho a todos que lo tenía, así que tuve que comprarme otro... —Les sonreí ampliamente, tratando de parecer dulce e inocente.

—¿Y cómo lo vas a pagar? —me preguntó mi madre.

—Pues pidiéndole el dinero a mis papis.

—No, se acabó. Ya no hay más dinero para caprichos, Lindsay —negó mi madre.

—¡No me digas que somos pobres...! ¡Papá! —Le miré horrorizada, pero él puso los ojos en blanco.

—No, no somos pobres. Tú eres pobre —me corrigió mi madre con lo que me pareció un tono muy cruel—. Mira, Lindsay, yo no sé si tus amigos son una mala influencia, o somos nosotros, pero esto no puede seguir así.

—¡No podéis mandarme a esa clínica otra vez! —me negué, mirando a mi padre de nuevo.

—A la clínica no, tranquila —me dijo él.

—Te vas a ir una temporada a Madrid con los tíos.

—¿Con tus hermanos? —pregunté boquiabierta a mi madre—. No quiero, son unos cazurros, no tienen idea de nada. Me tendrán lavando y planchando... Son unos machistas odiosos y...

—Primero, Lindsay, sin duda, te vendría muy bien aprender a hacer esas cosas. Y segundo, con mis hermanos no. Te irás con Andrea y Carlos. Ya he hablado con ellos. Saldremos esta tarde todos juntos y pasaremos allí un par de días para que te instales y luego nosotros nos volveremos.

—¡No puedes mandarme a África! —le grité a esa loca que decía ser mi madre—. ¡Allí no hay agua corriente, ni internet!

—¿Qué cojones estás diciendo? —se rio mi padre—. Madrid no está en África.

—Ah, ¿no? ¿Y dónde está? —Me levanté cruzándome de brazos para mirarlos mal.

—En España —me dijo mi madre, pero como seguí mirándola con una ceja alzada siguió aclarando—. Europa, Lindsay. Planeta Tierra. Dónde deberías probar a vivir de vez en cuando.

—¿Y Europa no está en África? —dudé bajito, luego lo desestimé. ¿Qué más me daba?—. ¡No iré allí! —me negué con fuerza—. Me iré con la abuela a Londres.

—Si puedes señalar Londres en un mapa, me parece bien —aceptó mi madre.

—¡Ahgggggg! —grité frustrada—. ¡Te odio! ¡Os odio a los dos! ¡Me vais a condenar a la pobreza, al... al hambre! ¡Me moriré de hambre! Y lo haré con el pelo sucio por vuestra culpa. Y encima, mis amigos no vendrán a verme, porque ninguno querrá ir a ese desierto.

No me quedé a ver como se seguían riendo de mí, pasé de largo y me metí en mi habitación dando un portazo con todas mis fuerzas. Aunque salí menos de un segundo después.

—¡Y los padres de Valery le han comprado un yate, y vosotros no queréis comprarme ni un coche!

—¡Porque has suspendido el examen seis veces, Lindsay! —me recordó mi padre.

—¡Es que solo sabéis ver las cosas que hago mal!

Volví a encerrarme con un portazo y me prometí que no iba a volver a hablar a esos dos... abandonadores nunca más.

 abandonadores nunca más

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El nombre de las estrellas - Bilogía Estrellas 1 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora