29.- Muñeco de plástico

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Kevin

—¿Puedes quedarte? —me pidió Lindsay.

Estaba algo pálida y le temblaban las manos, así que entrelacé mis dedos con los suyos y asentí.

—Siempre que quieras, Linda —prometí.

Ni siquiera entendía por qué estaba tan nerviosa de pronto por ver a sus padres. Quiero decir, solo eran sus padres, había crecido con ellos. Pero parecía que iban a condenarla a muerte cuando, para colmo, traía buenas noticias. Supuse que esos meses al final la habían cambiado.

Al final, mi padre llevaba razón, en cuanto había dejado de intentar ayudarla y simplemente fui su amigo, las cosas entre nosotros habían mejorado mucho. Muchísimo.

Tanto que tenía la esperanza de que en cualquier momento me dijese que en realidad, no se iba a Nueva York. Ya ves, ¿qué tenía la gran manzana que no tuviéramos nosotros? Sin embargo, no iba a presionarla, aunque de vez en cuando se me escapaba algo al respecto que ella se tomaba a broma.

Lindsay apretó el timbre del chalet de sus padres un par de veces y me miró de nuevo asustada. Yo le sonreí para que se relajase. Me pregunté si de verdad le importaba tanto lo que le pudieran decir sus padres o si, quizá, en el fondo no quería irse... Y yo era un iluso que no dejaba de engañarme a mí mismo.

Saray nos abrió la puerta y le dirigió una sonrisa enorme a Lindsay antes de envolverla en un abrazo de madre. Yo intenté soltar los dedos de la chica para que pudiera corresponderla bien, pero se aferró a mí como si la vida le fuese en ello. Y no iba a engañarme, a mi ego masculino le encantó. Cuando Saray soltó a su hija se giró hacia mí.

—Yo venía a traerla, ya me voy —expliqué algo incómodo. Aquello era un momento familiar y yo no pintaba nada.

—Quédate —me pidió Lindsay, sin soltarme aún.

—Vamos, pasad —se adelantó Saray, antes de que yo pudiera decidir nada. Aunque en honor a la verdad, no podía negarme cuando Lindsay me pedía algo.

Quizá debía hablar con mi madre, la psicóloga, sobre que las mujeres me dominasen con tanta facilidad. Tal vez era alguna especie de trauma infantil o algo...

Scott estaba en el salón, y yo solté la mano de Lindsay entonces y dejé caer mi mochila junto al sofá. Una cosa es que nos viese su madre y otra que su padre me viese dando la mano a su princesa. Él era un tío grande y musculoso.

—Hola, papá —saludó Lindsay con timidez casi.

—¿Qué le has hecho? —me preguntó Saray en un susurro, aunque no parecía preocupada ni nada.

—Ni idea —reconocí.

—Al menos esta vez no venís sacándoos los ojos —nos dijo Scott—. Aunque no estoy seguro de que me guste eso. —Señaló la camiseta de Lindsay.

En realidad, era mía, una de manga corta de un equipo de beisbol. Se la había ajustado a la cintura con un cinturón y la llevaba de vestido, con un hombro al aire. En mi opinión estaba genial, aunque nos había costado una hora de registrar mi armario y el de Vicky, porque según ella no podía ir a ver a sus padres con la misma ropa del día anterior. Y había dormido en casa conmigo. Lo cual, por cierto, no pensaba mencionar a sus padres.

—Será mejor que me vaya —lo intenté otra vez.

—Yo creo que deberías quedarte —aseguró Scott, y yo tragué saliva con dificultad.

—He traído las notas —cambió de tema Lindsay, y lo agradecí. Las sacó de su bolso y se las tendió a su padre. Saray se acercó corriendo para poderlas ver.

El nombre de las estrellas - Bilogía Estrellas 1 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora