14.- Falta de lealtad

547 115 3
                                    

Victoria

Mi padre me había dicho en ocasión que, la gente que podía olvidar rápidamente las cosas buenas que habías hecho por ellos, no merecían la pena. Me lo dijo después de que uno de los chicos de su taller se fuese a la competencia por más dinero.

Ese chico había sido un paciente de mi madre desde que era pequeño. Mis padres le habían invitado mil veces a comer a casa, porque sus padres eran drogadictos y no le hacían ni caso. En una ocasión incluso se había venido con nosotros de vacaciones. Mi padre le pagó la formación profesional y luego le metió en el taller, sin cobrarle nada jamás. Pero cuando le ofrecieron más dinero, se fue sin mirar atrás.

Mi padre se pilló el rebote del siglo y aseguró que, si no le pagaba más para que se quedase, era porque no le daba la gana, no porque no pudiera. Dos meses después dicho empleado había vuelto a pedirle trabajo, que mi padre no le dio, porque le habían despedido del nuevo taller, pero ese es otro tema.

Tras aquello mi padre nos había sentado en el sofá a Kevin y a mí durante horas para echarnos una charla. Nos pareció que le hacía falta, así que le dejamos desahogarse. Ese día entendí por qué nuestra enorme familia, con la que apenas compartíamos sangre, era tan importante para él. Y si era posible, los quise aún más. Quizá no compartíamos ADN con ellos (o con la mayoría al menos), pero sabía que ninguno nos traicionaríamos jamás.

Sin embargo, solo hizo falta un par de palabras, para que todos mis compañeros de clase se volvieran contra mí. Se olvidaron de todo lo que había hecho por ellos en todo el curso. Se olvidaron de que yo era la máxima goleadora de la liga de los recreos. De que había encubierto mil veces a Diego cuando llegaba tarde a clase, o las veces que le había pasado los deberes a Javi para que se copiase o cuando evité que el padre de Chema le matase de una paliza, una vez que estábamos jugando a la Play en su casa, e incluso fui a los juzgados para conseguir que le metiesen en la cárcel y dejasen en paz a su mujer y a su hijo. Incluso mi madre se prestó a hacer las evaluaciones psicológicas gratuitamente.

Pero en cuanto Manu les contó a todos que yo era una desesperada que le había tirado los tejos, todos se lo habían creído sin más. Al resto de chicos al principio les hizo gracia y se ofrecieron a «ocupar su lugar». Pero en cuanto el rumor llegó a las chicas y sobre todo a Berta, la novia o lo que fuera de Manu, todo fue a peor.

Las «gracietas» se convirtieron en burlas e insultos. Y parecía, por las cosas que decían, que yo me había lanzado sobre Manu en contra de su voluntad. Yo no traté de desmentirlo, la verdad, solo quería que me dejasen en paz. Pero la situación se estaba tornando insoportable.

El viernes en el partido de liga de los recreos más importante, porque jugábamos contra nuestro rival directo, me convertí en el enemigo a batir. Nadie me pasaba el balón, ni aunque estuviera desmarcada. Y cuando conseguía robar alguna pelota, mis compañeros me la quitaban. Los rivales estaban encantados, claro. Estábamos jugando todos contra nosotros (o contra mí, más bien). Llevaban tres goles marcados y nosotros ni nos habíamos acercado a puerta.

Traté de tomármelo con filosofía, pero la perdí toda cuando vi a Diego pasarme el balón y Chema me empujó para quitarme del camino y poder recibirla él. El empujón me tiró al suelo y me raspé las manos contra el asfalto y los ojos se me llenaron de lágrimas por la impotencia. Mis examigos se rieron con ganas y uno del equipo contrario le robó el balón a Chema sin ningún esfuerzo.

Otro de los «rivales» me tendió la mano. La idea de lo difuso que se volvía a veces el concepto de amistad y rivalidad me hizo dudar un segundo antes de aceptar su favor. Tiró de mí y me ayudó a ponerme en pie.

—Gracias —murmuré.

—¿Todo bien, Vick? —me preguntó.

Yo no sabía su nombre, aunque habíamos jugado muchas veces juntos.

El nombre de las estrellas - Bilogía Estrellas 1 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora