10.- Excursiones de pobres

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Kevin

Si tuviera que describir una mañana agotadora, hubiera sido aquella, y no eran ni las diez. Jamás había tenido un día tan: «no debería haberme levantado de la cama» como aquel miércoles. Había excursión en el instituto al congreso de los diputados, así que había decidido hacer mi buena acción del día.

Madrugué más de la cuenta para pasar por casa de Carlos y Andrea a buscar a Lindsay y avisarla para que no se pusiera sus tacones habituales, porque tendríamos que caminar más de la cuenta.

Pero claro, aquella mañana la loca de Lindsay había decidido que me odiaba. No estaba seguro de si tenía que ver con que no hubiésemos vuelto a hablar desde el domingo, o con que hubiese dormido abrazada a mí. Algo terrible, al parecer.

Tardó tanto en ducharse que yo me acabé el desayuno que me había puesto Andrea, antes de que Lindsay volviera. Y cuando le sugerí que su ropa (un minivestido y unos taconazos) no era muy apropiada para una excursión, había desatado una ristra de insultos hacia mi propia ropa. Que continuaron en inglés, francés, alemán y japonés.

Y siguió insultándome todo el camino hasta el instituto. Yo traté de hablar con ella y ser amable, pero ella estaba muy ocupada repasando todo el diccionario en alemán, así que la dejé desahogarse. Estaba seguro de que después de un rato ya no estaba ni insultándome, pero no le presté más atención.

Pasó de mí en cuanto llegamos a clase y se fue con su legión de seguidores. Que ya era más de la mitad de mis compañeros. Yo me senté sobre la mesa de Violeta, que estaba mirando su móvil.

—Tienes mala cara —me dijo, y que no me insultasen fue como un soplo de aire fresco.

Pero claro, Lindsay era mi tormento particular y siguió alegrándome la mañana. En cuanto llegaron los profesores nos fuimos las dos clases hasta la parada del tren. Y cuando Lindsay vio que iban a meter su real culo en el transporte público, se abrió el infierno. Otra vez.

—Ni de coña —dijo, dándose la vuelta para largarse y chocándose contra mi pecho—. Dadme la dirección y yo se la daré al chofer.

—¿Qué chofer? —me reí de ella—. Tira al tren, Linda.

—No quiero —se negó, cruzándose de brazos.

Ni siquiera habíamos pasado de los tornos y, para colmo, teníamos un grupo de curiosos alrededor.

—¿Qué pasa? —Uno de los profesores se acercó uno para enterarse del drama.

—No pienso montarme en esa lata de sardinas. —Lindsay arrugó su perfecta nariz.

Vi la indecisión en la cara del profesor de matemáticas, que ya tenía enfilada a Lindsay. Después de que él le suspendiera un control y se burlase de las respuestas de su examen prácticamente, obligándola a intentar repetirlo en la pizarra. Ella había dejado caer, de una forma muy sutil, que su padre había hecho un donativo muy importante al instituto. Vamos, que le había soltado descaradamente que era dueña de su trabajo, y eso parecía haber asustado al profesor. Para que luego digan que la esclavitud se abolió.

—¿Te encargas tú? —me preguntó finalmente.

—¿Yo? —Le miré fatal, mientras él me pasaba un par de tarjetas del tren y se iba con el resto de alumnos—. Pero...

Me quedé hablando con el aire, porque cruzó las puertas hacia el andén sin mirar atrás. Yo volví a girarme hacia mi pesadilla particular. Lindsay, sin embargo, decidió que yo era poco importante y se largó dándome la espalda, de vuelta a la salida.

Tuve que correr para alcanzarla y cuando la sujeté del brazo se soltó de mí de un tirón, pero al menos volvió a encararme y dejó de huir. Me miró furiosa y de verdad que no entendí el motivo de tanta ira.

El nombre de las estrellas - Bilogía Estrellas 1 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora