8.- El domingo especial

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Lindsay

—¡Es domingo! —me quejé, enterrando la cabeza en la almohada cuando la luz invadió la habitación, junto con un soplo de aire helado que me puso la piel de gallina y me hizo intentar esconderme bajo la manta.

—¡No, Linda, es el domingo! —La voz de Kevin me despertó del todo.

—Vete a la mierda —murmuré sin energía.

Logré sujetar la manta y me tapé hasta la cabeza, sin embargo, aquel energúmeno estúpido me destapó la cabeza de nuevo, aunque no intentó seguir bajándola, por suerte.

—Son las ocho y cinco, Linda, tienes un sueño muy profundo.

—Estaba soñando con un mundo precioso en el que no existías... —rezongué, metiendo la cabeza bajo la almohada, luego me di cuenta de lo que había dicho—. ¿Son solo las ocho? ¿De qué mierda vas?

—Hace una temperatura perfecta de catorce graditos, ha salido el sol y los pajarillos están cantando... Y tienes veinticinco minutos para arreglarte, porque tú convenciste a Stesha para que me hiciera la vida imposible para ayudarte, así que te voy a ayudar quieras o no.

—¿De qué vas? —repetí—. Te odio mucho, greñas.

—Bueno, yo tampoco te quiero, Linda. Ahora tienes veinte minutos. Y te juro que a las ocho y media voy a entrar aquí y te voy a sacar a rastras a la calle, si es necesario. Ya he comprobado dos veces que no pesas nada, además, estoy deseando meterte mano otra vez.

—Eres un cerdo asqueroso... —resoplé.

—Y tú un encanto. Ahora levántate y ponte el chándal. Y deportivas. Vamos a andar mucho.

Salió de la habitación cerrando con fuerza y yo me senté en la cama rascándome la cabeza. ¿De qué iba ese gilipollas? Por desgracia me lo creía, le veía totalmente capaz de sacarme en pijama de casa para llevarme a saber dónde.

Rebusqué hasta dar con el chándal, por desgracia tenía que usarlo dos veces a la semana para hacer educación física, así que no lo había podido perder como me hubiese gustado.

Miré la hora en el móvil para ver si me daba tiempo a ducharme, pero ya eran casi y cuarto. Odiaba a Kevin, le haría la vida imposible como fuese. No podía creerse de verdad que se saldría con la suya.

Ese cerdo no sabía quién era Lindsay Anderson, pero me acabaría lamiendo los zapatos aunque fuera lo último que hiciera en la vida.

Salí con las mallas y un top ajustado a y veinticinco. Fui al baño para hacer mis necesidades y me recogí el pelo en una trenza de raíz. Me estaba lavando la cara cuando ese puto estúpido volvió a golpear la puerta.

—Son y veintinueve, Linda —gritó—. En un minuto entro si hace falta.

Me encargué de decirle que era un cerdo de mierda en inglés, francés, alemán y japonés, por si tenía alguna duda, pero no pareció impresionarle lo más mínimo, así que abrí la puerta para encararle.

Se había apoyado en la pared del pasillo, frente a mí, y tuve que reconocer que el chándal le quedaba bien. ¿Por qué los guapos tenían que ser los más imbéciles? Llevaba puesto un pantalón gris algo ancho y caído en las caderas y una camiseta de tirantes muy ajustada del mismo color. Tenía los brazos mucho más musculosos de lo que había imaginado bajo la chaqueta de cuero que solía llevar. En honor a la verdad, no me había fijado lo más mínimo en él, pero lo hice en ese momento.

—¿Te gusta lo que ves, Linda? —preguntó burlón.

—No, es que quiero entrar a por la chaqueta a mi habitación y estás en medio —expliqué. Él se apartó un par de pasos, descruzando los brazos—. Hace falta algo más que unos músculos para impresionarme, greñas —le dije, tras sacar un polar de mi armario que abrigase lo suficiente.

El nombre de las estrellas - Bilogía Estrellas 1 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora