Capítulo 8

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Al examinar el cielo, Aome tuvo poco tiempo para pensar. Lamentaba su enojo, la posible multa de Inu, su propia arrogancia, pero por encima de todo, lamentaba el día repleto de equivocaciones y descuidos. Su mente ocupada en otras cosas la habían puesto en peligro.

Los nubarrones se cernían, negros y azules, sobre la costa, pero el viento ya los barría hacia el centro del lago. Sin el motor no tenían posibilidades de llegar a tierra antes de que se descargara la tormenta. La única esperanza que les quedaba era reajustar el foque y navegar hacia el viento, de otra forma se arriesgaban a dar vuelta de campana o ser arrastrados hacia la orilla opuesta.

Aome estudió la figura junto al timón. Él parecía muy cómodo. Pero nada debía asombrarla en lo tocante a Inuyasha Taisho. Era el único hombre que podía enfurecerla en un momento y amansarla en sus brazos en el siguiente. La invadió el deseo de pensar en la relación impredecible que los unía. Pero el juego había terminado. Necesitaba explicarle la situación, y además, enseñarle años de navegación en unos minutos.

Ella jamás había enfrentado una tormenta en el lago, pero sabía que su mala reputación era bien conocida. Sus aguas podían volverse traicioneras en cuestión de minutos. Sacó dos chalecos salvavidas del depósito y le alcanzó uno a Inu.

- Lo siento. Jamás pensé en el combustible. Ahora debemos capear el temporal. Haremos lo imposible para mantenernos a flote, pero si zozobramos, el chaleco te mantendrá a flote y me acercaré a ti lo antes posible. Trata de permanecer junto al barco, ¿de acuerdo?

Inu se sentó junto a ella y la rodeó con el brazo.

- Aome, todo saldrá bien. ¿Estás temblando?

- Es por la tormenta. Yo... -Un miedo horrible hizo presa de ella. No podía soportar la idea de perder todo lo amado por un descuido.

- ¿Es a causa de la tormenta exterior o la interior? -Él la atrajo contra su cuerpo.

- Inu... -protestó ella y trató de liberarse-. Por favor, colócate el chaleco.

Inuyasha se inclinó y besó levemente los labios entreabiertos.

- Está bien. Pero me siento afortunado por esto. -Le sonrió al descubrir algo en su rostro que lo llenó de satisfacción. Luego se inclinó y le besó la garganta.

Al sentir el peligro de esas caricias y de la tormenta a punto de estallar, ella recuperó el juicio y se escabulló, aferrándose a la baranda. Estaba agitada y molesta por la facilidad con que Inuyasha podía producir reacciones insospechadas en ella.

- No te enojes con tu tripulación, capitana. Puede amotinarse -bromeó Inu-. No te preocupes por salvarme, señorita Higurashi. Puedo nadar -confesó, poniéndose el chaleco-. Pero te quiero cerca de mí. ¿Comprendido? -dijo, tomando el timón con mano firme.

La cercanía de Inuyasha y su sonrisa le hicieron tartamudear las explicaciones sobre navegación en medio de la tormenta. Él sólo la observaba con placer.

- Inu, no me escuchas... -dijo ella, exasperada.

- Seguro, entrenador. Tú quieres que yo siga como timonel. Vamos a intentar ganar velocidad y luego, cuando reajustes el foque, yo tiro fuerte del timón para enfrentar el viento. Queremos tomar por avante la cara de las olas y cambiar el rumbo a través de la cresta y quieres que yo mantenga la embarcación tan cerca del viento como pueda sin atollar el foque, el cual estarás manejando diestramente, supongo.

- ¿Cómo... cómo supiste...? -preguntó ella, azorada.

- He navegado un poco. No jugué al fútbol toda la vida. -Él sonrió, gozando con la confusión de Aome.- Es mejor que tengas todo preparado antes de que estalle la tormenta.

Ella reconoció que Inu tenía razón, aunque la asustó el pensar que pudiera leerle la mente. No sabía a qué le temía más, si a la tormenta o a perder su corazón. Miró una vez más al cielo y dio gracias de tener a Inuyasha a su lado. La línea de tormenta estaba mucho más cerca ahora. Los relámpagos surcaban la masa de cúmulos y se sucedían con mayor frecuencia. Además, un muro de olas se acercaba a la embarcación. Aome se escurrió dentro de la cabina, extrajo el equipo de lluvia y aseguró las puertas de los armarios.

Enseguida regresó a cubierta, asegurando la escotilla. Tomó el timón para que Inu se pusiera el impermeable y el sombrero. Para alivio de Aome, Inuyasha reclamó el timón. Se necesitaban más músculos para mantener el derrotero contra las rompientes.

- Ponte el chaleco y la chaqueta -ordenó él, al observar los nubarrones cargados de lluvia.

Aome obedeció encasquetándose el sombrero amarillo hasta los ojos, justo cuando un trueno ensordecedor pareció hendir el cielo sobre sus cabezas y las gotas de lluvia comenzaron a precipitarse, pesadas como granizo. Montañas grises de agua parecían querer rozar el cielo y la embarcación se acercaba a aguas profundas mientras iba ganando velocidad.

Los relámpagos serpenteaban sobre el cielo plomizo encendiendo una batería de truenos, mientras una cortina de agua oblicua latigueaba la cubierta. Después de otro estallido, la lluvia se vio acompañada de granizo que golpeaba las chaquetas y sombreros de vynil, rebotando en el casco del Adventurer. Aome se aferró al foque, moviéndolo hacia popa y cortando el ángulo de la vela, aplanándolo hacia el viento. Aflojó la vela en el momento en que Inu enfiló la proa al viento. Ambos se sentaron en la brazola de la escotilla, reclinándose en la baranda al virar la embarcación.

El velero era zarandeado por las rompientes cubiertas de espuma que respondían a la línea de la tormenta. Aome se aferraba a la lona, reclinándose por encima de la baranda para darle mayor equilibrio a la nave cuando era sacada del agua en la cresta de una ola. Estiraba y aflojaba la vela cuando el viento arreciaba. El huracán provocó que Aome perdiera las fuerzas. Una oleada destructora pegó contra la proa, tratando de arrancarle las sogas de las manos y casi arrojándola a las turbulentas aguas.

- ¡Auxilio! -gritó ella, con voz apenas audible.

Inuyasha soltó el timón, la asió con fuerza y le hizo recobrar el equilibrio.

- Te quiero donde pueda alcanzarte -le gritó él, guiándola de nuevo al timón.

Ella asintió, estaba más segura a su lado. El Adventurer escoraba pesadamente, casi de costado al viento. Estaba a merced de la marejada. La proa se elevaba al cielo y la nave se sacudía con cada golpe de ola a babor.

Un miedo cerval hizo presa de Aome mientras luchaban con el timón y observaba las olas sin fin que rodeaban la cubierta. Todos los cuentos que oyera de niña volvían a su memoria. Los marineros de los cargueros sentían un respeto pavoroso por el lago Erie, el menos predecible de los Grandes Lagos. Ahora sabía por qué. Aunque esta tormenta de fines de verano no podía igualar en furor a un ventarrón de noviembre, era más que suficiente para la endeblez del Adventurer.

Ninguno de los dos abandonó la batalla. Luchaban contra las olas para enderezar el velero, mientras la acción del agua arrancaba arena del fondo para enviarla con fuerza contra el casco. Debían mantener la barca hacia el viento. Era la única posibilidad que tenían para mantenerlo a flote.

- ¡Lo conseguimos! -gritó Aome a su compañero-. Ahora necesitamos mantenerlo en esta posición.

El Adventurer se levantó sobre la cresta de una ola, quedó por unos instantes posado allí antes de precipitarse a la hondonada, en medio de chirridos, para quedar como clavado al fondo.




(*Bueno, creen que seguirá una escena tipo Titanic?)

Huye ante el viento |Adaptación (Inuyasha)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora