Él cambió de posición, incómodo, moviendo la pierna como si le doliera y Aome notó por primera vez, las cicatrices tenues en sus rodillas.
- Quería casarme. Ella lo posponía hasta que un día desapareció. No deseaba ser una esposa de estadio, permanecer en la casa y criar hijos. Deseaba una carrera, una identidad propia.
- ¿Te casaste alguna vez? -Aome no pudo contenerse ya que lo que Inu le había contado la había hecho sufrir. ¿Esperaría esa clase de compromiso de su esposa?
- No. Los Gigantes iban muy bien y me dije que todo lo que yo quería hacer era jugar al fútbol. Entonces, un domingo a la tarde un defensor salido de no sé dónde, se lanzó contra mí y eso fue todo. -Se sentó y continuó como si hablara de otra persona.- Sufrí muchas operaciones y la última vez no pude regresar al campo.
- ¿Fue cuando te convertiste en entrenador? -Hipnotizada por el vino y la embriaguez que le producía la voz de Inuyasha, hasta creyó que él la había perdonado.
- "Pérdida de actuación efectiva" es como lo denominan los entrenadores. Si odio algo de mi trabajo, es decirle a algún muchacho que no lo puedo utilizar más. Me produce el mismo dolor en la boca del estómago que sentí el día que me retiré. Por eso trato de que un jugador lesionado o enfermo se recupere lentamente. No deseo hacer caer el hacha sobre ellos en la forma en que yo la sufrí.
- Eres un buen entrenador.
- Sí, los viejos cabezas duras nunca mueren, sólo se transforman en entrenadores, comentaristas deportivos o se muestran en comerciales de cerveza. -Inu sonrió.
- Tus jugadores opinan que eres el mejor -insistió ella.
- Tienen orden de decir eso -replicó él, tajante. Se levantó y cruzó hasta el ojo de buey para observar las luces de la ciudad.
- Inuyasha, habla en serio.
- ¿En serio? No creo que desees que hable en serio. -Se volvió para estudiar su figura acurrucada. Tenía el cabello húmedo recogido y algunos rizos escapaban cubriéndole la nuca y las sienes.
- Aquí me tienes, varado en un banco de arena en el centro del lago Erie, muy, muy solo con una hermosa mujer deseable... -Avanzó hacia ella al hablar apoyando las manos sobre la mesa.- ¿Y tú deseas que hable en serio?
- Será mejor que hablemos. -Las manos le temblaron por el frío y el deseo de acariciarle el pecho.
- ¿Hablar?
- ¡Hablar! -repitió, firme.
- Entonces, hábleme, señorita Higurashi -exigió él, sentándose-. Cuéntame algo sobre tu pintura.
- ¿Cómo supiste acerca de mi trabajo?
- Sé mucho acerca de ti. La mayor parte la aprendí teniéndote en mis brazos. -Se mostró divertido por la expresión azorada de Aome y ladeó la cabeza.- Noté el caballete y las telas en tu apartamento. ¿Y te has olvidado que Mirk tiene varios cuadros tuyos en su escritorio? -Ella asintió en silencio.- Captaste algo importante en ese cuadro, la infinita soledad de la costa.
Ella encaró su mirada de frente, y se conmovió. Esa pintura representaba una escena invernal en la misma playa que pintaba ahora, había sido el último cuadro que pintara antes del divorcio. Inuyasha había interpretado su estado de ánimo; ella se había sentido tan fría y desolada como esa playa desierta.
- Nunca debiste abandonar la pintura -agregó él, con la sonrisa secreta en la que ella había aprendido a confiar.
- Eso es lo que quiero volver a hacer.
- Una carrera como ésa exige un compromiso verdadero -declaró él, con la certidumbre de un hombre que ha hecho la misma clase de elección-. Deja de lado buena parte de tu vida. ¿Te lo permitirá el empleo en el periódico?
- No. Sin embargo, ése es un punto discutible. Renuncié.
- ¿Renunciaste? ¿Cuándo?
- El día que viniste a mi oficina. -El rubor le encendió el rostro.
- ¿Por qué?
- A causa de todo esto. -Ella hizo un gesto que los abarcó a los dos.- Estaba fuera de todo control.
Aome tenía los labios azules y temblaba de frío. Apretó los dientes para que no castañetearan.
- Creo que me debes una explicación -dijo él, rudo, levantándose del asiento-. Pero parece que no durarás mucho.
Inu se puso de pie y dobló la mesa, guardándola en el armario, mientras ella lo observaba. La tomó de la mano y la llevó a la litera. Apagó la luz, dejando la cabina a oscuras. Luego se acostó y la atrajo a su lado, acomodándola a las curvas de su cuerpo. Cubrió los cuerpos con una manta y ella no se resistió, aunque permaneció tensa.
- Inuyasha, lamento haber hablado demasiado. Debió ser el vino -se disculpó en la oscuridad.
- Probablemente -afirmó él, en tono sedante, acunando el cuerpo frío contra el calor del suyo.
- No creo que te haya agradecido por salvarme la vida -susurró, somnolienta.
- Es parte de la tarea diaria -murmuró él, revolviéndole el cabello. Luchando contra el sueño, Aome respondió al beso tierno que él depositara en sus labios-. Relájate y duerme, Aome. Estoy demasiado cansado para aprovecharme de ti.
Poco a poco ella se relajó en sus brazos, saboreando el calor de su cuerpo. Arrullada por la respiración acompasada de Inuyasha, se fue durmiendo.
Durmió inquieta por los sueños y exhausta por la tormenta, pero reconfortada por la protección de los brazos de Inu. La noche pasó lentamente, el viento y el ruido del agua bajo el casco se fue calmando. Se despertó al amanecer. El brazo de Inuyasha le pesaba sobre el estómago. Giró la cabeza con cautela y lo encontró apoyado sobre el codo, observándola con detenimiento.
- Buenos días, señorita Higurashi -la saludó-. Espero que hayas dormido bien.
- Buenos días, señor Taisho -murmuró ella, tímida. La barba incipiente oscurecía la barbilla y el cabello plateado estaba revuelto.- Creo que debemos levantarnos -sugirió ella, levantándole la mano que descansaba sobre su cuerpo. Inu le alisó el cabello, despejándole el rostro.
- ¿Por qué? ¿Esta bañera va a alguna parte? -preguntó él, divertido, mientras le acariciaba los senos redondos.
- No es una bañera -replicó ella, sin ánimo.
- Eres realmente hermosa por la mañana -comentó él, deslizando la mano por la cadera de Aome para retornar a acariciar el pezón a través del fino algodón de la blusa.
- Por favor, déjame levantar. -Pero las palabras eran inaudibles. No podía controlar la respiración. Volvió a retirar la mano de Inu, pero él se movió para acercarla más.
Aome trató de empujarlo, pero el latido tumultuoso del corazón de Inuyasha bajo su palma la fascinó. Le miró los labios llenos y entreabrió los suyos a la espera de un beso. Luego cerró los ojos para responder al beso exigente. Lo rodeó con los brazos por debajo de la camisa y quedó sin aliento cuando su mano bajó por la superficie plana del estómago, explorando, vacilante, el grado de su excitación. Con un movimiento sinuoso, él se liberó de su pantalón de baño, quedando desnudo debajo de la manta.
- Para amarte mejor, mi amor -dijo él, con una sonrisa lobuna.
- ¡Inuyasha! -Aome intentó escapar, pero él le bloqueó la retirada frotando la cara contra su cuello.
- Creo que debemos seguir donde abandonamos nuestra discusión en tu apartamento. Aunque no sigas trabajando en el Shikonpress, te daré una entrevista muy exclusiva.
- Inu, no... Quiero olvidar todo eso... -Las piernas estaban entrelazadas y los labios de Inu habían encontrado el área sensible debajo de la oreja.
- Garantizo hacerte olvidar el sufrimiento, olvidar todo... A todos... menos a mí -prometió él, antes de posesionarse de la boca, introduciendo la lengua entre los labios abiertos mientras ella acataba su dulce victoria y respondía con ansia.
Ambos se deseaban. Aome se preguntó por qué debía huir. Casi lo había perdido una vez. Gozaría el momento aunque debiera perderlo al fin.
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Huye ante el viento |Adaptación (Inuyasha)
FanfictionHacía mucho tiempo que ningún hombre la hacía sentirse como una mujer. Pero Inuyasha Taisho, el entrenador de Cleveland Warrior, amenazaba con derretir el castillo de hielo de Aome al primer encuentro. De pronto todo se iluminó entre la hermosa peri...