Capítulo 10

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- Inuyasha, lleva a Aome a su casa. ¡Sácala de aquí antes de que suceda algo más! -La voz de Miroku perforó la noche.- No te preocupes por ese sujeto. No está en posición de hacer ningún problema. Todos vimos cómo te atacó. -El grupo asintió.- Aquí tengo la memoria -le confió a Aome en voz baja-. Todo saldrá bien.

Aome apenas oyó las palabras de Mirk al ver que la sangre seguía manando de los labios de Inu. Aún en la penumbra podía vislumbrar la mancha oscura en la camisa.

- Vamos -ordenó Inu, tomándola de la mano e ignorando a los presentes al cruzar la terraza.

Aome continuaba aferrando el bolso de raso mientras esperaban en silencio la llegada del auto. No se preocupó por su abrigo ya que si Miroku se olvidaba de reclamarlo, Sango se lo haría recordar. Cuando la brisa rozó sus hombros desnudos volvió a tiritar. El vestido escotado no le brindaba mucha protección. Inu dejó escapar un gruñido de impaciencia y se despojó de la chaqueta para colocársela sobre los hombros.

- ¡Póntela! -le ordenó, el tono no le dejó alternativas y permitió que la envolviera con ella.

Salieron del estacionamiento y recorrieron las calles residenciales. Al principio Aome no reconoció el trayecto, pero muy pronto vio que se acercaban a Gates Mills donde Inu tenía su residencia. Aome se sintió intrigada, pero un rápido vistazo al perfil decidido de Inu silenció cualquier pregunta. El auto se detuvo en el camino privado. Otra vez Inu abrió la portezuela sin decir palabra y la tomó de la mano con firmeza. La puerta de la casa se abrió dando paso a un amplio salón donde brillaba una lámpara que destacaba la escalera y los recoldos de la estufa. La puerta se cerró de golpe detrás de ellos, retumbando en el silencio de la casa.

- ¡Me cambiaré de ropa, no soporto este traje de mono! Si no quieres esperar, llamaré un taxi.

Las palabras ridiculizaron la incertidumbre que reflejaba el rostro de Aome y ella meneó la cabeza. La ira de Inuyasha no se había calmado con el paseo.

- Sólo otra noche maravillosa...

Aome dejó caer el bolso sobre la mesita y tomó las manos que seguían tironeando de la corbata. Las miradas chocaron y ella bajó los ojos. Rápidamente aflojó el nudo y le sacó la corbata. Al ir desprendiendo los botones de la camisa, pudo sentir la furia de Inuyasha. Le soltó los gemelos y los arrojó sobre la mesita.

- Tienes sangre en la camisa -susurró.

- Nunca podrás ser la esposa de un jugador de fútbol -replicó él, asiéndola por los hombros.

- Tú no eres jugador... eres entrenador. Se supone que los entrenadores no... -Aome reprimió un sollozo, odiándose por permitir que él pudiera herirla con las palabras.

- No se supone que los entrenadores armen un escándalo en una cena de etiqueta -concluyó él, dejando caer las manos-. No tengo derecho a avergonzar a la familia Higurashi en la celebración más importante -agregó con frío desdén.

Aome retrocedió ante su furia, tratando de interpretar las palabras y los sentimientos de Inu. Se sacó la chaqueta que aún la abrigaba y la dobló sobre el respaldo de una silla.

- No pertenezco a tu mundo, Aome. Estoy fuera de lugar en él. Ni siquiera puedo comportarme como un caballero. Este pequeño altercado nos volverá a ubicar en las primeras planas -continuó él.

Se acercó a él y las lágrimas afloraron a sus ojos al acariciar la piel lastimada de Inuyasha.

- No llores, Aome. Todo estaba olvidado y yo volví a lanzarlo a la notoriedad. Quería esa memoria. Yo no...

- Le dijiste al fotógrafo que no éramos amantes. Parecías enojado.

- No deseo leer lo que siento por ti en algún pasquín chismoso. Quiero susurrártelo al oído cuando te tengo entre mis brazos. Decírtelo sin palabras, y ahora arruiné todo.

Ella lo silenció acariciándole los labios doloridos. La felicidad la embargaba.

- Todo está bien ahora -lo reconfortó-. Mirk manejará el asunto sin dificultades. No te preocupes. Yo no estoy preocupada. Pero dime, señor Taisho, ¿qué deseabas susurrarme al oído?

Con un gemido sordo, Inuyasha la tomó en sus brazos y le cubrió la boca con los labios. Ella lo abrazó sintiendo sólo la fuerza avasalladora de su pasión. El universo giraba manteniéndolos en su centro bajo la luz de la luna.

- Es muy tarde y mañana tendrás un día agotador... Debería marcharme -murmuró Aome con el resto de cordura que le quedaba.

- Es demasiado tarde para eso, señorita Higurashi. Te amo, Aome. No puedo dejarte ir otra vez. Te amo.

Aome apoyó la cabeza sobre su hombro. Las emociones vividas la habían debilitado. Él la amaba como ella deseaba amarlo. Pero una vez había creído amar y había estado equivocada. ¿Estaba enamorada del amor otra vez? Debía arrancarse del calor del abrazo y enfrentar la fría realidad de la noche. Debía hilvanar sus pensamientos y dictaminar acerca de sus propios sentimientos antes de ilusionarse. Pero le era imposible; el roce de las manos de Inu la estremecían de placer, drogando su voluntad. No lograría huir mientras los besos le quemaran los labios y el aroma viril embotara los sentidos. Sólo le restaba una dulce rendición. Inuyasha la alzó en sus brazos y Aome se colgó del cuello deseando permanecer así para siempre. Él se dirigió hacia la escalera llevándola sin esfuerzo a la planta alta.

- Inu, no hagas esto... bájame. No podemos... no he sido más que un problema para ti. Te he costado demasiado. La multa, la publicidad...

- Ya te avisaré cuando la factura sea demasiado elevada, señora.

Lanzando un suspiro Aome se rindió. Inu la dejó al lado de la cama en la alcoba bañada por la luz de la luna.

- Te necesito, Aome. Te quiero conmigo aquí y ahora. Di que sí. -La voz no exigía una respuesta pero ella contestó:

- Quiero quedarme, Inuyasha. Quiero estar contigo y deseo que me ames. Ahora.

Sus dudas se desvanecieron como una bandada de pájaros en el horizonte. Inu desprendió el broche del hombro y el vestido se deslizó hasta el suelo. Las leves prendas de seda que le cubrían el cuerpo no presentaron obstáculos para las manos inquisidoras. Aome se alejó unos pasos con la piel sensibilizada por las caricias, para que Inu admirara su cuerpo radiante. Luego se descalzó y se sintió pequeña a su lado.

Él comenzó a desvestirse como si saliera de un trance. La atracción del cuerpo vigoroso la hechizó y comenzó a ayudarlo. Le sacó la camisa con movimientos lánguidos y recorrió el torso con las manos, disfrutando del juego que hacían los músculos flexibles bajo la piel bronceada. Se incorporó para besar la columna de la garganta, gustando la piel salobre y respirando su perfume varonil.

Huye ante el viento |Adaptación (Inuyasha)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora