Capítulo 5.3

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Ella no podía eludirlo indefinidamente y no tenía intención de promover un espectáculo para los otros inquilinos. Abrió la puerta. La irritación de Inuyasha dejó paso a la vacilación al observar las suaves curvas del cuerpo cubierto aunque no disimulado por la bata.

Cuando los ojos vagabundos retornaron al rostro, ella preguntó, fría:

- ¿Deseabas hablarme?

Él dio un paso adelante, con una sonrisa jugueteando en sus labios. Su presencia pareció llenar el cuarto en penumbras con la energía de su personalidad.

- ¿Cómo llegaste hasta aquí? -continuó ella.

- El portero es un admirador de los Guerreros y, por casualidad yo tenía dos entradas en el bolsillo. Espero que no lo delatarás por esto.

- No, desde luego que no.

Inu se sacó la chaqueta de cuero sin esperar una invitación y la tiró descuidadamente sobre una silla. Se alisó el cabello plateado que aún brillaba por las gotas de lluvia. Ella lo guió hacia la sala, acercándose a la chimenea encendida.

- ¿Qué deseas? -Ella se volvió para encararlo, hundiéndose en el sofá al sentir que las rodillas temblorosas amenazaban su estabilidad.

- ¿A dónde corriste el domingo? Te pedí que me esperaras. -Inu se recostó contra la repisa de mármol de la chimenea.

- No tienes derecho a ordenarme nada. Me avergonzaste delante de los medios, me sacaste de allí como si fueras un hombre de las cavernas y luego esperabas que te aguardara mientras bromeabas con los muchachos de la prensa. ¿Contesta esto tu pregunta? -Las palabras eran heladas y tenía esperanzas que él se fuera antes de descubrir que ansiaba sus caricias. ¡No podía funcionar! No tenía nada que ofrecerle.

- Tenía la impresión que te debía una disculpa, señorita Higurashi. -La sonrisa había desaparecido ante la frialdad de Aome-. No tuve derecho...

- Por cierto que no, en absoluto.

Ella se aferraba a su enojo, pero éste iba desapareciendo a medida que hablaba. El poder de Inu aumentaba en cada encuentro. Observó que la tensión que lo dominaba comenzaba a disiparse. De pronto vislumbró un destello de la voluntad de hierro en los ojos de terciopelo que no había podido observar antes, por la arrogante actitud de su cabeza.

Él notó la vacilación de Aome y esbozó nuevamente una sonrisa. El corazón de ella comenzó a latir desenfrenadamente. Él jugueteaba como un gato con un ratón. Estaba decidido a romper las barreras que ella levantaba como defensa.

- Lamento las insinuaciones que hice en la fiesta de la semana pasada, pero no me disculparé por haberte sacado del vestuario. Pensé que no pertenecías a ese lugar, y todavía lo creo.

- ¿Adónde debo estar, señor Taisho? -inquirió Aome-. ¿En la cocina? Eso está un poco pasado de moda, ¿no te parece?

- Sí, pero yo tengo una cantidad de ideas pasadas de moda con respecto a ti.

Sus palabras reavivaron el enojo de Aome y una emoción que tuvo miedo de analizar. El temblor de sus rodillas se extendía a todo su cuerpo y ya se reflejaba en su voz.

- La semana pasada me acusaste de entrevistar a la gente acostada en la cama y el domingo trataste de protegerme de unos hombres envueltos en toallas. Ese comportamiento no es muy coherente.

- Intento disculparme por mis acciones en la fiesta -Inuyasha apretó los puños.

- Es muy tarde. No pretendo continuar esta discusión por más tiempo -declaró Aome-. Aceptaré tus disculpas si luego te vas, lo cual significa que te marchas de inmediato.

No deseaba que se fuera, quería olvidar todo lo que había pasado entre ambos por el bien de los dos. Recorrió el rostro de Inuyasha con la mirada, se detuvo en los labios, la línea fuerte de la mandíbula y por fin, en el espeso cabello plateado, ansiando acariciarlo. Inconsciente de que sus sentimientos se reflejaban en sus ojos, se levantó y comenzó a ir hacia la puerta.

Él la alcanzó y con un rápido movimiento, la atrajo a sus brazos para besarla con pasión. Aome se tensó, pero él no aflojó el abrazo. Le acarició el cabello y las manos descendieron por la espalda, presionándola. Entonces Aome dejó de luchar. Ansiaba sentir cómo el calor generado en su interior la invadía, aturdiéndola. Anhelaba sentir como mujer, la mujer que este hombre necesitaba. Respondió al beso con pasión desenfrenada. Las lenguas se encontraron en un duelo erótico, enviando relámpagos de placer que ella recibía hambrienta y devolvía ansiosa. Él quebró el exquisito contacto por un momento y ella le mordisqueó el labio inferior, exigiendo el reencuentro. Él volvió a tomar el mando y, besándola con arte consumado, le robó el aliento una vez más.

Aome sintió bullir la sangre. Sus dedos se movían sensuales sobre el torso musculoso, pidiendo amor. Amame, hazme sentir plena, parecían susurrar esas manos que recorrían la espalda del hombre, como si pertenecieran a un alma perdida en el silencio eterno.

Por un rato, él la rodeó en un abrazo amoroso, como si presintiera el temor que la apresaba. Luego hundió el rostro en el cuello de Aome y besó, suave, la fragante dulzura de su cabello.

- Desde el primer momento en que te vi, he estado hablando solo, actuando como un tonto, diciéndome una y otra vez, aléjate de ella -murmuró él contra sus labios-. Tenía razón. No he sido capaz de alejarte de mi mente.

- Si me hubieras ignorado el domingo, ya estaría fuera de tu vida para siempre -respondió ella, suplicando con la mirada que no la ignorara ahora.

- Es demasiado tarde para eso. ¿Sabes acaso cuánto hace que no siento esto por una mujer? -Inu deslizó las manos debajo de la bata y le acarició la piel, sin esperar respuesta. Al llegar a los senos, trazó el contorno de los pezones con los pulgares, mientras los labios le recorrían la garganta. Aome se estremeció ante la turbulencia ciclónica que creaban esas caricias y se aferró a él cuando Inu la depositó sobre los almohadones del sofá, tendiéndose a su lado.

Huye ante el viento |Adaptación (Inuyasha)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora