-Un café para la mesa 3, Vanessa
-¿Qué mesa 3 ni que mierdas? Aquí las mesas no están numeradas - susurré mientra cogía una bandeja y posaba la taza de café y me dirigía hacia la mesa que me indicaba mi compañera.
Dejé el café encima la mesa que ocupaba un hombre joven que leía un periódico. Volví al mostrador y seguí estudiando. Últimamente no tenía mucho tiempo para hacerlo, ya que quedaba poco tiempo para los exámenes y debía aprovechar cualquier ocasión para repasar.
Una hora después, terminé mi jornada y me fui a cambiar. Nuestro jefe, un niño malcriado que le dió la gana de abrir una cafetería en medio de Nueva York para fastidiar a su padre; un día decidió que debíamos llevar uniforme, un vestido demasiado corto para mi gusto, pero no te podías quejar porque te echaba inmediatamente a la calle. Me puse mis vaqueros, una camiseta y la sudadera encima y por último los playeros. Fui hacia un espejo enano que teniamos a un lado de la pared. La Vanessa que ví en el espejo no era la que recordaba. Mi pelo, normalmente siempre estaba lleno de volumen, hoy caía lacio. Debajo de mis ojos marrones había unas ojeras muy oscuras.
-Necesito vacaciones ya - susurré
Cogí mi mochila y saqué las llaves del coche. Me despedí de mi compañera y fui al coche. Allí, busqué mi teléfono, tenía varias llamadas perdidas de mi compañero de piso. Bufé y le llamé. Contestó al tercer timbrazo.
-¿Dónde estás?
-Ah, hola Pablo, ¿cómo estás? Eso es lo primero que se suele preguntar y tal - escuché que refunfuñaba por lo bajo - acabo de salir ¿por qué?
-Me tienes que venir a buscar al gimnasio ahora mismo.
-¿Ha pasado algo?
-Ven por favor.
-En 15 minutos estoy allí - y dicho esto me colgó - ni las gracias dá.
Guardé el móvil y arranqué el coche. Tuve la mala suerte de encontrarme todos los semáforos en rojo. Llegué al gimnasio diez minutos más tarde de lo que había predicho, apaqué y me introduje en el edificio. Encontré a Pablo en uno de los sillones de la entrada, me acerqué y le toqué el hombro.
-Dijiste 15 minutos y has tardado el doble.
-Bueno, chico, no tengo la culpa de que los semáforos me odien. Podías tener tu propio coche, sabes. Ya eres mayorcito para tener niñera.
Pablo resopló.
-Voy a por la mochila.
Asentí. Me dirigí a la sala de estrenamiento. Ví algunas caras conocidas.
-Eh rubia, ya se me había olvidado tu preciosa cara - gritaron desde una esquina.
Me giré y encontré a Erik, era uno de los entrenadores de boxeo. Era un chaval muy alto y fuerte, puro músculo. Tenía el pelo rubio cortado como un militar, los ojos azules oscuros y una sonrisa preciosa con los dientes perfectos. Físicamente era como un dios griego, el hombre perfecto para toda mujer. El único problema era que era muy egocéntrico, egoísta y no trataba muy bien a las personas.
-Ya decía yo que olía demasiado a testosterona. Cada brazo tuyo produce la misma cantidad que genera un hombre normal.
-Vaya, creo que estar tanto entre libros te ha vuelto más desagradable de lo normal, preciosa.
-Algunas personas nos interesa estar estudiadas, porque ya hay demasiado ignorante suelto - dije con doble significado que no pareció notar.
-Creo que te ha crecido la cabeza de tanto pensar, rubia.

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Perro Callejero (WWE fanfic)
FanfictionNo se sabe mucho acerca de Vanessa. Es testaruda, agresiva, insegura, pero tiene claras sus prioridades. Vive con un amigo de la infancia en EEUU. Su vida cambia cuando conoce a uno de sus luchadores favoritos. Le gusta mucho su forma de hablar, cam...