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Yo era un tipo del montón. Mi altura era la promedio para un hombre con casi 34 años como yo, mi cabello castaño oscuro no se alejaba del 75% de la población masculina de Buenos Aires y alrededores, ni mis ojos salían del marrón con chispitas más oscuras, algo standard teniendo en cuenta mi ascendencia de Italia del sur.

No poseía el físico de Thor, ni el del Capitan America, por los que todas las chicas mayores de 15 años babeaban y pegaban fotos en sus carpetas escolares o ponían como fondo de pantalla en sus celulares.

Pero lo que sí tenía y era destacable, era mi "labia".

Como profesor de historia, estudiante eterno de Literatura e intento, frustrado, de escritor de poemas, tenía el don del buen léxico, de utilizar analogías inteligentes y sacar cualquier tipo de conversación a flote, aun si estaba anclada en el fondo del mar.

Mi boca era mi mejor instrumento, tanto por lo que decía como por lo que hacía con ella.

Cuando era estudiante, mis profesores aplaudían mis exposiciones y solían invitarme a congresos o eventos importantes con el objetivo de rodearme de gente de elite y de renombre. Yo, agradecía y aprovechaba esas experiencias para forjarme como un buen profesional.

Mi vida laboral era prolija y regular; tenía tres trabajos que convivían entre sí y en los cuales me involucraba a muerte. El primero, era como profesor en un colegio secundario en Recoleta, una institución de grandes recursos económicos y doctrina ultracatólica.

El segundo, era como ayudante adjunto en la facultad de Filosofía y Letras, de donde había egresado, obteniendo el puesto gracias a uno de los contactos forjado como estudiante.

Mientras que el tercero, era en una escuela nocturna en Barracas, donde asistían poco más de 20 alumnos, de entre 25 y 50 años con multiplicidad de asuntos y temas personales y sociales por resolver. Gente que tenía una vida real y necesitaba estudiar porque entendía que eso le brindaba una enorme herramienta de salida laboral.

Estructurado para vestirme, metódico hasta para ubicar mis libros en orden alfabético, era todo lo opuesto en materia amorosa.

Mis relaciones no perduraban más allá de la quinta o sexta cita siendo sólo dos, las que funcionaron casi por un año: la de Marina Schiaff, una colorada con aspecto de hippie que era un terremoto en la cama y Vicky Lopetegui, una maestra jardinera que era muy dulce, tanto, que terminó por causarme un coma diabético.

Con problemas, asumidos, al compromiso, iba de cama en cama para divertirme y pasarla bien. Algún café de por medio antes de las 7 p.m. o cerveza en un bar post 9 p.m., las excusas vías whatsapp eran monótonas y repetitivas: "Me voy de viaje por un tiempo", "No estoy pasando por un buen momento, perdoname", "Disculpame, ahora no puedo", "Este sábado salgo con amigos".

Pecaba de distante, soberbio y hasta malhumorado, pero yo no prometía nada y la esperanza recurrente "yo voy a ser la primera que lo logre", no se ajustaba a lo que debían esperar las mujeres de mí.

Yo estaba bien sin una pareja estable.

Tampoco era tan tonto de no asumir que me gustaba hacer cucharita por las noches o sentir esa complicidad única en la que un mínimo chiste podía despertar una chispa especial, pero la estabilidad amorosa, no era lo mío.

― La puta che...se me hizo re tarde. ¿Por qué no me despertaste? –Mani era mi mejor amiga desde hacía 16 años y con quien convivía desde más de una década atrás.

Impuntual, desbolada con la casa pero responsable en lo que refería a los números, se acababa de quedar dormida. Puteando a Dios y a María Santísima, bebió algo de mi café.

No lo escupió de casualidad, ya que yo necesitaba de cafeína bien fuerte para arrancar el día mientras que ella se conformaba con un mate cocido lavado y aburrido del que tomaba solo la mitad.

― ¿No te pusiste la alarma del celular? –supuse que la respuesta era no y mordí mi tostada con toda la tranquilidad que a ella le faltaba.

― No, se me quedó sin batería... ¡encima eso! –acerté. Descolgando un abrigo del perchero próximo a la puerta de salida, se acercó para darme un beso en la sien y advertirme que llegaría por la tarde.

 Descolgando un abrigo del perchero próximo a la puerta de salida, se acercó para darme un beso en la sien y advertirme que llegaría por la tarde

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Loft - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora