― Entonces, ¿ella es la correcta? —acababa de confirmarme que quería probar cómo funcionaría la convivencia con Vanesa. Haciendo involuntariamente un bollo de papel de mi corazón, mi amigo avanzaba en dirección opuesta a la mía.
Sin embargo, todo me sonaba a manotazo de ahogado. Por una extraña razón no parecía convencido sino más bien propulsado por la necesidad de complacer un reclamo recurrente: su rechazo a formalizar con alguien.
Transformándose en un arma de doble filo, mis palabras tenían un peso inimaginable y contra la puerta de entrada, nos sacamos chispas.
Sin verlo venir, él me mordisqueó el labio y yo, le confesé que no quería que se fuera nunca más de mi vida.
Chocando con cada mueble, atolondradamente, avanzamos rumbo a mi habitación, adonde continuamos desdibujando los límites de la amistad incondicional.
Apurados, calientes, él se puso de rodillas en el piso para besar mi entrepierna y darme un placer voraz y necesitado. Mis pechos chocaban en su frente; a menudo, el dividía su atención entre mis senos y mi ardida feminidad.
Sin embargo, no podíamos seguir adelante de este modo.
Él estaba de novio, con planes de convivencia y no era justo que mis indecisiones lo arrastraran a cometer un acto que nos dejaría a mí con el alma estallada y a él, con la culpa carcomiéndolo por dentro.
― Hey...Mani...¿qué pasa? —se puso de pie, dándome pequeños besos.
― No soy gay......—llorando desconsoladamente, liberé mi tesoro mejor guardado.
― ¿Qué? ¿Qué?¿Por qué lo hiciste? —su voz fue gruesa, oscura, desconcertada.
― Porque vos siempre dijiste que no existía la amistad entre el hombre y la mujer —respondí con poco argumento, arrojándole la responsabilidad de mi cobardía previa.
Matías pareció flexible en un comienzo, hasta que, de a poco, fue ordenando las piezas en su cabeza. Desilusionado, pensativo, se marchó ante mi pedido, sin objeciones ni cuestionamientos.
Maldiciendo mi inexistente valentía arrojé un almohadón furiosamente contra la puerta; lo único que deseaba era pedirle perdón en mil idiomas a mi amigo y no unas tibias disculpas, como acababa de hacer, pero con la mano en el picaporte de mi puerta, escuché el estruendo de la suya, finiquitando cualquier posibilidad de acción.
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Para cuando amanecí, no había rastros suyos. Como nunca, él había dejado la puerta de su cuarto abierta confirmándome que no estaba allí.
Cayendo rendida en algún pasaje de la noche, no registré cuándo se habría marchado.
Estaba sola.
Sola frente a su habitación.
Sola frente a la oportunidad de entrometerme en su intimidad.
Motivada por la culpa, por la curiosidad, entré.
Como era lógico yo había entrado a su cuarto mil veces, incluso, había pensado en como acomodar los muebles apenas supe que vendría a instalarse a Buenos Aires. Yo sabía la historia de cada trofeo de tenis juvenil que tenía en su haber y la importancia de la camiseta de Huracán enmarcada y colgada sobre el respaldo de su cama, firmada por todos los jugadores que estuvieron a punto de ganar el campeonato del 2009.
Las cortinas pesadas ocultaban el paso de las nubes espesas de Barracas; ordenado milimétricamente, cualquier cosa que moviera de su sitio sería detectado. Pero yo no quería husmear entre sus pertenencias sino respirar su mismo aire, rozar el calor de las sábanas de la cama desecha y escuchar el tic tac del reloj que colgaba de una de las paredes de ladrillo a la vista.
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Loft - (Completa)
عاطفيةMani y Matías son amigos desde los 18 años y desde hace tiempo, viven juntos en un Loft reciclado que Mani heredó al fallecer su abuela. Ellos no solo comparten el departamento sino además el gusto por la comida, mirar TV los viernes por la noche y...