Mani y Matías son amigos desde los 18 años y desde hace tiempo, viven juntos en un Loft reciclado que Mani heredó al fallecer su abuela.
Ellos no solo comparten el departamento sino además el gusto por la comida, mirar TV los viernes por la noche y...
"Torrente" era una de esas películas de bajo presupuesto y pobre calidad actoral, pero que tenía un magnetismo tan absurdo como necesario para anestesiar el cerebro de cualquiera que sintiera que estaba en problemas.
Como era mi caso.
Riendo a carcajadas, incluso con alguna lágrima perdida en manos de lo bizarro, Mani evadía cualquier intento por hablar de lo sucedido la noche anterior, en la misma mesada en que hoy había amasado estas pizzas de ensueño.
Yo no podía dejar de mirarla, de ver su boca moverse al masticar, de memorizar los vértices de sus labios al reír genuinamente y de imaginar sus uñas pintadas de negro clavándose en mi espalda, una noche de éstas.
Disfrutando de nuestra compañía mutua, llegó la hora de lavar los trastos.
Generalmente yo era quien lavaba y ella, la que secaba.
En el afán de seguir con la normalidad que en algún momento habíamos mantenido, repetimos esa rutina.
― Tengo ganas de invitar a Vanesa a cenar...acá...si no hay drama —le paseé un plato mojado. Ella lo secó con el repasador en cámara lenta.
― Está bien. Decime cuándo y te dejo el depto disponible —se mostró atenta, incluso, simpática.
― No, quiero presentártela. Quiero que comas con nosotros.
Aún con el plato entre sus manos, se quedó estática.
― ¿Querés que la conozca?
― Sí.
― O sea...¿va súper en serio la cosa? —fue buena actriz, no supe dilucidar que le pasaba por la cabeza.
― No sé si súper, pero va bien. Me gusta, es buena mina y me interesa para algo más.
Fiel a su estilo, Mani dio una carcajada grotesca.
― No creí estar con vida para escuchar esto —secándome las manos con otro trapo, le arrojé éste último en la cara —. Me pone contenta que estés bien con alguien...aunque no seas tan prolijo...—se sonrojó, tímidamente.
Movilizado por una corriente abrupta la rodeé con mis brazos y besé la cúspide de su cabeza; ella rompió en llanto y la mecí, con mi cuerpo como eje.
― Soy una tonta...
― Shhh, no cargues las tintas sobre vos sola. Nos mandamos una cagada terrible, pero ya está. Ya pasó... —acaricié su mejilla y la instigué para que me mire —. Lo que pasó fue raro, pero si no querés hablar del tema, no voy a insistirte.
Ella asintió con la cabeza y limpió su nariz con una hoja de papel de cocina.
― Decíle que puede venir cuando quiera —dijo.
― Pero pedimos algo, no quiero que cocines.
― No, ¡eso jamás! Yo cocino, no se habla más del tema —pizpireta, se puso en puntas de pie, rodeó mi cuello con sus brazos y me dio un beso en la sien, con nuestro código interno, en apariencia, a resguardo.
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