47

702 157 29
                                    

Encontrándonos en el primer departamento que elegí, le di un beso en la mejilla

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Encontrándonos en el primer departamento que elegí, le di un beso en la mejilla. El vapor frío salía por su boca como chimenea.

Aprovechando que Vanesa había viajado a Córdoba para ver a sus padres para quedarse un par de días por Semana Santa, yo había arreglado con mi amiga en visitar futuros "niditos".

Esperando por el agente inmobiliario, charlamos de la zona, del práctico acceso a mi trabajo y de lo que quería encontrar en este nuevo sitio.

Para cuándo llegó Isabel, la mujer de la agencia, entramos a un departamento de la calle Agüero con menos luz de la que se podía ver en las fotos. Sin demostrar descontento, sino guardándonos las críticas para debatir más tarde, recorrimos los 46 m2 con rapidez.

Mani tocaba las paredes, abría los grifos del baño, hacía correr las puertas de los placares y subía y bajaba las persianas

― Es un lindo lugar, bien ubicado y fue reformado hace poco. También tiene pintura nueva y se pulieron los pisos —señaló la señora, por detrás de nosotros.

― La cocina es un poco chica. Y no tiene conexión para lavarropas —indicó Mani con acierto. Yo continúe sin gesticular.

― El balcón es cómodo —agregó Isabel obviando lo citado por mi amiga —entran una sillita y una mesa pequeña. Para dos personas, está muy bien —señaló sin conocer nuestra terraza de casi 40 m2.

La segunda, la tercera y la cuarta propiedad contaron con la misma suerte que la primera, a juzgar por el análisis de Mani, todos los departamentos tenían un detalle, una falencia que los hacia imperfectos y poco dignos para mí.

Sin embargo, el último que vimos era bastante parecido a lo yo que buscaba; un poco más caro que los anteriores, era un dúplex cuyo dormitorio se encontraba en un entrepiso y la ventana iba de piso a techo, permitiendo el paso de la luz en un cien por ciento. Parecía un trocito del loft donde vivíamos ahora.

― Me pediste mi opinión, ya la tenés. Ninguno me convenció tanto —frunció la boca.

― Ninguno va a ser como éste, ni en superficie, ni en comodidad. Pero es hora de tener mi propio espacio —admití con determinación.

― Lo sé, por eso no quiero que te conformes con ir a una tapera que tenga solo una raja de luz; no quiero que te quedes en el primer lugar que encuentres.

― No exageres, vimos varios...de todos modos, tengo algunos más agendados para estos días.

― Matute...—Mani se acercó, melancólica— es cierto que nuestra amistad está en un punto incierto. Creo que no hace falta decir por qué —pestañeó con vergüenza —pero no es para que salgas corriendo ya mismo de acá. Yo no te estoy echando.

― Claro que no —la miré a sus ojos con profundidad, grabando en mi cabeza sus rasgos, sus pequeñas cicatrices de varicela, sus lunares y sus labios gruesos y pintados de rojo —pero...pero le propuse a Vanesa venir a vivir conmigo. Probar...no sé...

Mani empalideció de golpe, transfigurando su rostro.

― ¿Ya? ¿Tan pronto?

― Llevamos algunos meses juntos y somos adultos. Si la cosa no funciona, taza, taza y ya está. Mientras tanto, vamos a ir viendo qué onda.

― Entiendo —bajó su mirada.

― Muchas veces me criticaste por ser un timorato en cuestiones amorosas, por ser un cobarde y rechazar el compromiso. Creo que es el momento de dar el gran paso.

― Entonces, ¿ella es la correcta? —su pregunta desdibujó mi esfuerzo por creer en mi propio discurso. Desde luego que no estaba seguro.

― ¿Y cómo se sabe si es la correcta? —me sinceré.

― Porque no tendrías necesidad de hacer esa pregunta, siquiera —expuso mi incertidumbre—. Siento que te pierdo y no puedo hacer nada por retenerte —fue su momento de desnudar confesiones entre sollozos y voz rota.

― No, Mani. Jamás dejaremos de tenernos el uno al otro —la arrinconé contra la puerta de nuestro departamento. Aún estábamos en el pasillo, sin entrar a la casa.

― Sé que no le caí bien —adivinó.

― Dejá de decir pavadas.

― Matu...

― ¿Qué? —pregunté a su puchero, a su boca carnosa y tentadora. Tragué duro.

Su cuerpo y el mío estaban muy cerca, tanto, que podía sentir el latido vibrante de su corazón; impulsivo, me rendí ante nuestras confusiones y en un solo movimiento la tomé por la nuca y estampé en su boca un beso furioso.

Dejándonos sin aire, aprisionando el oxígeno entre ambos, jalé de su labio inferior pidiendo respuestas concretas.

― No quiero que te vayas. Nunca —me dijo y jugando de manos, dominé la llave y abrí la puerta.

 Nunca —me dijo y jugando de manos, dominé la llave y abrí la puerta

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Loft - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora