Mani y Matías son amigos desde los 18 años y desde hace tiempo, viven juntos en un Loft reciclado que Mani heredó al fallecer su abuela.
Ellos no solo comparten el departamento sino además el gusto por la comida, mirar TV los viernes por la noche y...
― ¿Qué es esto? –agité algo parecido a un panfleto, el cual estaba en la mesa.
― Una de las chicas del curso de repostería de los sábados festeja su cumple en un bar. Es temático.
― ¿Temático? ¿De disfraces? ¿Vas a ir? –la atosigué a preguntas y empiné mi Budweiser helada. Tal como me gustaba.
― Ni en pedo. No me gustan los disfraces.
― ¡No seas aburrida! ¡Dale! ¡Andá!
― No quiero. Además hay que ir con pareja –se desinfló, cayendo como bolsa de papas en su sillón con esa sopa espantosa de pote de plástico que tanto le salvaba la cena cuando se sentía deprimida por algo y no quería prepararse comida.
O sea, la cosa era grave.
Pensé un momento. Mani estaba triste por una razón que yo no terminaba de descifrar y ella, de mostrar.
― ¿El problema es que no sabés qué ponerte o con quién ir? –filosofé, a su lado. Le acaricié los pies y comencé a masajeárselos. Ella ronroneó como gato en celo, inconscientemente. Las aletas de mi nariz se abrieron; una conducta habitual en nosotros, la de escucharnos, ayudarnos a hacer más liviana la carga del día, parecía resaltar una estimulación desconocida de mis hormonas.
― Mmmm ahora te voy a deber una...no perdés tu toque –elogió, mientras yo presionaba la zona baja de sus dedos y el arco de su pie. Lentamente, sus pies tensos se relajaban bajo mi poder.
― Ya me la cobraré... –bromeé y cambié el eje de la conversación para no hacerme los ratones –. Ahora, no evadas mi pregunta y respóndeme.
Ella hizo un puchero divertido.
― ¡A vos no puedo mentirte! Es por las dos cosas...
― Deduzco por tu contrariedad que tenías ganas de ir...¿Acaso hay alguna chica que te gusta? –la acorralé para que se abriera un poco más.
― No, Matute. No pasa todo por ahí...es que...hace mucho que tengo ganas de hacer algo distinto y ese grupo es re divertido –suspiró fuerte.
Pasé mis manos a su otro pie y achiné mis ojos pensando en una solución.
― ¿Y cuál es la temática?
― Piratas.
― ¡Entonces, yo no puedo faltar! –me mofé de mí mismo y más, sabiendo que ella me solía calificar como tal.
― ¡Nunca mejor dicho! –bajó sus pies del sofá, agradeció mi masaje y rebatió su torso sobre sus rodillas –. Realmente agradezco tus buenas intenciones. Pero yo soy la que no está bien consigo misma. No me hallo en ningún grupo, no consigo tener la chispa de siempre y la persona que...bueno... –su mirada azul se tornó entristecida.
Gateando sobre el sillón, la abracé.
― Mani, Mani...sos hermosa por dentro y por fuera. Ya va a llegar la indicada...
― No es tan fácil... –tragó, mirándome profundamente.
Por un instante quise olvidarme de todo y besarla como cuando nos quedamos mirando el amanecer frente al Nahuel Huapi, en el centro cívico de Bariloche y ambos estábamos con bastante alcohol encima y su orientación sexual no estaba definida. Tenía unos labios carnosos que invitaban al crimen; no obstante, no podía darme el lujo de dejarme tentar por ellos.
Pero ahora Mani no necesitaba de más confusiones ni tontas maniobras de salvataje emocional.
― Hagamos lo siguiente –propuse, acunando su rostro de porcelana –: vamos a ir juntos. Yo me encargo de los disfraces.
― Estás re loco...
― Para nada. Yo también tengo ganas de divertirme y nunca fui a una fiesta de ese tipo.
Ella asintió, bien sabía que estaba diciendo la verdad.
― Además, como te dije, soy pirata por naturaleza. ¿Quién te dice no encuentre alguna doncella para llevar en mi Perla Negra? –enarqué mi ceja.
― Deja de hacerte el galán, Jack Sparrow, que a vos ya te amarraron el ancla.
― ¿Lo decís por Vanesa?
― Y si, por ella. ¿Por quién otra? –sacándome la lengua se puso de pie, pero con un semblante aun apagado –. Está bien, vamos, pero volvemos juntos. Nada de dejarme a mitad de camino porque te enredaste en el miriñaque de alguien –advirtió, conociéndome como la palma de su mano.
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