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Al día siguiente de nuestro exabrupto en su habitación, me levanté dolorido. Física y emocionalmente. Un mensaje temprano de Vanesa me despertó.

Era jueves santo y maldije empezar el día tan molesto y desganado.

Para cuándo me levanté a desayunar, Mani continuaba en su habitación; algo lógico a juzgar que el restaurante recién abría por la noche y necesitaba descansar previendo que era feriado y que mucha gente acudiría a su negocio.

Más sereno, sin la calentura de tener su cuerpo rozando el mío, me pregunté si acaso todo era falso. No solo su sexualidad.

Pasando saliva con cierto resquemor, intensificar la búsqueda de un nuevo lugar para vivir y tomar distancia era el mejor plan hasta entonces por lo que salí a caminar con el frío quemando mi garganta.

La avenida despoblada, los parques vacíos y la sensación de fraude en mi paladar se agolparon en mi cabeza hasta convertirme en un paranoico.

Comencé a trotar, como en algún momento de mi juventud. Tragando desilusión, resignación, dudas...replanteos...todo parecía real y mentira a la vez.

Había estado muy cerca de atropellarme con mis propias palabras y decirle que la amaba desde el momento en que se había parado frente a ese pibe idiota de Bariloche, cuando lo amenazó con denunciarlo porque estaba repartiendo paquetitos con droga adentro del boliche y estaba armando bardo.

Yo había estado a punto de entregarle mi corazón entero a una mujer que había ocultado sus sentimientos a expensas de una mentira que me dejaría en ridículo muchas veces.

Algo furioso intensifiqué el trote y como poseso, aumenté el ritmo. Mi corazón golpeaba, literalmente, las paredes de mi pecho con furia.

Me detuve cerca de un árbol donde me apoyé para tomar aire y recordar que no era inteligente acudir a esta práctica si era conducido por una corriente de ira reprimida y no por recreación deportiva.

Los mensajes con Vanesa me trajeron a la realidad y me sirvieron para despejar la mente. Sin embargo, pensar en que al volver al loft me cruzaba con su dueña, me fastidiaba.

Con el ceño fruncido, arrojé las llaves sobre la mesa de la cocina, abrí la heladera y bebí media botella de agua de dos litros de golpe.

Mani se estaba duchando con la puerta entreabierta, una práctica habitual, ya que siempre que estaba sola quería permanecer alerta a los ruidos externos.

― ¿Sos vos, Matías?

― Seeee —arrastré mi afirmación, molesto.

El agua seguía cayendo a lo lejos.

Pasando frente a su baño, me detuve. Un halo de vapor salía desde dentro, y como una poción mágica, me atrapó.

Me quité la remera empapada de transpiración por sobre la cabeza, hice que mis pantalones descansaran repentinamente en el piso y coloqué mis calzones sobre la tapa del inodoro.

Hambriento, confundido y dolido, corrí la cortina de la ducha y la tomé desprevenida.

― ¿Qué... Qué haces acá? —gritó histérica, tapándose sus partes íntimas como pudo.

― Terminando lo de ayer —la empujé contra los azulejos húmedos y de rodillas, comencé a saldar mi deuda.

Sin interponer obstáculos, ella recibió mi intromisión.

Retorciéndose bajo el agua, se sostenía dificultosamente, presionando sus palmas contra la pared. Saboreándola, sabía que me ganaba el infierno al hacerla estallar en mi boca.

Sin darle tregua me puse de pie, sujeté sus muñecas y me apoyé contra su espalda. Evitando una grave caída, afirmé mi pie en la banquina de la ducha y mientras una de mis manos se aferraba a su pubis ardiente la otra exigía respuestas al ponerse en su cuello y volcarle la cabeza hacia atrás.

La penetré duro, fuerte. Amenazante. Inconsciente.

No hubo protección.

No hubo miramientos.

No hubo escapatoria.

Como un animal herido, busqué refugio en su cuerpo.

Dentro de ella, finiquité mi raciocinio.

Un grito gutural acompañó mi desventura y mi estrepitoso fin.

Mis fuerzas cedieron, permitiendo que ella pudiera girar lentamente hasta quedar frente a mí.

― Perdón por haberme portado tan mal —asumió.

Enredé mis manos en su pelo y le di un beso intenso y voraz, del que ella se escapó antes de terminar.

Desnuda, fue a trompicones hasta su cama y se puso una remera grande, la cual se pegó a su cuerpo mojado. A pasos agigantados me acerqué desnudo y chorreando agua y me puse detrás de ella, la rodeé con mis brazos y besé su cuello sabiendo que quizás dejaba una huella.

― ¿Cómo hago para volver al principio? —confesó en un sollozo.

― Ya no hay vuelta atrás...

Yéndome del dormitorio rumbo al mío, presioné mis sienes por haberme dejado llevar por mis sentimientos y no por la razón.

Yo sabía que ella se cuidaba con píldoras por un problema ginecológico que acarreaba desee la pubertad, sin embargo, la conocía lo suficiente como para intuir que acababa de rematar su corazón a quemarropa al haberle dado esta muestra de contradicción.

Loft - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora