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― ¿No querés quedarte esta noche? —Vanesa ronroneó en la puerta de su casa.

― Me encantaría —rodeé su cintura y la atraje hacia mí —. Pero mañana al mediodía me junto con los chicos del profesorado a almorzar.

― Dale...te vas temprano de acá y ya —insistió, mordisqueando mi labio.

En otra ocasión no lo hubiera ni dudado, pero las cosas no estaban bien con Mani y no podría pegar un ojo en toda la noche si no hablaba con mi amiga y quedaba todo en orden, como siempre.

― No puedo Vane, pero te agradezco la invitación. Después organizamos bien...

― No es buen negocio no vivir solo; estás pendiente de que tu compañero te haga la gamba y se vaya.

― O que se ponga auriculares y música muy fuerte —bromeé y como era de esperar, ella echó una carcajada fuerte —. Hace frío, andá adentro y no te resfríes —le besé la nariz y ella, asintió.

Caminé unas pocas cuadras hacia la avenida y me tomé el 10, el cual me dejaba cerca de casa. No era muy tarde y la ciudad, un viernes a la noche, no descansaba.

Apostado en la puerta del departamento 307, inspiré profundo y cargué de aire mis pulmones. Quizá Mani había recapacitado y estaba del otro lado esperándome para charlar y mirar alguna película berreta que pasaran por el canal I-Sat.

Al entrar, ella estaba acurrucada en el sofá, tapada y con la TV prendida. Sin despertarla, apagué el ruidoso artefacto y me serví un vaso de agua para cuando su bostezo, rompió el silencio.

― No quise despertarte —reconocí desde la cocina tras ver que plegaba su frazada tejida.

― Está bien, igual duermo más cómoda en mi cama —aseguró sin dirigirme la mirada.

Aun irritada, pasó por delante de mí dejando su estela de perfume dulce en el aire que me rodeaba. Vestida con una remera amplia y un short negro, deduje que no tenía corpiño ya que el frío había marcado sus pezones involuntariamente.

Ese detalle, levantó mi temperatura.

― Permiso, necesito agarrar un vaso —yo le obstruía el acceso a la alacena.

Sin emitir sonido me puse de lado, observando el modo en que se ponía de pie y sus pantorrillas se endurecían al elevar su cuerpo.

― ¿Te ayudo? —fui amable, para descomprimir.

― No, gracias, puedo sola —continuó, orgullosa.

Haciendo peripecias obtuvo el vaso, abrió el grifo de agua y llenó el vaso.

― Dale che...no seamos tontos y pidámonos perdón —solté, buscando el alivio que me permitiera descansar tranquilo.

― Yo no tengo que pedir perdón de nada. No fui quien comenzó a bardear.

Rolé los ojos, estaba convencido que ella no iba a ceder ni un centímetro.

Iluminados solo por una de las luces del pasillo que conducía a las habitaciones, apenas podíamos ver nuestros rostros, pero, aunque estuviéramos ciegos, yo sería capaz de reconocer el malestar en cada uno de los músculos de su cara.

― Mani, Disculpáme. Me fui al carajo. Pero es que vos...—gruñí, empeorando la situación.

― Yo, ¿qué? —caminó descalza, hacia mí. Se puso a pocos centímetros y levantó la barbilla, buscando camorra.

― Cuando te ponés obtusa me sacás de quicio.

― ¿Ah, sí? —redobló la apuesta, sin bajar la mirada —. ¿Y qué más?

― Me ponés de la cabeza, no entrás en razones —para entonces solo quedaba un hilo de aire entre nosotros.

― ¿Y?

Y...

Y mi cuerpo, arriostrado por una fuerza primitiva y voraz, la empujó contra la mesada de madera, condenando nuestra amistad al mismísimo infierno. 

 

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Loft - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora