antología; skz

unilateralis; hyunin

Pocas veces el amor es recíproco.

Hyunjin aprendió aquello a los 16 años, gracias a su pequeña mascota.

Cuando Hwang cumplió los 13 años, sus padres decidieron obsequiarle un perrito, un pequeño spaniel tibetano.
Hyunjin siempre deseó tener una mascota, ser hijo único podía ser aburrido y triste. De todos sus amigos, él era el único que no tenía ni hermanos, ni hermanas, ni mayores, ni menores.
Él era el único que no tenía con quien discutir por nimiedades como el turno de un videojuego o la posesión de algún objeto. Por lo que siempre deseó tener al menos una mascota que le pudiera hacer compañía en esas tardes solitarias en las que lo único que podía hacer era esperar hasta que sus padres regresaran de sus oficios.

Kkami, así fue como el azabache llamó a su mascota, llegó a casa para alegrar a toda la familia.

Hyunjin se ilusionó con el vínculo que podría tener con el nuevo peludo compañero. Podrían salir a caminar todos los días después de clases, dormir juntos, jugar en casa, jugar fuera de ésta y hacer todo tipo de cosas, pero juntos.

Pero no fue así.

Kkami se adhirió a su padre, aquel hombre que alimentaba al canino cuando arribaba de trabajar al pasar las siete de la tarde. Y en realidad, el progenitor también consentía mucho al pequeño perrito, siempre lo negaba pero el único retoño de los Hwang siempre los encontraba durmiendo en la misma cama o a su padre con Kkami en sus brazos mientras le daba galletas para perros y le hablaba melosamente con un tono agudo.

Así fue como Hyunjin pasó a otro plano.

No es como si Kkami le odiase, simplemente no tenían esa relación con la que tanto soñó. Cuando él llegaba, el perro a penas y se inmutaba, sólo movía la cola en el lugar donde estaba dormido antes de su llegada.
Pero con su padre todo era diferente, Kkami olía al hombre desde que su auto se estacionaba fuera de casa, el cachorro brincaba y ladraba sin parar, le hacía toda clase de fiestas caninas cuando volvía a ver al hombre.

Su padre decía que era porque él alimentaba a Kkami y aquello causaba molestia en Hyunjin. ¡Él llenaba su plato cada mañana mientras el cachorro dormía plácidamente en el cuarto de sus padres! Su padre solía burlarse de aquello diciendo que no había forma en la que el canino supiera de aquello.
Pero eso no tenía sentido para el menor de los Hwang, él además era el encargado de bañarlo y recoger sus heces ¡inclusive le cambiaba su agua mínimo cinco veces al día! Le parecía injusto que sólo por darle un poco más de croquetas, su padre se llevase todo el cariño del canino.

Mentiría si dijese que logró acostumbrarse o que Kkami cambió con él.
Había ocasiones donde lograba dormirse con el perrito en sus brazos y se sentía feliz, como si aquella bola peluda fuese lo único que necesitara para sentirse en paz. Esos momentos siempre llegaban a su final cuando su padre llegaba y el perrito repetía el proceso de alterarse para recibirlo, despertando al hijo único y acabando con esa pequeña y momentánea felicidad.

Sin embargo, el amor de Hyunjin hacia su mascota jamás se disminuyó, ni siquiera por la constante preferencia que tenía Kkami hacía su padre.
«—Es su dueño, él le alimenta y cuida de Kkami, tiene sentido» comenzó a decirse al cumplir los 16, aún intentando acostumbrarse a no tener el amor de su perrito como le gustaría.

Hyunjin debió prepararse con eso para su futuro. Debió proteger su corazón y entender mejor que muchas veces su amor no sería un cambio equitativo. Debió hacerse la idea de que si su perrito pudo lastimarlo, también lo haría la gente. Y lo harían justo como su mascota: sin esa intención.

Yang Jeongin llegó a su vida cuando ésta tocó los 17 años.

Iluminó y se adueñó de cada partícula de Hwang. Sin poder -ni querer- evitarlo se enamoró perdidamente de él. Jeongin rápidamente se convirtió en su mejor amigo, ambos se abrieron el corazón al otro y su amistad parecía algo tan sólido como si llevasen años conociéndose. O como a Hyunjin le gustaba decir como si estuvieran hechos el uno para el otro.