Cap. #44

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La tensión en el aire era pesada y lúgubre. Tres días habían pasado desde que dejaron alas chicas a salvo, ocultas en aquella montaña, para dirigirse a un lugar bastante lejano, un lugar que aun guarda el fantasma de los recuerdo que hace ya dieciocho años les ha atormentado.

- ¿Aun nada? - Cuestionó el pelinegro con impaciencia.

- Que preguntes cada cinco minutos no me ayuda - Contestó el contrario con esfuerzo, antes de que una intensa energía chispeara, se liberara e impactara contra él, tirándolo de espaldas al suelo - Okey, necesito un descanso - Se quejó mirando como pequeños destellos aun rodeaban sus dedos.

Ya lo sospechaban, antes de llegar al lugar era conscientes de lo que estaba ocurriendo, pero se negaban a aceptarlo antes de verlo con sus propios ojos.
Una vez que las mellizas habían sido entregadas a sus nuevas familias y sabiendo que eran los únicos capaces de hacer algo, se encomendaron una tarea: El vigilar constantemente el sello de la cárcel espiritual en la que habían encerrado a los asesinos de sus mejores amigos, su familia. Jamás hubo ningún inconveniente y a pesar de que sabían que no duraría para siempre, tenían la esperanza de no estar vivos para cuando su ruptura sucediera.

Y es que con solo recordar la batalla contra aquellos monstruos era suficiente para arrebatarle la calma y si debían sincero, el saber que debían hacerlo de nuevo les provocaba esa clase de terror que te cala los huesos y te hace temblar tal cual un niño pequeño aterrado por la oscuridad.

Apretando los puños Kannon se quedo con la mirada fija en el sello. Mientras las imágenes de ese día aparecían sin piedad en su cabeza.






Arrepentidos por la pelea que habían tenido con Miyori y Bastian días antes, Admitiendo que se habían comportado con la misma madurez de chiquillos malcriados y enojados, decidieron volver a casa, dispuestos a tragarse el orgullo y esperando a que al llegar resolvieran las cosas como la familia en la que se habían convertido.

Después de todo, eso es lo que hacen las familias ¿no?: Perdonar, olvidar y seguir adelante juntos sin importar los retos que tuviesen que superar.

Por supuesto que no tenían idea de la cruel sorpresa que el destino les tenía preparada al llegar. Pronto sabrían que nunca más existiría un

...juntos...


Subieron de inmediato que algo andaba mal, algo en su interior lo advertía, al igual que el chirrido de alerta que los pájaros desde las ramas.

Mientras más se acercaban en dirección a su hogar, se hizo mucho más evidente la oscuridad en todas partes, no lo soportaron más, corrieron lo más rápido que sus piernas permitieron, pero se detuvieron en seco, solo para admirar como esta sucumbía ante el calor de gigantescas llamas que lo envolvían todo.

Kannon, si detenerse a pensarlo entró a la casa pateando la puerta que se hizo cenizas y Kottan no tardó en seguirlo. El calor era agobiante y el humo denso cubría todo, amenazando con entrar a sus pulmones y ahogarlos. Todo aquello casi fue suficiente para ocultar otro hecho, que por mucho era más alarmante que la llamas.

Cuatro distintas presencias, todas oscuras y putrefactas estaban impregnadas en el lugar y ellos más que nadie sabían a quien pertenecían. A pesar de jamas haber visto a sus portadores, era imposible confundirse: Un dolor punzante en el pecho, latidos desbocados, terrible dificultad para respirar; Todas y cada una de las sensaciones que los invadieron la noche en que Shingetsu cayó.

- ¡Sigue el rastro antes de que desaparezca! - Ordenó el pelinegro su viendo por la escalera.

- Ven conmigo.

- Voy a buscarlos. No tardaré en alcanzarte ¡Corre!

Kottan le obedeció saliendo como una flecha de ese horno, dirigiéndose al bosque que se extendía desde la parte trasera de la casa. Kannon por su parte corrió escaleras arriba cubriendo su boca y nariz, que ardían por el humo, revisó cada habitación llamando a gritos a sus amigos sin recibir ninguna respuesta de vuelta.
Fue entonces que su mirada bajó al suelo, donde un rastro de sangre se esparcía a todo lo largo del pasillo, pasando por debajo de la puerta del cuarto de las bebés, que se le habían olvidado por completo hasta el momento.

- No...

Corrió a través de toda la planta superior esquivando los escombros de techo que empezaban a caer sobre su cabeza. Abrió la puerta de un empujón. La cuna estaba volteada y el cuarto desecho, mas se sintió alivio al ver que lo había nadie allí adentro.

Un crujido se escuchó y no podía significar nada bueno, la estructura comenzó a colapsar. Si no se movía rápido quedaría atrapado bajo un montón de escombros ardientes que ni con un escudo podría librarse.

Con un salto atravesó la ventana y cayó dando una vuelta; Antes de irse dio una última mirada al lugar, en algunos minutos ya no quedaría nada que recuperar, era un caso perdido. Así que siguiendo el rastro que Kottan había dejado corrió a través del bosque y pasó a través de un portal que lo llevaría mas rápido, no le importaba gastar su energía, en ese momento no podía pensar en más nada que fuese encontrar a sus amigos y a las pequeñas, bien y a salvo.

Una quinta presencia encendió en el una luz de esperanza, eran la mellizas, lo supo por su pureza.

Sonrió al ver al peliblanco de espaldas, eso duro hasta que noto que estaba de rodillas, con la cabeza baja. Confundido se acercó y si corazón se detuvo.

No podía ser ¿Acaso estaba soñando? Si, esta debía ser una horrorosa pesadilla de la que estaba a punto de despertar. Con todas sus fuerzas quería convencerse de que era así, esto no podía ser cierto, la vida no podía ser tan despiadada como para arrebatarle lo poco que le quedaba y arrebatarle de nuevo a su familia... Pero si, esa era la realidad y la vida si era despiadada, no iban a despertar porque esa no era ninguna pesadilla, así como sus amigos tampoco lo harían, ni ahora ni nunca.

Con delicadeza Kottan tomó el cuerpo de la rubia quien reposaba sobre un charco de su propia sangre que salía de una herida en su pecho, esta en sus brazos se hizo diminuta y lucía tan delicada como la primera vez que la vio. Su piel seguía estando un poco cálida y sus ojos semi abiertos que en algún momento fueron de un precioso azul intenso, ahora estaban celestes y opacos, sin vida o ninguna expresión, sin embargo por el costado de su rostro estaba marcado el rastro de una lágrima.

Con cuidado y la ayuda de Kannon, La dejaron junto al cuerpo de Bastian que al igual que el de ella estaba lleno de heridas, demostrando como lo dieron todo hasta el final. Entrelazaron sus dedos y cerraron sus ojos: como una silenciosa despedida, pues a pesar de que volverían luego por los cuerpos, no eran más que eso, sus amigos ya se habían ido.

Ellos les habían fallado...

Una de las manos del castaño se mantenía dentro de su chaqueta, como si estuviese resguardando algo. Vieron como su amigo sostenía con fuerza un pequeño cuaderno, un diario, que en sus primeras páginas guardaba una foto.

Los habían defraudado, si, pero después habría mucho tiempo para lamentarse. Ahora tenían trabajo que hacer.

El pelinegro cerró su mano en un puño fuerte, tanto, que sus venas se marcaron y sus nudillos se pusieron blancos.

- La peste sigue en el aire - Mencionó Kottan en un gruñido, comprendiendo lo que su compañero estaba pensando. Este en silencio y tensando la mandíbula lo miró a los ojos, dejando ver el infierno que se había desatado en él.

- Esos malditos desearan nunca haber salido del averno - Bramó, Preparando su arma - Será peligroso. No tienes que venir conmigo.

- ¿Bromeas? - Cuestionó después de una carcajada casi sarcástica pero con amargura, para juntar sus manos en un firme apretón - Ahora somos un dúo, no pienso dejarte solo.

Compartieron una sonrisa, y aunque sabían que tal vez no volverían vivos, les importaba un carajo. Recuperarían lo poco que les quedaba...

Y los harían pagar a como de lugar.

¿¡Hermanas!? ♦❇Yui Komori❇♦ Una Nueva AmenazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora