Capítulo 2

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Ya habían pasado dos semanas desde mi ruptura con Kane cuando me desperté sobresaltada tocándome el vientre.

Cada noche tenía la misma pesadilla y se repetía una y otra vez como un disco rallado hasta que me despertaba. La voz de Kane sonaba en lo más profundo de mi cabeza repitiéndome la palabra "Vete" mientras yo sollozaba desesperada.

Me recogí el pelo de la cara, que se me había quedado pegado a la mejilla a causa del mejunje de sudor y lágrimas.

Linda, estabas gritando de nuevo...– susurró Reece a mi lado. Su voz denotaba la pena que sentía por mí y, aunque quisiese negarlo constantemente, sabía que estaba siendo una carga para él.

–Lo siento– sollocé como cada noche.

Noté sus brazos pasar alrededor de mis hombros y dejé que me abrazase hasta que me volví a quedar dormida.

(...)

A la mañana siguiente apenas quería mirarme al espejo, mi reflejo ojeroso y pálido me asustaba demasiado: me estaba quedando en los huesos, a pesar de que me obligaba a comer por el feto que crecía en mi interior. Por lo poco que había investigado sobre el embarazo, sabía que el bebé sufría todo lo que sentía yo, y lo último que quería es que se muriese de pena por mi culpa, así que trataba con todas mis fuerzas estar bien, a pesar de que la mayoría de las veces no lo conseguía. Aunque ya habían pasado catorce eternos días, aún no me creía todo lo que había pasado. No quería ni imaginarme que había un bebé creciendo en mi interior y que nunca iba a conocer a su papá... y ya no solo eso, sino que tampoco iba a tener a Nash como hermano.

Noté un cosquilleo en el tobillo y vi a Chocolate chupándome la pierna. Me arrodillé en el suelo mientras él seguía en su labor de bañarme las piernas.

–¿Quieres salir, Choco?– susurré, acariciándole la cabeza.

Al ver que movía el rabito de un lado a otro, lo di por afirmativo. Sabía que me había quedado sin Kane y Nash, pero al menos me quedaba a Chocolate. En muy poquito tiempo había conseguido ganarse mi corazón de lleno y siempre le iba a estar eternamente agradecida, porque se encargaba de animarme incluso cuando ni yo podía hacerlo.

En ese momento sonó mi teléfono. Mis padres se habían pasado días llamándome y yo no había sido capaz de cogerles el teléfono ningún día. Realmente esperaba que se pensasen que estaba cabreada con ellos antes de que se imaginasen que me había pasado algo. Simplemente había estado ignorando las llamadas porque tenía miedo de que se enterasen de que estaba embarazada, ya que no sabía cómo iban a actuar. Aún tenía que hacerme a la idea de que lo estaba antes de decírselo porque realmente todavía seguía sin creérmelo. Apagué el teléfono, lo metí en el bolsillo trasero de mis pantalones y salí a la calle con mi amigo peludo.

Reece había estado manteniéndose ocupado mientras yo había estado viviendo con él estos catorce días. Cada día me sentía peor por hacerle pasar por esto, es decir, sabía perfectamente que estaba evitando a Dave por mi culpa, ya que él es el mejor amigo de Kane, y yo no podía ponerle en esa tesitura durante mucho más tiempo. Necesitaba encontrar un sitio a donde ir antes de causarle más molestias.

Tras darle una vuelta a Chocolate, decidí recoger mis cosas y meterlas en la maleta mientras meditaba a dónde podía ir. Aún era pronto para ir a ver a mis padres, y no podía meter a Chocolate en la residencia de la universidad ya que no admitían animales. Además había terminado el curso hacía apenas unos días con unas notas bastante pobres y no sabía cómo iba a hacer para estudiar el año que viene. Pensar en lo que iba a hacer al segundo siguiente era de lo más agobiante.

Una parte de mi mente estaba tan atorada que no quería pensar en nada, pero la otra me insistía con ansías que no me rindiese, que cogiese el toro por los cuernos. Llevaba todos estos días haciéndole caso a la primera parte de mi cerebro y me había funcionado excepto por las noches, que era cuando las pesadillas me azotaban y mi cabeza no hacía otra cosa que pensar.

Cuando hube terminado de hacer la maleta, escuché un ruido detrás de mí. Me di la vuelta lentamente, observando a Reece entrar en su casa. Se le notaba cansado, tenía unas ojeras que podrían rozar el suelo tranquilamente y se frotaba la frente sudorosa por el calor que empezaba a hacer en Los Ángeles.

–Hola, linda. ¿Qué haces?– preguntó, fingiendo que no estaba cansado.

No era tonta, sabía que estás semanas había estado portándome fatal con él. No lo había hecho a posta, desde luego, sino que no me había detenido a pensar en la putada que le estaba haciendo al tener que cuidar de mí.

–Me voy– dije, mirando la maleta abierta que descansaba sobre la mesa del comedor.

No me atrevía mirarle a los ojos, había vuelto a ese punto de nuevo del que no podía salir y sabía que Reece, por más que quisiera, no podía ayudarme.

–¿Estás loca? ¿A dónde vas a ir?

–No lo sé– respondí más tranquila de lo que en realidad me sentía.

Se acercó a mí mirándome con curiosidad. No sabría decir si en ese momento él sabía que necesitaba encontrarme a mí misma, pero reaccionó de una manera que no me esperaba: abrazándome.

–Autumn, no tienes por qué irte– me susurró al oído –Yo estoy contento de que estés aquí.

Me separé de él y me armé de valor para mirarme a los ojos.

–Lo sé, Reece, pero no puedes detener toda tu vida por ayudarme. Ya deberías haber ido a ver a tu familia y te has quedado para cuidarme. Además que estás evitando a Dave por mi culpa y no es justo que te esté haciendo esto– dije, convencida con mi decisión.

–¿Por más que te insista no vas a cambiar de decisión, verdad?

–No, y lo sabes– respondí, forzando una sonrisa.

–Siempre que quieras voy a estar aquí, ¿vale?

Se le formaron lágrimas en los ojos, y me sorprendí al ver que era la primera vez que veía a Reece llorar. No me había dado cuenta de todo lo que le había estado haciendo. Sin haberme dado cuenta le había puesto toda mi responsabilidad sobre sus hombros y me sentía fatal.

–Lo sé. No te haces una idea de lo agradecida que estoy por todo lo que ha hecho por mí. Siento mucho haberte hecho pasar por esto– sollocé junto a él.

Uno de mis grandes defectos, o virtudes -depende de cómo quisiera verlo- era que cada vez que veía a alguien llorar, lloraba yo también. No sabía si eso se podía considerar un don o algo, pero eso es lo que me pasó. Al ver a Reece llorar no tardaron en salirme las lágrimas por los ojos.

Cuando cerré la maleta y le puse el collar a Choco, tuve la sensación de estar viviendo lo mismo que viví hacía tan sólo dos semanas, cuando había tenido que irme de casa de Kane, lo que hizo que me diese una punzada en el corazón.

Tenía un gran nudo en la garganta que no se me iba, pero por más que se esforzase en hacerme caer, cada vez tenía más claro que todo iba a salir bien, aunque todo mi mundo estuviese hecho pedazos.

SEPARADOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora