Capítulo 5

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Al día siguiente me despierto con un índice muy elevado de ganas de morirme. Había pasado una noche horrible: las pesadillas y el malestar cada vez eran más frecuentes. Esa noche me había levantado por lo menos tres veces para ir al baño a vomitar, lo que hacía que me percatase aún más del bebé que crecía en mi interior.

Esperaba que mis padres no hubiesen escuchado nada, ya que yo no tenía un baño en mi habitación y cada vez que tenía que ir a vomitar tenía que cruzar el pasillo entero. Me apunté mentalmente traer a hurtadillas un barreño en donde poder expulsar todo lo que llevaba dentro y así no tener que ir al baño.

Además de mis escapadas furtivas al cuarto de baño y mis pesadillas, Chocolate me estuvo siguiendo las veces que me levanté, así que ya se multiplicaba por dos la posibilidad de que mis padres hubiesen escuchado algo. Rezaba a todos los santos para que no fuese así, a pesar de que sabía que algún día se lo iba a tener que contar.

Miré el reloj de la mesilla de noche y vi que eran las 8 am. Había quedado con Maddie a las 10, así que aún tenía tiempo para lavarme y vestirme. Me puse en marcha con el ánimo por los suelos. Nada más levantarme me entraron náuseas pero ignore los síntomas mientras abría la puerta del jardín para que saliese Choco a hacer sus necesidades.

Cuando llegué a la cocina, mis fosas nasales atraparon el fuerte olor del café y no pude reprimirme las ganas de ir al baño a vomitar. Esto era un asco.

Volví a la cocina como si nada hubiese pasado y me encontré a mi madre recién llegada del gimnasio.

–¿Qué tal has dormido?– me preguntó. No sé si la pregunta iba porque se enteró de las veces que me levanté para ir al baño o simplemente por mera casualidad. Me estaba volviendo toda una paranoica. Opté por pensar que era la segunda opción, así que no hice otra que mentirle diciendo que había dormido bien.

–Aún no sé cómo sentirme al respecto– confesó, mirando por la ventana que daba al jardín, en donde Chocolate corría de un lado a otro.

–Le adopté hace un par de meses, al pobre le había abandonado– dije, mirando en la misma dirección que ella.

–Siempre fuiste la más sensible de los tres.

Permanecí en silencio durante unos segundos. A mi madre no le faltaba razón diciendo que siempre había sido la más sensible de mi familia, porque era cierto. Sin embargo, en sus palabras escuché cierto reproche (como todo lo que tenía que ver conmigo), algo que no me gustó para nada. Para mí ser sensible era una cualidad porque me hacía más humana. En cambio, la gente que no tenía sensibilidad alguna era la que abandonaba a sus hijos, a los animales, la que mataba por dinero...

–¿Y papá?– pregunté, cambiando de tema. No quería entrar al trapo, ya que eso es lo que planeaba ella que hiciese.

–Está trabajando.

–Bien– murmuré mientras terminaba de comerme los cereales.

Fui a jugar con Choco al jardín y después subí a mi habitación a ducharme.

Una vez acabé de ducharme mi reflejo en el espejo me dio escalofríos. Había estado evitando los espejos todo este tiempo, ya que no quería ver lo que la ruptura con Kane me estaba causando. Además aún no estaba preparada para que me saliese la tripa de embarazada, aunque aún era pronto para ello sabía que no pasaría mucho tiempo hasta que empezase a hacerse notar, sobre todo al estar tan delgada.

Me vestí rápidamente con unos vaqueros oscuros y un jersey fino de color blanco. Me puse unos botines marrones y me cepillé un poco el pelo, recogiéndomelo en un moño desaliñado.

Si fuese por mí me llevaría a Chocolate conmigo pero desgraciadamente sabía que no me iban a dejar pasar con él a la peluquería así que le dejé durmiendo en mi habitación.

SEPARADOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora