Capítulo 25

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–¡Hola, mamá!– me saludó Nash al otro lado del teléfono. Esta vez me había llamado desde el móvil de Kane, lo que no me pasó inadvertido.

–Hola, corazón. ¿Qué tal estás?– respondí, suavemente. Estos días habían sido un suplicio para mí. Me sentía agobiada por todo el mundo. Los paparazzis no habían vuelto a aparecer por casa, pero ahora Maia me protegía más de lo debido junto con Leo. Incluso Kane se pasaba cada dos por tres por casa para comprobar cómo estaba. No soportaba su repentino interés y eso me ponía mala, así que me dedicaba a darle contestaciones cortas y seguir a mi bola.

Sorprendentemente llevaba meses sin pintar y eso significaba que no tenía forma de expresar mi frustración. Y no porque no quisiera hacerlo, sino porque me ahogaba cada vez que lo hacía. Era como si no quisiera abrir la puerta de mis emociones puesto que sabía que sino me iban a explotar en la cara y no quería volver a sentirme así de abrumada como lo había estado haciendo estos últimos meses, más que nada por mi bebé. Próximamente tendría la tercera revisión que daba comienzo al último trimestre de mi embarazo y realmente deseaba que las cosas se pusieran bien y que mi bebé naciese sano y feliz, del resto ya me ocuparía más adelante.

–¡Bien! Papi me ha dicho que Choco y tú habéis vuelto de viaje. ¿Cuándo vais a venir a casa?– preguntó, esperanzado.

Kane estaba jugando sucio porque sabía perfectamente que me resultaba casi imposible negarle algo a Nash. Y la verdad es que me daba mucha rabia que se aprovechara de ello. Había tenido meses para explicarle a su hermano que él y yo ya no estábamos juntos y que yo estaba embaraza. ¿Cómo reaccionaría Nash cuando me viese con la panza y descubriese que iba a tener un hermanito? O bueno, en realidad iba a tener un sobrino, si nos poníamos quisquillosos con los términos.

–¿Cuándo quieres que me pase a visitarte, chiquitín?

La pregunta salió más suavemente de mí como pensé que saldría, cosa que agradecí. Nash no tenía la culpa de los errores que había cometido Kane y no iba a martirizarle por ello. Además, le echaba muchísimo de menos y se veía a la legua que era recíproco.

Escuché un gritito de ilusión al otro lado del teléfono: –¡Ya mismo!

Noté cómo brotaba una sonrisa de mi interior y me sorprendí. Últimamente no me había reído mucho y cada vez que lo hacía se sentía raro. Como si no reconociera lo que era la felicidad.

–Está bien. Deja que nos pongamos guapos y nos pasamos por allí– dije, levantándome de la cama. Me había despertado hace media hora pero me había dado mucha pereza levantarme hasta ahora.

Escuché la voz de Kane diciéndole algo a Nash que, seguidamente, me comunicó: –Nos hemos mudado, dice papá que mejor os recogemos nosotros.

–Vale, corazón. Ahora nos vemos– colgué el teléfono después de haberle mandado besos. No sé qué narices estaba haciendo Kane. Parecía estar usando a Nash como intermediario y eso me malhumoraba. Odiaba a los padres divorciados que ponían a sus hijos entre medias porque siempre eran ellos los que pagaban las consecuencias y no los adultos. Además, ¿cómo me volvería después a casa? Si se torcía la cosa por suerte siempre podría llamar a Leo o a Maia, ya que hoy era sábado y no trabajaba.

Me di una ducha rápida bajo la atenta mirada de Chocolate, que siempre me seguía incluso al baño. Era un poco raro que me mirase mientras me desnudaba, pero cada vez que salía de su campo de visión se ponía nervioso buscándome. Su dependencia me daba ternura y a la vez me asustaba un poco. Estaba claro que sabía que estaba embarazada y por eso me protegía, incluso gruñía a la gente que se acercaba mucho a mí.
Me unté crema solar por el cuerpo y me puse un vestido veraniego blanco con estampado de pequeñas flores de colores que me llegaba hasta los tobillos y unas sandalias de color crema. Ayer Maia me pintó las uñas de los pies de rojo, ya que yo no llegaba por la panza de embarazada, así que resaltaban mucho en contraste con las sandalias beis. Cogí unas gafas de sol y una pequeña mochila en donde meter mis cosas, entre las que estaban mi neceser, bolsitas para perros, mi cartera y las llaves de casa y bajé al piso inferior para comer algo de fruta junto a mis vitaminas diarias.

–Hola– me saludó Maia con un beso en la mejilla –Te ves genial.

–Gracias, tía. Voy a estar fuera con Choco.

–¿Vais con Leo?– preguntó, curiosa.

Se giró para mirarme y me centré en su belleza. En realidad solo me sacaba doce años, es decir, tenía 30, pero debido a las situaciones a las que se había tenido que enfrentar actuaba como una persona mucho más mayor. Creo que por eso pegaba tanto con Polo, quien tenía 39.

–Eh...no. Voy a ir a ver a Nash– dije, después de haberme tragado un cacho de manzana.

Ella sabía perfectamente el tipo de relación que mantuve con Kane, por lo que conocía la existencia de Nash y sabía lo importante que era para mí. Asintió varias veces con la cabeza y continuó con lo que estaba haciendo. Cuando hube terminado me lavé los dientes y, mientras le ponía el arnés a Choco, escuché el claxon del coche de Kane. Me asomé a la ventana para comprobarlo y, efectivamente, era él.

–¡Nos vamos!– grité, para que Maia me oyese.

–¡Pásalo bien!– respondió antes de que abriera la puerta y me marchase con el cachorro.

Nash nada más nos vio cruzar la puerta se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del coche a todo correr. Acarició a Choco efusivamente quien se acordaba perfectamente de él y se lanzó a abrazarme. Retrocedí un par de pasos por la fuerza que empleó y le aparté un poco para decirle que tenía que tener cuidado con mi tripa, pero Kane se adelantó.

–Ten cuidado, renacuajo– le advirtió, removiéndole el pelo. Se agachó para mirarle a los ojos y me lanzó una mirada para ver si estaba de acuerdo. Asentí con la cabeza, dándole paso a que le explicase la situación –Vas a tener un hermanito o hermanita.

Para sorpresa de ambos Nash se puso a llorar y Kane y yo nos miramos, preocupados.

–¿Qué te pasa, chiquitín?– pregunté, esta vez agachándome yo también a su lado. Chocolate le chupaba la piernecita, intentando animarle.

–¿Eso significa que ya no voy a ser vuestro hijo?– murmuró, con el rostro rojo por las lágrimas.

–Claro que no, mi amor. Tú siempre nos vas a tener para todo– le aseguré –Con la ventaja de que vas a tener a alguien con quien jugar.

Me miró a través de las lágrimas y le vi sonreír. Se le había caído un diente desde la última vez que nos vimos, resultando tener todos menos uno en el frontal, lo que resultaba cómico. Sin decir nada me abrazó, esta vez suavemente, y puso su cabecita en mi tripa, intentando escuchar algo.

–Hola, hermanito o hermanita...–empezó Nash a decir mientras me acariciaba la tripa –¡Tengo ganas de conocerte y que juguemos al Mario Kart!

Involuntariamente se me saltaron las lágrimas. No quería asustarles, así que giré mi rostro para que no me vieran. Justo vi a mi tía Maia espiándonos desde la ventana mientras cargaba a Wolf. Se limpiaba las lágrimas con las manos y, cuando vio que la había pillado, se escondió como si no la hubiese visto, lo que hizo que sonriese.

SEPARADOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora