Capítulo 28

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Había comenzado a ir al psicólogo. Al principio no me hacía ninguna gracia tener que contarle mis problemas a alguien, y más si era alguien que no conocía. No se me daba bien abrirme a los demás, y menos aún si era a algún hombre, así que cuando vi al joven psicólogo nada más entrar en su oficina, tuve el impulso de marcharme.

–Buenos días, señorita Johnson– me saludó estrechándome la mano. Me sentía de lo más incómoda sabiendo que me iba a hacer hablar sobre mi vida y mis mayores miedos.

–Llámeme Autumn, por favor– repuse con una sonrisa algo forzada. ¿Estaría preparada para dejar salir mis emociones? Tenía miedo de hacerlo.

–En ese caso tutéame tu también. Soy James Anderson– asentí un par de veces antes de que continuase –Toma asiento, por favor– dijo mientras me señalaba una butaca que tenía un aspecto muy cómodo.

No me equivoqué, esa butaca era como estar en el cielo. Era suave y mullida y podía jurar que en cualquier momento me quedaría dormida ahí mismo, aunque rezaba por no quedar en ridículo de esa manera. Además, no podía negar el atractivo de James. Era un hombre de unos treinta y pocos años, con el pelo rapado al estilo militar y con unos ojos castaños muy bonitos teniendo en cuenta las enormes pestañas negras que los enmarcaban. Llevaba unas gafas simples, que le hacían ver intelectual y una camisa blanca arremangada a la altura de los codos. Sonreía mucho, no sé si para contrarrestar lo cerrada que yo me mostraba en cuanto a mi vida.

El doctor Anderson comenzó con preguntas triviales sobre mi vida como, por ejemplo, dónde me había criado, de cuántos meses estaba embarazada, si tenía mascotas, etcétera. Por un momento pensé que me estaba tomando el pelo, pero me di cuenta de que lo hacía para que fuese cogiendo confianza. La primera media hora fue la más incómoda porque no me extendía mucho en mis contestaciones y tampoco tenía la intención de hacerlo, pero cuantas más tiempo pasaba más empezaba a abrirme. No sé en qué punto de nuestra charla hizo que me saliera solo hablar con él. Como si fuéramos dos amigos que se reencuentran después de mucho tiempo y tienen muchas cosas que contarse. Incluso él me hablaba de su vida, cosa que me sorprendió. Me esperaba más un monólogo de la paciente hablando con el psicólogo y éste último asintiendo o dándome la razón de vez en cuando, pero la consulta se alejaba de eso y, la verdad, es que me alegraba mucho.

Después de dos horas salí de la consulta. Al final había terminado contándole toda mi vida y no había podido evitar que las lágrimas fluyesen por mis mejillas. James me había proporcionado pañuelos para secarme y me había recompensado con chocolate, como si fuera una niña pequeña. Debió de saber por mis padres, que eran quienes lo habían contratado, que el chocolate era mi debilidad y, ahora que estaba embarazada, era un vicio del que no podía separarme ni aunque quisiera. A pesar de mis lágrimas y del sentimiento agridulce que tenía en mi interior al haber dejado salir todas mis inseguridades y miedos, me sentía bien. No sabía cuánto había necesitado hablar sobre ello. Temía que si hablaba de todo lo que me carcomía iba a ser como meterme el dedo en la llaga y había resultado justo lo contrario: me había liberado.

Tenía que ir a la consulta de James Anderson una vez a la semana y cumplía a rajatabla mis sesiones. También me había apuntado a unas clases de preparación para el parto. Aún no se lo había dicho a Kane porque teníamos muchas cosas de las que hablar, pero más o menos íbamos llevándonos mejor. Estaba aprendiendo a dejar el rencor de lado, aunque lo que no podía era olvidar lo que había pasado. Por último me había dedicado a buscar trabajo. No quería depender de nadie, ni de Maia, ni de mis padres y mucho menos de Kane. Necesitaba sentirme libre e independiente de nuevo y, aunque mi embarazo fuese de riesgo, la doctora me dio vía libre siempre y cuando no levantase peso ni me sobre cargase físicamente. Aún no habían llamado en ningún sitio, ya que nadie quería contratar a una embarazada, pero yo no me di por vencida.

Una mañana de agosto me llamó Maia. Me encontraba dando un paseo con Leo, Wolf, China y Chocolate. Wolf se había quedado conmigo porque, como muchas veces antes, mi tía trabajaba.

–Hola, cariño.

–Hola, tía. ¿Qué tal?– pregunté, preocupada. Era muy raro que ella me llamase cuando estaba en el trabajo. Normalmente solía hacerlo en el descanso que tenía a las 12am para preguntarme por Wolf y asegurarse de que todo estuviese bien, solíamos conectar la cámara para que viese a su precioso hijo que no paraba de gatear por todos lados y que estaba a punto de empezar a andar. Wolf conseguía ponerse en pie, pero aún no tenía la estabilidad suficiente para andar así que se caía de culo. Menos mal que sus pañales y la moqueta del suelo amortiguaban la caída.

–Todo bien. Tengo un trabajo para ti– dijo, directa al grano. –Resulta que nos hemos quedado sin chica de los recados en mi oficina y les he hablado a mis jefes de ti. Ya sé que no es gran cosa pero si te interesa mañana han accedido a entrevistarte.

–¡Eso es genial, Maia!– grité, emocionada. Leo paró de andar y me miró, curioso. Era un cotilla y sabía perfectamente que estaba escuchando la conversación pero no me importaba que lo hiciese ya que era uno de mis mejores amigos. Maia era periodista deportiva y trabajaba para una empresa prestigiosa de Los Ángeles, así que me sorprendía este golpe de suerte. –Claro que me interesa.

–¡Estupendo! Se lo confirmo entonces. Luego nos vemos.

Colgó antes de que me diese cuenta y se lo conté a Leo. Me estrechó entre sus brazos, igual de emocionado que yo. –Me alegro por ti, Sherlock.

Aún seguía usando ese mote cariñoso y yo no pensaba quejarme por ello.

–Gracias, Leo– le agradecí con una sonrisa. Aún no le había preguntado por qué le dijo a Kane que estábamos de novios así que aproveché el momento para cuestionarle: –Una cosa, ya sé que no tiene nada que ver con esto pero tengo curiosidad en saber por qué le dijiste a Kane en el hospital que tú y yo estábamos saliendo.

Miró hacia los perros y luego volvió a posar su mirada en mí. Tenía una sonrisa pícara en la cara, como si se estuviese acordando de algo.

–No se te escapa una– respondió con su habitual frase. Yo tampoco pude evitar sonreír a pesar de la intriga –Fácil, no me cae bien y vino con aires de machito al hospital como si tuviese algún derecho. Me puso muy nervioso ver cómo pasaba de tu madre– explicó sin pelos en la lengua.

–Sé que tu intención no era mala pero no vuelvas a hacerlo, anda. Llega a escucharte Kylie y podrías haber liado una buena– le reprendí.

–Vale, mami– bromeó y los dos nos carcajeamos. A Leo le gustaba el peligro, de eso no había duda.

SEPARADOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora