Capítulo 10

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Mis días con Maia pasaron a ser semanas. Al comienzo de la segunda semana que pasaba con ella, mi madre me llamó. Cogí con nerviosismo el teléfono y me quedé mirando la pantalla varios segundos hasta que reuní la fuerza suficiente para cogerlo. No sabía por dónde me iba a salir y tenía que estar preparada para todo.

–Hola, mamá– contesté.

–Autumn. Seré breve. Ven a casa cuanto antes. Tenemos que hablar– me respondió y, antes de que pudiese replicarla, colgó.

Suspiré, abatida. No tenía buena pinta y se me había formado un nudo en el estómago. Joder, empezaba bien el día. Chocolate y yo salimos de casa de Maia en cuanto pudimos, ya que había decidido ir andando a la casa de mis padres para aclarar las ideas. Había dejado las maletas en casa de Maia porque me daba la sensación de que no me iban a pasar cosas buenas en casa de mis padres sino todo lo contrario, parecía que iba directa al matadero.

Media hora después nos encontrábamos frente a la casa de mis padres. Me temblaban las piernas. Tenía un miedo tremendo. ¿Qué pensaba hacer? ¿Llamaba a la puerta o pasaba directamente? ¿Qué les diría?

Mi cerebro empezaba a colapsarse entre tantas preguntas así que simplemente me dejé llevar, es decir, di media vuelta y me fui por donde había venido. No. Es broma. Es verdad que eso era lo que realmente deseaba, pero no podía hacerlo. Tenía que ser fuerte, por lo que me acerqué lentamente hacia la casa como si estuviese atravesando un campo de minas y en cualquier momento me fuese a explotar una en la cara. Joder con el dramatismo. Para ya, Autumn. No es para tanto, tu vida no se acaba aquí, me repetía constantemente.

Como buena invitada, llamé al timbre. Escuché mucho traqueteo dentro, por lo que esperé tranquilamente a que me abrieran. Bueno, lo de tranquilamente era mentira porque estaba atacada. Cuando por fin me abrieron la puerta, me encontré a mi madre mirándome con cara de espanto.

–Pasa– dijo, cerrando la puerta tras de mí.

Observaba todo minuciosamente, había cajas en el salón, como si estuvieran de mudanza.

–¿Qué es todo esto?– pregunté, asustada.

–Son tus cosas– respondió mi padre, que no sabía de dónde había salido.

–Tenemos algo que proponerte. Siéntate– continuó mi madre.

Esto pintaba mal. Muy pero que muy mal. Nos sentamos los tres en el sofá, ellos por un lado y yo por el otro. Tragué angustiosamente y me toqué la tripa. Mi madre vio ese gesto y me miró con desagrado. Ambos estaban ojerosos, parecían haber envejecido 30 años de golpe y me parecía normal después de todo. Les estaba dando muchos problemas. Más de los que yo creía que era posible generar.

–Autumn, tu padre y yo lo hemos estado hablando...– empezó mi madre –Pero no queremos que tires tu vida por la borda. Eres muy joven y ahora lo que tienes que hacer es estudiar para labrarte un futuro, no ir por Los Ángeles buscándote un novio para acabar así, ¿acaso él se va a hacer responsable?– me preguntó, haciendo que se me saltasen las lágrimas.

–Lo que nos temíamos– dijo mientras le echaba una miradita a mi padre. Se estaban comunicando con la mirada y eso no era bueno. Sentía lo que iban a decir antes de decirlo y tenía ganas de vomitar –Mira, Autumn, no te hemos dado esta educación todos estos años para que ahora la tires por un feto que aún ni se ha desarrollado y...

–¿Y vosotros qué sabéis?– la corté. No podía escuchar más. Sabía que estaban disgustados conmigo y lo entendía, pero no querían que lo pagasen con el bebé, sino conmigo –¿Acaso me habéis preguntado de cuánto tiempo estoy?

–No nos interesa. Te hemos hecho venir aquí por una simple cuestión. O abortas y te seguimos manteniendo económicamente como hasta ahora o despídete de nosotros. Tú eliges. En esas cajas tienes todas tus cosas, así que ya puedes decidirlo– amenazó, señalando las cajas.

No me lo podía creer. Me iban a dar la espalda cuando más les necesitaba. Ni si quiera me habían preguntado que cómo estaba, que qué tenía pensado hacer o que de cuánto tiempo estaba. Nada.

–Papá– le llamé con lagrimas en los ojos.

–Lo siento, Autumn. Tú has elegido esto.

Me levanté rápidamente del sillón. Necesitaba aire. Necesitaba perderme con Chocolate para poder pensar tranquila, pero sentía cómo mis pulmones se asfixiaban entre estas cuatro paredes. Me dolía el pecho, me dolía la cabeza, me dolía la tripa y me dolía el alma. Mis padres estaban renegando de mí. Esta vez de verdad. Esta vez para siempre. Mi padre no me había llamado "pecas" como siempre antes me llamaba, sino que me había llamado por mi nombre. Cuando por fin había decidido quedarme con el bebé, amenazaban con quitármelo y yo no estaba dispuesta a pasar por esa. Por encima de mi cadáver.

Cogí las cajas, que para mi suerte no eran muchas. Con el embarazo no debía coger peso y ellos lo sabían pero aún así no me ofrecieron ayuda en ningún momento. Chocolate me perseguía silenciosamente, como si fuese consciente de la situación. Miré una última vez la que antes era mi casa, los que antes eran mis padres y salí de la casa como alma en pena. Esto era un adiós definitivo, no un hasta pronto como muchas veces antes. No, esta vez me iba y para no volver. Y no me iba a arrepentir de la situación y menos aún cuando me habían puesto entre la espada y la pared de esa manera.

Una vez fuera, tiré las cajas al suelo. Retumbó por todo el barrio y fui consciente de ello cuando salió un señor de la casa de enfrente.

–¿Necesita ayuda, señorita?– miré sus ojos cansados tras las gafas de escribir –¿Está usted bien?

Asentí con la cabeza y me agaché para recoger mis cosas, que ahora estaban desperdigadas por el suelo. El hombre también se puso de cuclillas y me ayudó a meter las cosas en las cajas. Todos los posters colgados en la antigua pared de mi habitación, el globo terráqueo de encima de mi escritorio, mis dibujos guardados en los cajones, un album de fotos de mi paso por el instituto...Todo se encontraba en esas cajas, por lo que era como ver pasar mi niñez y adolescencia por delante de mis ojos. Cuando terminamos, el hombre se ofreció a llevarme a donde quisiera, pero rechacé amablemente su oferta. Ya me había ayudado bastante.

Vi como el hombre se marchaba mientras volví a sentir lo perdida que estaba. Otra vez mi vida patas arriba.

SEPARADOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora