Me desperté por décima vez durante la noche y miré el reloj de la mesilla de noche. Eran las ocho de la mañana, así que di por hecho que era una buena hora para levantarse de la cama. Saludé a Chocolate y me puse la ropa de calle para sacarle a pasear. Él, contento como siempre, meneaba la cola de un lado a otro creando un ruido intermitente por el rebote de su cola al chocar con la pared.
Era la primera vez que me levantaba sin ganas de vomitar, por lo que supuse que iba a ser un gran día. Encendí el teléfono y me llegó un recordatorio de que en una semana tenía mi primera ecografía. No sabía cómo sentirme, sabía que debía presentarme a esa prueba y asegurarme de que el bebé estuviese bien, pero por otro lado me daba miedo ver las imágenes del feto porque sabía que en el momento en el que viese algo de vida todo se haría real.
Les escribí un mensaje a Kylie y Reece contándoles las novedades, que no eran muchas, y me guardé el teléfono en el bolsillo de los pantalones cortos de deporte. Bajé a la cocina con Chocolate en brazos y me encontré a mi padre poniéndose el casco de la moto.
–Buenos días, pecas. ¿Te vienes?– preguntó, apuntando a su casco.
Señalé a Chocolate –Pensaba sacarle a pasear, si me esperas te acompaño.
–O sino déjale en el jardín y luego le sacas– sugirió.
–Tienes razón.
Dejé a Chocolate en el jardín y me aseguré de que tenía agua limpia antes de marcharme. Aún no habíamos dado una de nuestras típicas vueltas en moto desde que volví de Los Ángeles así que estaba ilusionada. El dar una vuelta en moto con mi padre significaba rollitos de canela.
–¿Cómo estás?– me preguntó mientras me ayudaba a ponerme el casco.
Su mirada fijamente clavada en la mía hizo que me diese un vuelco el corazón. ¿Lo sabría? No quería mentirle, pero tampoco quería decepcionarle con la verdad. Estaba en una situación demasiado comprometida: por un lado, Kylie era partidaria de que se lo contase a mis padres sin dar más rodeos; por otro lado estaba Reece, que me aconsejaba esperar hasta que yo supiese lo que pensaba hacer con el bebé.
La verdad es que optaba más por la idea de Reece que por la de Kylie, puesto que no me veía preparada para contarlo.
–Bien– dije, indiferente.
–A mi no me la cuelas, pecas, ¿qué te pasa? ¿es por el chico ese?
No sé si fue por su manera de referirse a Kane como "el chico ese", por el mote cariñoso que siempre usa conmigo o por todo lo que nunca le he contado (empezando por lo de mi primo y acabando con lo del bebé) que hizo que mis ojos empezasen a derramar lágrimas sin apenas enterarme.
Me miró con sorpresa ante mi reacción y no dijo nada más, sino que me abrazó fuerte dejando que mis sollozos me sacudiesen. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero cuando por fin controlé el llanto se subió en la moto y me hizo un hueco para que me subiese también.
Salimos a la carretera mientras sentía el aire azotando mi cara. Había echado de menos esto: el aire azotando mi cuerpo movido por el vehículo de dos ruedas. Tenía ganas de reír. Tenía ganas de llorar. Pero, sobre todo, tenía ganas de ser feliz.
(...)
A la vuelta de nuestro paseo en moto y con varios rollitos de canela entre las manos, nos sentamos a desayunar rápidamente, puesto que mi padre tenía que irse a trabajar. No volvió a sacar el tema y, por lo tanto, yo tampoco lo hice. En cambio, estuvimos hablando de cosas triviales, como por ejemplo que hoy empezaba la competición de fútbol más importante de los Estados Unidos: la National Football League. El fútbol americano siempre me recordaba a Kane, a lo poco que le gustaba, pero ignoré el pinchazo que me dio mi corazón.
–¿Te apetece verlo después?
–Está bien– respondí, poco convencida.
Cinco minutos después mi padre ya se había ido a trabajar mientras yo me encontraba en el jardín con Chocolate. El cachorro tenía una energía flipante, lo que hizo que después de las 800 veces que le tiré la pelota tuviese agujetas en el brazo. Me senté en el escalón de la terraza masajeándome el hombro, mientras Chocolate seguía corriendo de un lado para otro con su eterna energía.
–Dame una tregua, hombre– musité cuando se acercó de nuevo con la pelota. Meneó el rabito de un lado para otro y no pude resistirme, así que le volví a tirar la pelota.
Cuando finalmente cayó agotado en el césped, aproveché para hacer mis cosas y asearme, hablé con Reece y Kylie, miré Instagram (que estaba bastante muerto desde que Kane había dejado de subir fotos) y pinté el resto del tiempo. No sé cuánto tiempo estuve pintando, pero cuando me quise dar cuenta mi padre me llamaba desde la puerta de la terraza.
–¡Ya empieza el partido, pecas!– gritó.
–¡Voy!
Suspiré y recogí mis cosas de dibujo mientras Chocolate me seguía con la mirada. Subí a mi habitación a dejar las cosas y, una vez acabé, bajé al salón con mi padre. Para mi sorpresa, mi madre también estaba sentada en el sofá viendo la pantalla del televisor. Me senté a su lado y me pasó la ensalada que estaba comiendo por si yo quería. Hice un gesto negativo con la cabeza y retiró el bol de mi cara. Por el contrario, mi padre comía palomitas y estiré la mano para coger un puñado. A las palomitas de maíz no les iba a decir que no, obviamente.
Empezó el partido y me chocó darme cuenta que jugaban Los Angeles Rams contra Seattle Seahawks, dos equipos de la NFC Oeste. Salieron los jugadores de los vestuarios y las animadoras empezaron a corear mientras los hinchas de ambos equipos ondeaban sus pancartas y banderas.
Los jugadores se distribuyeron alrededor del campo una vez haber hablado con sus respectivos entrenadores y dio el comienzo del partido. Los Rams eran cuarenta veces mejores que los Seahawks por lo que el primer tiempo fue de lo más aburrido. Hubo un breve descanso entre ambos tiempos y, cuando empezó el segundo, los entrenadores cambiaron a varios de sus jugadores por otros. Uno de ellos me llamaba la atención, a pesar de que con el inmenso casco que llevaban era imposible verles la cara. Deseché la idea en el momento en el que el chico se giró y vi que el número que llevaba en la espalda no era el mismo al que yo pensaba. Sin embargo, dejé de respirar ante la voz del comentarista.
–¡Mirad a quien tenemos aquí! Se trata de Kane Bullok, la nueva adquisición de Los Rams. Bullok es un chaval recién salido de los UCLA Bruins y según dicen tiene mucho potencial, así que veremos a ver que tal le va en esta segunda parte del partido, ya que es la primera vez que juega en un torneo de este calibre. Otra nueva adquisición es...
Me levanté de un salto del sofá bajo la atenta mirada de mis padres.
–¿Qué pasa?– me preguntó mi madre.
–Nada, nada. Creí haber visto a alguien– contesté sin entrar en detalles mientras me sentaba en el sofá de nuevo.
–La actitud que estás teniendo nos está asustando, Autumn– continuó mi madre. Sabía que no iba a dejar pasar el asunto, así que la taladré con la mirada.
–Este no es momento para hablar las cosas, centrémonos en el partido– medió mi padre, cosa que agradecí.
Me quedé mirando la pantalla sin comprender realmente qué hacía él allí. ¿Se suponía que no le gustaba el fútbol y ahora se mete de manera profesional en él? Madre mía, como los medios empezasen a rebuscar en su vida me iban a encontrar a mí, y lo último que quería era ser reconocida y que se hurgase en mi pasado. Joder, joder, joder, joder.
En ese momento me vibró el móvil y miré los mensajes que me llegaban de manera continuada del grupo que tenía con Kylie y Reece. Ambos estaban flipando porque estaban viendo a Kane en televisión, al igual que yo.
¿Ahora qué iba a hacer?
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SEPARADOS ©
Teen FictionTras los sucesos inesperados, Autumn intenta recomponerse a pesar de estar hecha pedazos. Intentar afrontar los cambios nunca había sido tan complicado... y más aún en la situación en la que se encuentra. ¿Estará a tiempo de tomar las riendas de su...