Capítulo 13

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Maia empezó en su nuevo trabajo, lo que provocó que me quedase a cargo de Wolf. La idea en un principio me asustó. ¿Y si el bebé necesitaba algo y yo no sabía el qué y no paraba de llorar? ¿Y si le dejaba en el sofá un minuto y cuando volviese se había caído? Mi cabeza no paraba de darle vueltas al asunto, no quería que le sucediese nada malo a Wolf y precisamente mis ganas por no cagarla fue lo que hizo que no la cagase. No sé si tiene mucho sentido. El caso es que no le quitaba el ojo de encima y sabía que cuidarle me iba a venir muy bien para cuando naciese mi bebé, lo que era un gran incentivo. Además, para no sentirme tan inútil me puse a decorar la casa y a desempacar todo lo que nos habíamos traído de Denver. Cuando estaba forcejeando con una de las cajas, oí por primera vez el timbre. Chocolate se puso a ladrar como un loco y eso provocó que Wolf llorase. Se había asustado. Cogí a Wolf en brazos y le mecí suavemente mientras me dirigía a la puerta de la entrada. Mi corazón resonaba en mi pecho a mil pulsaciones por minuto, por lo menos. ¿Y si era un asesino? Estaba sola con un bebé y un cachorro. Un sudor frío me recorrió la espalda, pero aún así reuní el valor suficiente para abrir la puerta.

Wolf seguía llorando por lo que apenas escuché el sonido de la voz del joven que se encontraba frente a mí.

–Buenos días, soy Leo Tucker– se presentó –El vecino de tu derecha.

El chico era atractivo, para qué mentir. Era joven, quizá un poco más mayor que yo. Su pelo castaño estaba despeinado y sus ojos eran una mezcla de colores entre el marrón y el verde que no sabía descifrar. Se había dejado barba de unos días, no muy larga, sino lo suficiente para hacer acto de presencia sin llegar a parecer antihigiénico y tenía la piel bronceada, de un color marrón claro que envidiaba, puesto que yo era demasiado blanca. Se encontraba apoyado en el marco de la puerta como quien no quiere la cosa y, a pesar de sostener a un bebé con un brazo y sujetar a Chocolate con el otro, no parecía nada sorprendido.

Me recorrió con la mirada con interés, no de manera vulgar, sino por mera curiosidad. Era muy expresivo, por lo que se le notaba todo en la cara.

–Puedes soltarlo si quieres– señaló al perro –En realidad me encantan los animales– dijo con una sonrisa, haciendo ver su dentadura perfecta.

Me di cuenta de que no le había respondido a nada de las dos cosas que me había dicho y debía parecer tonta ahí plantada, así que solté a Chocolate, el cual salió corriendo a recibir al extraño. Se le tiró encima meneando el rabito y el tal Leo se agachó para acariciarlo. Parecía agradable y, aunque me soliese incomodar la presencia de los hombres, el chico me transmitía confianza.

–Yo soy Autumn. Autumn Johnson– respondí, estrechándole la mano como pude.

Centré mi atención en Wolf y vi que había dejado de llorar, por lo que suspiré aliviada. Me limpié el sudor de mi frente con el dorso de la mano y me aparté el pelo de la cara. Leo se levantó y me miró, algo incómodo. Yo misma sabía que estaba actuando extraño y no entendía el por qué.

Por favor, Autumn, sé normal por una vez en tu vida, pensé.

–Os vi el otro día por la ventana y he decidido pasarme a saludar, pero si estás ocupada puedo venir más tarde.

–Oh no, no te preocupes, solo estaba desempacando. Pasa, por favor– decidí en el último momento. Estaba dejando entrar en casa a un extraño, lo que era algo nuevo para mí. En mi defensa tenía que decir que era por una buena causa: necesitaba conocer gente nueva.

Le guié hacia el salón y por el rabillo del ojo vi cómo miraba a su alrededor. Tenía la casa echa un desastre por culpa de las maletas y las cajas, además añádele el plus del bebé y el perro. –Perdón por el desorden. Aún no he terminado de ordenar las cosas.

–No te disculpes, al fin y al cabo es tu casa.

Llegamos al salón e hizo algo que me descolocó totalmente. En vez de sentarse en el sofá, se había sentado en el suelo para poder acariciar a Choco. Definitivamente el chico me caía bien.

–¿Quieres algo de beber? Té, café...– comencé a numerar.

–Estoy bien, gracias– centró su atención en mí y comencé a sentirme insegura. ¿Tendría algo en la cara y no sabía como decírmelo? –No sé si mi pregunta es muy indiscreta pero... ¿es tuyo?– dijo, señalándome a Wolf.

Ah, era eso. Ya sabía yo que estaba tardando mucho en preguntar.

–No, este es Wolf, mi primo– murmuré mientras le acariciaba la naricita al bebé –Este sí que es mío– respondí, tocándome el vientre y aplanándole la camiseta, dejando entrever la pequeña tripa de embarazada que me había comenzado a salir.

–Guau, eso sí que no me lo esperaba– suspiró, impresionado.

–Ni yo– bromeé.

Se rió por primera vez y se le achicaron aún más los ojos. Punto para mí. Por fin comenzaba a ser una chica normal, así que yo también le correspondí con una sonrisa.

–¿Y el padre?– preguntó, haciendo que se eliminase mi sonrisa de un plumazo.

Debió de notar tanto mi cambio de actitud que se levantó como un resorte.

–Perdona, Autumn. A veces me paso de cotilla– suspiró rascándose la nuca.

–No es nada. Es que...– respiré varias veces antes de contarle una versión resumida de los hechos. No sé por qué debía hacerlo, pero sí que sabía que me ayudaría abrirme un poco más con la gente –Digamos que él me dejó cuando se enteró.

Involuntariamente me llevé la mano al vientre y Leo se acercó, dejándome descolocada de nuevo. Me plantó un abrazo, sin pegarse mucho a mí ya que Wolf se encontraba entre los dos.

–Disculpa de nuevo, he metido la pata hasta el fondo. Mira, mejor aún. ¿Te parece bien si rebobinamos?

Asentí, sonriente.

–En ese caso soy Leo Tucker– me estrechó la mano –Tu vecino.

–Autumn Johnson. Encantada.

Me correspondió con una sonrisa que hizo que me olvidase de todo por un segundo. No sabía como explicarlo, pero sentía la necesidad de tener a alguien cerca, y no me refería a un familiar, ni tampoco a una pareja, sino a un amigo. Tenía a Reece, obviamente, pero él estaba muy ocupado con la boda y ya me había ayudado bastante. Con Kylie mi relación se había enfriado y no iba a ir yo con mis dramas. Desde que descubrí que Maddie estaba con Axel, le había dado largas constantes. No sabía qué hacer ni cómo decírselo, estaba bloqueada en todo lo referente a Axel y necesitaba un tiempo para pensar, por lo que le dije que me había mudado y que esperaba verla antes de que se fuese a Italia. Seguía sin saber nada de mis padres y la única persona con la que me hablaba seguido es con Maia, más que nada porque vivíamos bajo el mismo techo. En definitiva, me sentía sola. Y no solo me sentía sola conmigo misma, sino con la gente de mi alrededor. El que mis padres me hubiesen repudiado me había creado más inseguridad de la que ya tenía antes y me sentía como una veleta, yendo y viniendo sin rumbo fijo. Sin embargo, me había establecido en Los Ángeles de nuevo y deseaba no haberme equivocado.

SEPARADOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora