Capítulo 17

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Esperé un par de minutos intentando espiar a través de la puerta del baño, justo cuando di con la solución. Iba a salir por la ventana. Era una idea de lo más lógica que no sabía cómo narices no se me había ocurrido antes. A fin y al cabo estaba en la planta baja y a poco que estirase las piernas tocaría el césped de la entrada. Me asomé un poco para vigilar que no había nadie que pudiese verme y una vez lo hube comprobado abrí de par en par la ventana y me senté en la repisa. Solo tenía que dar una pequeño salto y ya estaría pero me preocupaba poner en riesgo a mi bebé, así que me estiré lo máximo posible para tocar el suelo sin necesidad de saltar. Efectivamente, toqué el césped a pesar de mi corta estatura así que, por un momento, me sentí como en una película de James Bond.

Agarré mi bolso para coger el teléfono y buscar a alguien a quién llamar, pero me di cuenta de que no tenía a quién y no quería joderle la cita a Maia, así que decidí ir andando, no sin antes enviarle un mensaje a Kylie y otro a Leo. A Reece no le iba a enviar nada porque sentía que me había traicionado. Estaba dolida con él. Él mismo me había prometido que Kane no iba a ir a la fiesta y había incumplido su parte. Reece conocía toda la historia y aún así no había sabido respetar mi decisión de que no quería ver a mi ex novio ni en pintura y eso no se lo iba a perdonar.

Aún con lágrimas en los ojos seguí caminando a plena noche. Los fuegos artificiales no tardarían en aparecer en el cielo debido al día de la independencia, pero ahora todo eso era lo que menos me importaba. El frío nocturno de verano hacía que me estremeciese de los pies a la cabeza. Me había olvidado coger una chaqueta, por lo que me rodeé los brazos como si me estuviera abrazando a mí misma. Mi autoestima se había ido de un plumazo al verle. Que estuviese allí, tan guapo y despreocupado como siempre, hizo que algo dentro de mí se rompiese. Como si realmente me hubiera dado cuenta de que le importo una gran mierda. Si antes ya lo sospechaba, con esto ya lo había confirmado. Y me dolía muchísimo porque en el fondo, muy en el fondo, tenía la esperanza de que volviese arrepentido, de que al menos estuviera ahí para nuestro futuro hijo o hija. Pero se veía que no, que tenía que estar yendo a fiestas en vez de preocuparse por lo que es realmente importante como, por ejemplo, la mujer a la que había dejado embarazada. Joder, si es que me sentía estúpida, engañada, enfadada pero, sobre todo, me sentía dolida.

Antes de que me diese cuenta, llegué a la entrada de la urbanización privada, en donde los seguratas del puesto de vigilancia evitaban el paso a un montón de paparazzis.

–¡Señorita! ¿Es usted la novia de Kane Bullok? Vi una foto de ustedes dos en su perfil de Instagram– gritó una chica al otro lado de la verja, lo que hizo que el resto de paparazzis desviasen su atención hacia mí. Empezaron a fotografiarme sin permiso, haciendo que me cegasen las luces de los flashes de las cámaras. Comprendí que le seguían la pista al famoso Kane Bullok y se me paró el corazón por un segundo. Lo último que quería era ser reconocida. Joder, no sabía cómo manejar la situación, así que me adentré sin miramientos en el puesto de vigilancia justo antes de echarme a llorar desconsoladamente. No podía más con todo esto. Yo no quería ser reconocida. Yo sólo quería tranquilidad y paz mental. Necesitaba salir de aquí con ansias y no sabía cómo.

–Señorita, ¿puedo ayudarla?– preguntó un hombre de unos cincuenta años que me miraba con cariño desde su silla de escritorio. Al parecer era el que controlaba todas las cámaras, puesto que frente a él se encontraban muchas imágenes de distintos planos de la urbanización. Los paparazzis seguían alrededor de la verja, agobiándome aún más.

Sus ojos cansados derrochaban comprensión, lo que me hizo sospechar que él era padre: –Necesito salir de aquí, pero no quiero que me vea esa gente– susurré, señalando la pantalla en la que estaban aquellos fotógrafos.

–Entiendo. Puedo proponerla que se quede aquí hasta que desaparezcan, cosa la cual tiene pinta de que vaya a tardar, o pedirla un taxi– murmuró, frotándose la frente con la mano como si le doliese la cabeza.

–Le agradecería mucho que llamara a un taxi– suspiré, derrotada –¿Es usted padre?

El hombre desvió la vista un segundo a una foto que tenía sobre el escritorio de él unos años más joven con un bebé en la espalda mientras le daba la mano a una hermosa niña, que esta a su vez le daba la mano a una mujer –Así es– dijo, mirando con nostalgia la fotografía.

–Yo lo seré pronto– sollocé, palmeándome la tripa –Por eso necesito salir de aquí. No quiero ser reconocida en el mundo televisivo y si se enteran de quién soy o, más bien, quién es el padre, lo seré. ¿Entiende la importancia que tiene esto para mí?

Le miré a los ojos y el hombre asintió, comprendiendo un poco más la situación. –No se preocupe, señorita. Déjemelo a mí– me aseguró y, por algún motivo, le creí.

Me senté en el suelo, a pesar de que el hombre quería cederme el asiento, y apoyé las manos en mis rodillas. Necesitaba que todo esto pasase rápido para poder descansar.

No sé cuándo ni cómo, pero me quedé dormida ante tanto caos hasta que alguien me despertó dándome golpecitos en el hombro.

–Señorita, ya está aquí su taxi. He hecho pasar a la conductora al parking privado el cual no es visible por los paparazzis y, además, me he asegurado de que el coche tiene los cristales tintados. Así está usted segura.

–Muchas gracias– le agradecí profundamente –Es usted un gran hombre.

Le di un apretón de manos y me despedí de él con una sonrisa. Me había dicho cómo llegar hasta el parking porque él no podía abandonar su puesto de trabajo y los otros dos guardias estaban ocupados intentando controlar a los paparazzis. Por suerte no tardé ni un minuto en encontrarlo al estar cerca de donde yo me encontraba y, efectivamente, había un taxi esperando a que me subiese. Me monté en el vehículo y di la dirección a la conductora. No hizo mas preguntas, cosa que agradecí.

Salimos por la urbanización, dejando a los paparazzis atrás y, por fin, me pude relajar.

SEPARADOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora