La semana pasó rápidamente, dando paso a mi primera ecografía. Estaba aterrada y apesumbrada de no poder compartir este momento con el padre de mi bebé, pero prefería eso a que hubiese estado aquí por obligación. Si no nos quería debía acostumbrarme de una vez en vez de ignorarlo.
A pesar de haber querido venir sola, Maia no me había dejado hacerlo. Dijo que era un momento único y que debía compartirlo con alguien, que así el bebé notaría que le queríamos. Yo no estaba muy segura de eso, el feto aún no estaba lo suficientemente desarrollado como para darse cuenta, pero si el acompañarme la iba a hacer feliz, adelante.
Por el contrario, aún no le había contado nada a mis padres ya que no tenía claro lo que iba a hacer con el bebé. Quería decidirme antes de dar el paso y contarlo, a pesar de que mi tía Maia me recomendó hablar con ellos de una vez para que me quitase el peso de encima.
Me monté en el coche de mi tía y la saludé con un abrazo.
–Oh, mi niña– susurró mientras me acariciaba la espalda –No tengas miedo, todo va a salir bien. Yo estoy aquí.
Sus palabras hicieron que el nudo que tenía dentro saliese al exterior, no quería ponerme a llorar apenas la viese, pero con sus palabras no podía evitarlo.
–Estoy aterrada, Maia– admití entre sollozos.
–Lo sé, corazón. Es normal que lo estés, pero no te va a servir de nada estar así– me acarició el pelo con ternura y cambió de tema: –Me gusta tu corte de pelo.
Me limpié las lágrimas de la cara y forcé una sonrisa de agradecimiento. Apenas había podido dormir esta noche por los nervios, pero no quería contagiarle, ni a ella ni a Wolf, mi mal humor.
–Vamos allá– musité para mí misma.
Todo pasó muy rápido, así que cuando quise darme cuenta nos encontrábamos en la entrada del hospital de maternidad. Para nuestra sorpresa, había poco ajetreo: en la sala de espera solo nos encontrábamos unas nueve personas en total y todas embarazadas excepto por mi tía Maia, que sostenía entre sus brazos a mi primo favorito. Todas las futuras madres me observaban curiosas mientras me retorcía en el asiento por los nervios. Una enfermera vestida con una bata verde salía cada 10 minutos nombrando a las mujeres presentes, lo que no hacía que mis nervios disminuyesen.
Alrededor de media hora después, la misma enfermera salió de la consulta.
–Autumn Johnson– nombró, a expensas de que me pronunciase, por lo que me levanté de la silla como un resorte –Por aquí, por favor.
–¿Puedo pasar yo también?– le preguntó mi tía Maia. Sabía yo que no se iba a dar por vencida y se lo agradecí silenciosamente. La necesitaba. Necesitaba a alguien que me apoyase aunque no quisiera admitirlo porque sabía que nadie lo iba a hacer cuando saliese a la luz lo de mi embarazo.
–Por supuesto– respondió la enfermera.
Pasamos a una sala con paredes de todos los colores. Más que una consulta médica parecía una guardería, lo que le daba cierta gracia a la habitación. La médica que nos esperaba era jovencísima y de ojos casi translúcidos.
–Buenos días. Siéntense por favor– nos saludó con una cálida sonrisa.
Pensé que directamente haría que me tumbase en la camilla y me pondría el típico gel que le ponen en las películas a las embarazadas pero, al parecer, me equivocaba. En cambio, estuvo un rato haciéndome preguntas de todo tipo y varios chequeos médicos como medirme la tensión, pesarme y medirme, entre otras cosas. Cuando acabó sí que hizo que me tumbase boca arriba en la camilla y que me descubriese el vientre. Me hizo unos masajes abdominales extraños y cogió un bote de la mesa.
–Aquí viene la mejor parte– me avisó amablemente –Te voy a poner un gel con el que podrás ver a tu bebé. ¿Estás preparada?
La doctora esperaba una respuesta por mi parte y, aunque era difícil estar preparada al cien por cien, sentí como mi tía me apretaba la mano, brindándome la confianza suficiente como para asentir.
Me aplicó un gel extra denso por la tripa que estaba helado, por lo que di un respingo involuntario ante el primer contacto. Una vez hubo acabado, encendió un monitor y me pasó una especie de mango por el abdomen esperando encontrar el punto perfecto para poder ver al feto.
No sé en que momento apareció la imagen del bebé pero en cuanto lo vi lo supe: no podía deshacerme de él o ella. El latido de su corazón comenzó a resonar por la habitación y no hice más que aguantar la respiración. Dentro de mí había vida. Le estaba dando vida a otro ser humano. Me parecía fascinante lo que el cuerpo de una mujer podía llegar a hacer y no había sido plenamente consciente de lo que sucedía hasta aquel mismo momento. Esa vida era gracias a Kane y a mí. Fue creado con amor y aunque ahora no tuviese a su papá siempre me iba a tener a mí. No le conocía y ya me había ganado por completo. El vínculo que sentía era tan bonito que cuando quise darme cuenta no podía ni mirar a la pantalla del monitor por las lágrimas que me nublaban los ojos. Era el sentimiento más real que había sentido en mi vida y estaba asustadísima. Ahora la pregunta ya no era si tendría al bebé o no, sino si sería buena madre.
–Autumn, mira, ¿aprecias sus párpados?– me preguntó Maia.
Solo fui capaz de asentir, porque realmente no podía apartar la vista del monitor. Estaba totalmente eclipsada.
–¿Se puede apreciar el sexo del bebé?– le pregunté a la médica.
–Me temo que aún sus órganos sexuales se están formando por lo que me es imposible saberlo. Ten en cuenta que aún estás en la décima semana de embarazo y hasta la veinteava no se suele apreciar.
Asentí de nuevo, como no. Me daba igual si era niño o niña, solo quería que estuviese feliz y sano.
–Desgraciadamente ya es hora de despedirnos del feto por ahora. Voy a hacer un par de capturas para que las tengas y, si no te importa, límpiate mientras tanto con esto– anunció, pasándome una toalla.
Miré la pantalla por una última vez y me limpié el vientre con calma. Aún se me hacía difícil pensar que estuviese ahí. Me levanté de la camilla y volví a las sillas frente al escritorio. La doctora se sentó en su respectiva silla y estuvo varios minutos imprimiendo el resultado de la ecografía.
–Esto es para ti– dijo, entregándome las fotos –No te olvides de que nuestra próxima cita será en un mes debido a que estás muy delgada y necesito asegurarme de que todo está bien. Cuidaos mucho.
–Muchas gracias, doctora.
Cuando salimos de la consulta, Maia no paraba de saltar de un lado a otro.
–¡Qué cosa más guapa de bebé!– gritaba sin cesar. El feto aún no estaba ni medianamente formado y ni con esas podía evitar darle la razón.
–Aún no me creo que sea mío– admití.
–Me pasa lo mismo con Wolf y aún así es lo mejor que me ha pasado– me dijo con los ojos brillantes. Ambas estábamos emocionadas, había sido un día muy intenso.
–Gracias, Maia– agradecí con lágrimas en los ojos –Y a ti también, pequeñín– le dije a Wolf, que acababa de abrir los ojitos.
–Siempre que quieras, bonita– me abrazó –Venga, vayamos a dar una vuelta.
ESTÁS LEYENDO
SEPARADOS ©
Teen FictionTras los sucesos inesperados, Autumn intenta recomponerse a pesar de estar hecha pedazos. Intentar afrontar los cambios nunca había sido tan complicado... y más aún en la situación en la que se encuentra. ¿Estará a tiempo de tomar las riendas de su...