Capítulo 4

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Un par de días después me encontraba embarcando en el avión que me llevaría a Denver. A Chocolate le habían dejado pasar conmigo siempre y cuando le metiese en un trasportín y pagase dinero de más por el transporte del animal. Al menos no le habían metido donde las maletas, por lo que suspiré aliviada.

Me senté en el asiento que me habían asignado y me di cuenta de la chica embarazada que permanecía en el asiento de al lado. Nunca había visto tantas embarazadas en mi vida hasta que me dijeron que yo lo estaba, no se si era psicológico o una mera casualidad, pero ya empezaba a darme repelús.

Coloqué mi bolsa de mano en uno de los cajones de encima de los asientos y el trasportín de Chocolate sobre mis piernas. El pobre estaba agobiado en la jaula, ya que apenas podía moverse, por lo que abrí discretamente la puerta y metí mi mano dentro, esperando que mi tacto le calmase. Efectivamente así fue y se tumbó apoyando la cabeza fuera del trasportín, más exactamente en mi pecho. Me puse el cinturón a duras penas mientras las azafatas explicaban las normas de seguridad y, minutos después, el avión despegó.

Cuando quise darme cuenta ya habíamos llegado. El viaje de Los Ángeles a Denver era bastante corto en avión, ya que apenas duraba 2 horas y un poco. Me acuerdo de la primera vez que viajé en avión, que fue cuando me vine a estudiar a Los Ángeles, y todo lo que para mí significaba. Me sentía libre, desconectada de Denver y con un porvenir incierto al que le tenía muchas ganas. En cambio, este viaje fue más como ir a mi propio funeral, ya que presentía cómo iban a reaccionar mis padres y no era algo de mi agrado.

Además, en mi primer viaje pinté el cuadro que expuse en el museo, el cual meses más tarde le regalé a Nash. Esta vez había pintado a Chocolate con medio cuerpo en el trasportín y el otro medio apoyado en mi pecho y la imagen no hizo más que llenarme de dulzura.

Cogí mis cosas y bajé del avión. Fui a por mi gran maleta, la cual por suerte no tuve que esperar mucho tiempo antes de que saliese, y me dirigí al sitio en el que había quedado con mis padres.

Antes de llegar, me paré para respirar profundamente un par de veces. Planeaba ir por partes: primero iba a dejar que asimilasen la noticia de que tenía perro y, después, contarles que estaba embarazada y que el padre había renegado del bebé. No iba a ser fácil pero de esa manera lo iban a asimilar mucho mejor que si se lo soltaba todo de golpe.

El primero en verme fue mi padre, que se tiró a abrazarme nada más tuvo oportunidad. Él no era muy fan de las muestras de afecto, pero cuando se trataba de su única hija se volvía un oso amoroso. Por el contrario, mi madre se quedó mirando con espanto la jaula de mi amigo peludo.

–Hola, pecas– me saludó mi padre con el mote que siempre usa conmigo.

–Hola, papá– le sonrío.

–¡Autumn! ¿Qué narices es eso?– interrumpió mi madre mientras observaba la jaula.

–No es "qué", mamá, sino "quién"– murmuré, ya cansada de su compañía. Y mira que sólo habían pasado unos minutos –Él es Chocolate, mi perro.

Mi padre dio un paso al frente, quitándome el trasportín de las manos para asomarse a ver al animal. Chocolate meneaba el rabo desde dentro y mi padre le acarició el pelaje entre los barrotes.

–Me cae bien.

Ya solo con esa frase consiguió hacerme llorar con una magdalena. No quería que me viesen así, pero mi padre significaba tanto para mí que temía romperle el corazón por la noticia que esperaba darles más adelante.

Mi madre, pensando que había provocado mis lloros, se acercó a mí y me dio un rápido abrazo –Perdón por llamarle "qué", no estoy acostumbrada a los animales.

Negué con la cabeza quitándole importancia al asunto. Me había sorprendido que se hubiese disculpado y, a la vez, me había gustado el gesto. Pensaba que nada más verme me echaría la bronca por no haberle cogido el teléfono estas últimas semanas, pero me equivocaba.

–Y por favor, no vuelvas a hacernos lo de estas últimas semanas. Yo ya estaba pensando en llamar a la policía– continuó mi madre, haciendo que lo que había pensado anteriormente se fuese a la mierda. Al parecer no me equivocaba pensando eso.

–Lo siento– me disculpé para aplacar un poco su furia. Iba a necesitar que estuviese calmada para cuando le diese la noticia.

–Venga, vamos a casa– dijo mi padre, aplacando la tensión que se palpaba en el ambiente.

De toda la vida mi padre había sido el "poli bueno" y mi madre el "poli malo", ya que mi padre siempre me andaba mimando y dejando que hiciese lo que yo quisiera, mientras que mi madre siempre me echaba la bronca cuando me salía de lo establecido. Juntos hacían la combinación perfecta porque se complementaban bien. Eran polos opuestos que, por alguna razón de la vida, habían conseguido entenderse.

Sentí una punzada en el corazón, no sé si de celos porque me hubiese gustado tener esa compenetración con Kane o de tristeza porque ellos se tenían el uno al otro y yo no tenía ni si quiera al padre de mi futuro bebé.

Apenas pensé lo del embarazo, corté el contacto visual con ellos. No me atrevía a mirarles a los ojos sabiendo lo que les estaba ocultando, así que permanecí todo el trayecto en coche en silencio.

Cuando llegamos a casa de mis padres, saqué a Chocolate a pasear para que estirase las patas. Me puse los cascos para escuchar música y dejé que mis pies me llevasen a ningún lugar en particular. En algún momento durante la marcha una mano me tocó el hombro y me volteé con sutileza, intentando evitar que el miedo se abriese paso en mi interior.

Para mi sorpresa era Maddie, una amiga mía del instituto con la que había perdido el contacto al irme a Los Ángeles.

–¡Menuda sorpresa, Maddie! Cuánto tiempo...– chillé, quitándome los auriculares.

–¡Sí! Cuando te he visto no me lo podía creer, ¿cómo estás?

Se había teñido el pelo de negro cuando antes era rubio platino. Sus ojos azules ahora contrastaban muchísimo más con el color de pelo, aunque en mi opinión le quedaba mejor el rubio.

–Bien...he venido a casa a pasar las vacaciones– mentí, intentando hacer como si mi vida fuese de lo más normal. No la había visto desde hacía un año, es verdad que la había echado de menos, pero aún no tenía la suficiente confianza con ella para contarle el por qué había regresado realmente. –Me gusta lo que te has hecho en el pelo– dije, intentando llevar la conversación por otro camino.

–¿Sí? Pensaba ir mañana a la peluquería a retocarme el color, ¿te apuntas?

Sopesé mis planes y vi que tenía dos opciones: quedarme en casa muerta del asco mientras pensaba en el momento de mierda que estaba viviendo y contarle a mis padres todo o ir con Maddie a la peluquería.

Estaba más que decidido: iba a salir con ella. Total no me venía nada mal un poco de drama típico adolescente, en vez del drama que me tocaba a mí vivir por imbécil. Quería que ella me pusiese al día de lo que había pasado aquí en el último año y que hiciese que me olvidara de todas mis responsabilidades durante unas horas.

–Vale, así nos ponemos al día.

–En ese caso luego te escribo un mensaje con la hora y el lugar. Hasta mañana– se despidió con un abrazo.

El camino de vuelta a casa fue bastante tranquilo y, nada más llegar, caímos rendidos en la cama.

Había sido un día muy largo.

SEPARADOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora