Capítulo 8

104 6 1
                                    

Había pasado una semana desde mi primera ecografía y desde entonces había decidido cuidarme. Por mí y por mi bebé. Empecé a comer más de a cuenta y ver la situación de una manera distinta. Me había prometido a mí misma volver a ser la misma de siempre, costase lo que costase. Aunque eso no iba a suceder de la noche a la mañana, por lo que había a empezado a hacer pequeños cambios en mi estilo de vida. El primero de ellos fue pasear con Chocolate, me venía estupendamente salir a que me diese el aire, aunque había poco ya que nos encontrábamos a principios del verano. Las caminatas las solíamos hacer antes de que saliese el Sol y también cuando ya se estaba yendo. Además, Maddie había empezado a acompañarme algún que otro día y charlábamos juntas de todo y de nada a la vez. Haberme reencontrado con ella había sido un puntazo, y más aún cuando nos centrábamos en continuar con nuestra amistad que estaba en pausa desde que me fui a la universidad.

Por otro lado estaba mi tía Maia, a quien también visitaba a menudo. Ahora que tenía a Wolf me enseñaba cosas sobre bebés que yo necesitaría saber cuando tuviese el mío. Y ahora que había decidido que iba a tenerlo la situación era un pelín más fácil para mí. Se me hacía menos cuesta arriba saber que iba a dar todo de mí para que ese bebé creciese fuerte y sano y fuese querido, aunque ya lo era sin haber nacido. También mi mentalidad era algo más positiva, antes no me había dado cuenta de las ventajas que tenía estar embarazada, pero ahora que era consciente de ellas me animaba poco a poco. La primera de ellas era que ya no tendría la regla durante un tiempo. Yo que estaba acostumbrada a sufrir tanto por los dolores menstruales ya no tendría que soportarlos más. Otro punto a favor era que me iban a crecer los pechos, así que no había mal que por bien no fuese.

Pues eso, que la semana entre unas cosas y otras se me pasó rápido. Con Reece mi relación iba viento en popa, me llamaba cada vez que podía para preguntarme cómo estaba. Como la boda seguía en pie, estaba muy liado con los preparativos. Sus hermanas le estaban ayudando y cada vez quedaba menos para ir a Puerto Rico a ver la ceremonia. Además, iba a ser su dama de honor y me hacía muchísima ilusión. Lo único que no me gustaba de la boda era que Kane iba a estar allí y, aunque me moría de la tristeza al pensar en él, tenía asumido de que tarde o temprano me lo iba a tener que encontrar y, aunque no quisiera admitirlo, seguía sus partidos como profesional del fútbol americano. La prensa solía decir que era una de las mejores adquisiciones de esta temporada y yo no iba a ser quien para decir lo contrario. Como jugador podría ser todo lo perfecto que quisiese, pero como persona me había demostrado que de perfecto no tenía ni un pelo.

Kylie me había llamado varias veces, pero muchas veces pensaba que lo hacía por compromiso y no porque le interesase de verdad. Creí haber encontrado en ella una amiga de verdad y, aunque aún no se había ido de mi lado, tenía la sensación de que no iba a tardar en hacerlo, aunque ojalá me equivocase con eso.

En definitiva: estaba poniendo mi vida en orden de nuevo y por fin estaba decidida a contarles a mis padres lo que me estaba sucediendo. Era cuestión de tiempo que se me empezase a notar la tripa de embarazada y no quería que lo descubriesen de una forma tan mala como me pasó con Kane. Esta vez iba a ser valiente, iba a contárselo porque mi decisión de tenerlo estaba más que tomada. Por eso mismo había decidido hablar con ellos esta misma noche. Sí, mis decisiones siempre fueron muy radicales. O todo o nada.

Me encontraba en la cocina con Choco. Mientras preparaba la cena después de nuestro paseo habitual, Chocolate me perseguía constantemente para ver si le caía algo de comida. Estaba de buen humor, por fin me iba a deshacer del nudo que tenía en el estómago, que juraría que no era que mi bebé haciendo piruetas, sino los nervios por saber cómo se lo iban a tomar mis padres. Aunque verdaderamente me diese igual porque nunca antes había tenido algo tan grande por lo que luchar, o mejor dicho alguien.

–Hola, pecas. ¿No ha llegado tu madre aún?– me preguntó mi padre, haciendo que me sobresaltase. No le había escuchado llegar de trabajar entre mis tarareos. Chocolate se acercó a él moviendo el rabito y mi padre le hizo una carantoña en la cabecita. Choco había crecido mucho desde que le adoptamos y cada vez estaba más alto, por lo que mi padre no tuvo que agacharse mucho.

–Parece que no– respondí.

–Te noto contenta– apreció mi padre, haciendo que me pusiese nerviosa. Justo apareció mi madre en la cocina con su ropa de deporte. Se había ido a hacer yoga.

–Si, bueno, es que tengo que contaros algo. Pero antes sentémonos– propuse.

Mi madre me miró con desconfianza, como si supiera lo que le iba a decir. Sin embargo, la mirada de mi padre era más de curiosidad que de otra cosa. Nos sentamos alrededor de la mesa y servimos la cena. Aún no había probado bocado cuando mi madre me preguntó, impaciente:

–¿Y bien?

Ambos clavaron su mirada en mí y me sentí presionada. Estaba a punto de recular e inventarme una excusa para no decirlo. Me sudaban las manos y sentí como la sangre se me iba de la cara.

Joder, que estrés.

Era mi momento, tenía que soltarlo cuanto antes, me repetía constantemente.

Venga, Autumn, tú puedes.

No, no puedo.

Que sí, va. A la de una...

Que no, que no.

A la de dos...

Uf, no estaba segura de poder hacerlo.

Pero por otro lado tenía que hacerlo.

–Estoy... Estoy embarazada– solté atropelladamente.

A mi madre se le cayó el tenedor que estaba a punto de llevarse a la boca mientras que mi padre escupió el agua que estaba bebiendo. Sus caras eran un poema. Mi madre me miraba con los ojos desorbitados, sin creerse lo que les estaba contando. Me daba miedo mirar a mi padre porque muy pocas veces se enfadaba y no quería pensar que le estaba decepcionando, así que fijé mi vista en el plato sin tocar de mi cena.

No sé si pasaron segundos, minutos u horas, porque cuando me quise dar cuenta mi madre no estaba en la cocina y no sabía a dónde se había ido. Mientras mi padre se había puesto a llorar. Repito: A LLORAR.

Nunca le había visto llorar, por lo que se me cayó el alma a los pies. No pude evitar ponerme a llorar yo también. Estaba agobiadísima. Hubiese preferido que me regañasen, que me dijesen algo. No que se quedasen en silencio. Necesitaba escucharles decir que todo estaba bien. Que no pasaba nada, que me apoyaban. Pero al final seguía siendo una joven de 18 años demasiado ingenua.

–Di algo, papá, por favor– me rompí.

–Dios, Autumn, ¿qué has hecho?– fue lo único que dijo, lo que me dejó aplastada por los suelos. Chocolate notaba mi estado de humor, y me chupaba el pie bajo la mesa para alegrarme. Este perro era un cielo.

–Papá, yo...

–No quiero escucharlo– me interrumpió y, así sin más, se fue de la cocina.

Me desplomé agarrándome el vientre. ¿Por qué me tenía que ir todo tan mal? Creí que tras esta semana tan positiva para mí iban a cambiar las cosas para bien, pero es que era un obstáculo tras otro.

¿Ahora qué iba a hacer?

SEPARADOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora