Capítulo 3: El jefe es aquel que soporta todo

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Todos los presentes se quedaron callados y el jefe prorrumpió en carcajadas.

―¡ERA YA LO QUE ME FALTABA! ¡DE PRÁCTICAS Y UNIENDO PIERNAS!

―¿Tiene miedo de que sea capaz?

La mirada del joven se había vuelto astuta y a la vez sombría.

―Si tanto miedo tiene, me puede supervisar la doctora. Así, el mérito sería para el hospital.

Dio igual las múltiples quejas de la joven y de los padres ante la idea de dejar a un niño ser tratado por un chico que no era médico ni nada… En el quirófano entraron ambos jóvenes, dispuestos a dar lo mejor de sí.

―Bueno, el niño está dormido… Tenemos 20 minutos, doctora.

En contraste con el entusiasmo del joven, se hallaba la pobre doctora ultimando en su cabeza los últimos papeles que debía rellenar para emigrar si algo salía mal.

―Doctora.

La joven salió de su ensimismamiento.

―Disculpa… Dime.

―Dígame qué debo hacer.

―¡¿No sabes cómo proceder?!

―No es eso. Es que yo me guío por la jerarquía: hay que hacer caso al superior.

―(Digno alemán es…) Comencemos.

Ambos comenzaron a operar. Más de una vez la doctora levantaba la vista, observando cómo el joven movía con destreza sus manos, equipadas con bisturís. Parecía que lo había hecho desde su más tierna infancia.

―Increíble…

―De pequeño curé varios animales en el hospicio.

―¿Hospicio?

―Perdí a mis padres cuando era pequeño en un accidente de tráfico.

―¿Y de ahí surgió tu deseo de ser médico?

El joven levantó la vista por primera vez.

―¿Disculpe?

―Bueno, pensé que seguramente hubieras querido salvarles la vida…

―No, no. Para nada. Me hice médico por otra razón ―volvió a su trabajo―. Yo no vivo del pasado, es algo que no se puede cambiar.

―¿Y si hubieses podido salvarlos?

Un silencio algo incómodo se hizo en el quirófano. La doctora esperaba una respuesta, pero solo oyó al joven decir que el niño necesitaba más oxígeno.

―Yo me hice doctora para curar a mi madre de los ataques al corazón que tenía ―cambió de tema la doctora.

―Ya veo… Supongo que ya estará bien.

―Murió el año pasado.

La doctora observó al joven, pero este no pareció inmutarse ante esta revelación.

―No pareces afectado.

―¿Debería?

―Una persona que oye eso, debería estarlo.

―Mis disculpas. La muerte me parece lo más natural del mundo, así que no preocupo por ella.

―Ahora entiendo el porqué te consideran un bicho raro… Me da miedo saber tu razón para ser médico…

―¿Y si le dijese que fue por simple curiosidad?

―Creería que estás loco.

―Entonces, enciérreme.

Ahora la doctora deseaba saber la razón. Todas las palabras que salían de él parecían estar medidas a la perfección… Como si todo lo tuviese calculado con antelación.

―Doctora.

―Dime.

―Se nos va.

―¡¿Cómo dices?!

Se giró y observó cómo el niño entraba en parada cardiorrespiratoria.

―Si no hacemos algo… ―comentó el joven.

La doctora empezó a entrar en pánico. Era la primera vez que comandaba una operación de tal calibre.

―Doctora.

La pierna solo aguantaría diez minutos más, pero seguir era un completo suicidio.

―Doctora.

Podrían intentar salvar al niño, aunque tuviese que vivir sin una pierna. Pero la imagen de ese pobre niño en muletas…

―Doctora.

La situación podía con ella. Todo estaba en silencio. No se oían los pitidos de las máquinas, ni siquiera notaba su respiración. Parecía que su cuerpo se había congelado allí mismo. No podía moverse. No podía pensar. ¿Qué diría a los padres? ¿Y a su jefe? ¿Y cómo conseguiría vivir con el peso de la muerte de un niño?

Su cara empezó a calentarse. Era un calor extraño, no era suyo. Alzó los ojos y se encontró con el joven sujetando su cara con ambas manos y mirándola directamente a los ojos.

―¿Me oye ahora, doctora?

La doctora asintió como pudo.

―Dígame lo que debo hacer y le aseguro que todo saldrá bien.

―No… No puedo… No sé… No lo sé ―varias lágrimas cayeron por su cara.

―Déjeme darle un consejo: ahora mismo el niño está muerto.

―¿Cómo?

―Si usted sigue así, morirá. Si cambia ahora, tendrá más posibilidades de vivir. Un superior debe transmitir confianza en momentos de pánico o sus subordinados se derrumbarán. Por eso mismo, aunque te rompas por dentro, la soledad te ahogue y tu cabeza no pare de gritar, nunca debes mostrar tu hundimiento. Ante todo, el jefe es aquel que debe soportar todo el peso de los acontecimientos para que sus subordinados no sufran. En toda situación difícil, siempre existirá una solución lógica que nos lleve a la victoria. Dígame qué debo hacer.

Nunca supo por qué dijo aquello, pero sus labios se movieron solos:

―Haz lo que sea. Confío plenamente en ti.

El joven sonrió y regresó a su puesto. Con suma habilidad, estabilizó al niño y colocó la pierna.

―Solo queda reanudar el riego sanguíneo en la pierna.

Ambos se miraron y asintieron. La doctora quitó las pinzas y observaron la pierna.

―Vamos, por favor…

Ya se había cumplido el tiempo… Los 20 minutos habían pasado… Si esa pierna no regresaba a su color natural, habría que amputar de inmediato. Varias lágrimas de desesperación saltaron de los ojos de la joven.

―No puede ser… Por favor…

―Un momento…

El joven apretó el dedo pulgar del pie.

―¿Qué haces?

―Hacer que la sangre corra más rápido. ¡Mire!

Poco a poco, la pierna empezó a tener su color rosado normal. La doctora se quedó ojiplática y observó al joven, quien sonreía.

―Se acabó. Lo conseguimos.

Las lágrimas de la doctora se llenaron de felicidad y se juntaron con las de los padres, tras darles las buenas noticias.

BSD || Ōgai Mori: The Darkest EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora