Capítulo 5: El brindis más amargo

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La tensión en las calles se notaba, no solo por la afluencia de heridos, sino también por el silencio cortante que reinaba en la ciudad, aviso de otra nueva bomba que venía de camino, para más tarde terminar cayendo y asolando una parte de la ciudad. Nosotros éramos tres jóvenes ajenos a estos hechos; tres jóvenes médicos del hospital central…

Hace unos meses conocí al estudiante en prácticas Mori Ogai, quien no tardó en ser reclutado por su excelente talento con el bisturí en el mismo hospital donde trabajamos Toyotaro Ota, compañero mío desde el colegio, y yo, Shizuka Kanei, la única con grado de doctora. En este momento, nos hallábamos en el bar donde siempre quedamos tras una dura jornada de trabajo, brindando por la vida que acabábamos de salvar:

—A pesar de que casi nos toca reanimar a Toyo, la intervención ha sido un éxito —se rio Ogai mientras terminaba su jarra de cerveza.

—¡¿Pero tú has visto cuánta sangre salía de ese hombre?! ¡Santo cielo!

Ambos se enfrascaron en la típica discusión de “¿por qué eres médico si te da miedo la sangre?” o “¿por qué no te vuelves a Alemania y te haces militar?”... Yo me reía viendo a ambos en aquella situación y, cuando se daban cuenta de mis carcajadas, los dos se unían a mí. Es increíble lo mucho que echo de menos aquellos momentos, esos momentos triviales donde no existía aquella maldita guerra…

Aquella guerra que nos separó para siempre…



Todo comenzó con aquel anuncio de que el ejército imperial necesitaba nuevos reclutas para el escuadrón médico y, como no, Ōgai nos vino con aquel anuncio en la mano:

—¿Os dais cuenta de lo mucho que podríamos ganar si ayudamos al ejército?

—¿Un sitio al lado del coro angelical?

—Con esa forma de pensar, Toyo, te matas antes yendo al baño que en la guerra…

—¡Oye!

Y, otra vez, a discutir. Yo me había quedado observando el anuncio, algo cariacontecida… Una guerra son palabras mayores para lo que hacemos en el hospital. Alistarse al ejército aseguraba que siempre habría bombas por todos los sitios… Sobre todo, los escuadrones médicos eran los primeros en morir ya que todos los ataques iban dirigidos a ellos…

—Oye, Shizu, ¿ocurre algo? —me miró preocupado Toyo.

—Simplemente pensaba que, con lo bien que estamos los tres juntos, ¿por qué ahora tantas ganas de ir a la guerra, Ōgai? Toyo puede ser un cobardica —ignoré el “¡oye! ¡que estoy aquí!”—, pero tiene razón: la guerra es un cúmulo de tragedias y muertes.

Mi discurso parecía haber calado solo en Toyo, quien asentía ante cada palabra mía, a pesar de llamarle cobardica, ya que Ogai se mantuvo con aquella sonrisa enigmática que le caracterizaba.

—Doctora, no hay nada que mueva más los sentimientos que una tragedia —y aquí viene la charla filosófica, pan de cada día—. Además, en la muerte se halla la esencia de la naturaleza humana. ¡Este anuncio es un mensaje que Dios me ha enviado!

Mientras miraba entusiasmado el anuncio, Toyo se acercó a mí:

—¿Me puedes explicar por qué este tío es médico?

—Su sueño es entender la esencia y naturaleza humana en todo su esplendor, y dice que solo en los hospitales se puede ver dicha naturaleza…

—¡¿Eh?! ¡Pensé que era broma cuando me lo dijo!

—Ōgai suele decir muchas cosas, pero nunca bromea.

Recuerdo que el brindis de aquel día fue el más amargo de toda mi carrera…

BSD || Ōgai Mori: The Darkest EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora