Capítulo 2: El alumno en prácticas

593 80 0
                                    

Aquel día, la ciudad mostraba una calma y un silencio algo inusual... Aquel silencio que suele ocurrir antes de la tormenta... En menos de unos minutos, el polvo inundó el lugar, seguido por gritos, llantos y los ecos de la bomba.

El hospital estaba a reventar y los diferentes departamentos ya no daban abasto con todos sus eficientes. Los heridos ya no entraban en las habitaciones y las camillas inundaban los pasillos.

―¡¿Alguien está libre, por favor?! ¡Necesitamos ayuda! ―gritaba una joven doctora por los pasillos.

Ante todo el griterío y movimiento que había en el lugar, hubo algo que la impresionó: en uno de los bancos del exterior se hallaba un joven con bata blanca de médico leyendo un libro sobre la anatomía del ser humano en alemán. Tras maldecirle, salió corriendo a su encuentro:

―¡¿Se puede saber qué haces?!

―¿Leer? ―respondió algo confundido mientras levantaba la vista.

―¡¿Y es momento para leer?! ¡Necesitamos todo el personal que podamos ahora mismo! ¡Ha habido una bomba y hay un centenar de heridos, por no contar los muertos!

Mientras la chica hablaba, el joven simplemente guardó el libro en su bata y se cruzó de piernas, prestando atención a la doctora mientras sonreía.

―¡¿Te parece gracioso?!

―No, claro que no. Es solo que yo no puedo ayudaros.

―¿Cómo dices?

―Soy un alumno en prácticas de la Leipzig Universität. Por consiguiente, no puedo intervenir en nada ―explicaba tranquilamente, con cierto aire de fastidio.

―¿Eres de Alemania?

―No, pero mis queridos tutores han querido que fuese a Alemania a estudiar Medicina... Bueno, lo de Medicina lo elegí yo, porque la Economía me aburre, el Latín y el Griego tampoco son gran cosa, no valgo para maestro...

La doctora empezaba a ponerse nerviosa ante la parsimonia que se daba el joven contando sus desventuras con las diferentes carreras universitarias del momento...

―¡Basta ya!

―¿Eh? Si ahora venía que Enfermería no es más que una simple ramita de Medicina...

―¡Déjalo! Mira, voy a ser clara: esto es una situación de emergencia y necesitamos a todos los efectivos posibles.

―Comprendo.

―Así que, ayúdanos.

―Voy a ser claro yo también: No puedo.

El joven parecía reírse de la situación, algo que ya exasperaba a la joven.

―A no ser que el director del hospital me dé su permiso...

―Yo soy doctora, podría dejarte.

―Y yo soy alumno de prácticas.

Esto no iba a ninguna parte.

―Así que ―se levantó del banco―, tendré que hacer caso a mi superior.

La chica ya no sabía si aquel joven era médico o paciente del departamento de psiquiatría...

Ambos cruzaron el pasillo y la joven se asombró de cómo el chico caminaba entre la sangre y los gritos sin apenas inmutarse. Se giró con toda la naturalidad del mundo hacia un herido y empezó a curarle. Los gritos de admiración empezaron a crecer ante aquel joven, capaz de sanar cualquier herida que se le pusiese delante... La doctora notó cómo con la participación del joven, ahora parecían estar las cosas bajo control...

Pero la situación cambió cuando entró un niño al borde de la muerte, con la pierna amputada. Los padres imploraban a todos los médicos que salvasen a su hijo y, ante tal gravedad, hizo acto de presencia el director. Tras ojear el estado del niño y de la pierna, alegó que no tenía ninguna salvación.

―¿Lo dice en serio, señor? ―preguntó la doctora, preocupada.

―Es imposible. Durante la operación, el niño podría morir y a la pierna le queda menos de una hora para intentar volver a unirla.

Escuchando la conversación, el joven se acercó y observó también el estado del niño y de la pierna con suma concentración. Tras su reconocimiento, tapó al niño e hizo unos cálculos:

―Darlo todo por perdido es el primer paso para perderlo todo, señor.

―¿Cómo dices? ―se giró malhumorado el director.

Ya conocía a aquel joven: el mismo joven que diagnosticó a muchos pacientes, colándose en los diferentes departamentos sin permiso. Más de una vez lo echaron a patadas de psiquiatría para aparecer en urología más tarde y acabar igual.

―¡Ya te he avisado! ¡Si seguías dando la murga, te devolveríamos a Alemania! ¡¿Cuántas veces te han echado esta semana de cardiología?!

―8 veces, señor. Pero me parece irrelevante preguntar eso en un momento así.

La joven no daba crédito a lo que oía. ¡Estaba hablando con su jefe como quien habla con el cajero del supermercado! ¡Y en un momento así! El director contó hasta diez antes de hablar o el joven terminaría entre los heridos.

―¿Y qué haces tú aquí, si puede saberse?

―Ella me dejó ―respondió mientras la señalaba.

―(Y aquí viene mi despido...) ―pensó pálida la doctora mientras su jefe se giraba hacia ella.

―Doctora... ¿Me explica esto?

―Bueno, señor... Pensé que necesitábamos toda la ayuda posible y por eso...

―¡ÉL NO ES MÉDICO, MALDITA SEA! ¡Y MENOS DE ESTE HOSPITAL!

―Señor, siento interrumpirle, pero el tiempo es oro ―le cortó el joven mientras observaba al niño―. A este paso, perderemos la pierna y al niño.

―¡La pierna ya está perdida!

―Aún no. Déjeme intentarlo, por favor.

―¿Intentar qué? ―preguntó el director ante la mirada atónita de la doctora.

―Yo uniré esta pierna ―respondió sonriendo mientras se ponía una mano en el pecho.

BSD || Ōgai Mori: The Darkest EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora