Capítulo 27: Regreso al infierno

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Pasó una semana, la gente seguía muriéndose y no había forma de remediar aquella catástrofe ya. Se había instaurado el estado de emergencia.

Mori se apoyó exhausto en la pared tras evaluar a veinte pacientes. Gracias a lo que había pasado en la guerra, mantenía una resistencia a la hora de trabajar superior a la de sus compañeros. Pero notaba que sus fuerzas empezaban a flaquear. Se colocó el termómetro…

37’5º


Lanzó con fuerza el termómetro al suelo. Hacía días que había empezado a tener fiebre y por eso se negaba a ir a casa. No quería contagiárselo a Elise, tampoco quería encontrarse con Shizuka. Cada día se sentía más débil. ¿Iba a permitir morirse en aquel lugar? ¡Por supuesto que no!

Recogió el termómetro, se colocó la bata y prosiguió con su ronda de evaluación.

—¡A mí primero, doctor!

—¡No! ¡Yo primero!

—¡Me duele mucho!

Mori decidió respirar hondo y seguir el recorrido que ya se había autoimpuesto desde el principio. Qué decepción más grande se llevarían si descubrieran que él era un simple médico sin doctorado…

“Muy fácil: Gana el que salve más vidas.”


El estetoscopio cayó al suelo cuando escuchó aquella frase en su cabeza. ¡¿Por qué justo ahora oía aquella condenada frase que le quebró por completo la mente en aquella guerra?! Sin embargo, sabía que aquella frase era idónea para una situación así: debía salvar al mayor número de personas sin importar las consecuencias.

Aquella era la solución más lógica.

¿Qué contaba más? ¿Una mujer o un hombre? Una mujer por la procreación. ¿Y un anciano y un niño? El niño, por supuesto. El anciano ya había vivido lo suficiente.

¡¿Pero qué estaba haciendo?! ¡¿De nuevo estaba cosificando la vida humana?!

—¡Maldición!

—¿Ocurre algo? —preguntó el anciano al que atendía.

Mori no sabía qué contestar. Solo salía en su cabeza la frase: ¡No te mueras!, pero no podía decir aquello en ese lugar.

—Señor, ¿me voy a morir? —preguntó un niño en la camilla de al lado.

Todos preguntaban lo mismo. Había personas peores que ellos, pero solo pensaban en sí mismas. ¡Que le diesen a los demás! ¡Primero nosotros! El ser humano es egoísta por naturaleza, eso está claro.

Egoísta… Por una vez, encontró una definición para aquella pregunta que tanto ha regido su vida: la naturaleza humana es ser egoísta.

De pronto, sus piernas flaquearon y cayó al suelo. La cabeza le daba vueltas y había perdido todas las fuerzas que tenía. No necesitaba ponerse el termómetro para saber que tenía una fiebre importante: estaba ardiendo. Nadie se acercaba a él, ni siquiera sus compañeros. Todos tenían miedo de contagiarse. Aquellos compañeros que otros días le acompañaban a tomarse un café eran los que ahora lo repudiaban. Egoístas, eso era lo que eran en realidad.

—¡Ōgai!

Vio venir a Shizuka corriendo por el pasillo. Intentó advertirla para que no se acercase, pero no tenía fuerzas. La doctora lo tomó entre sus brazos y lo ayudó a levantarse.

—¡Estás ardiendo! ¡¿Por qué no has dicho nada?!

—Vete Shizuka… Si no, tú también…

—Ōgai —le cortó de lleno.

De su bolsillo sacó un pañuelo ensangrentado. Mori se quedó sin habla.

—Yo ya llevo tiempo infectada. Por eso debo quedarme todo el rato aquí —comenzó a llorar—.  ¡No quería contagiaros ni a ti ni a Elise! ¡Lo siento!

De pronto, empezó a toser y se llevó la mano a la boca, descubriendo sangre en ella.

—Lo siento… —dijo entre lágrimas.

BSD || Ōgai Mori: The Darkest EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora