Capítulo 34: En el corredor de la muerte

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«—Quiero que cuides de Elise… Que crezca fuerte y sana…»

Aquellas fueron las últimas palabras de Shizuka, las cuales retumbaban en mi cabeza con fuerza mientras observaba conmocionado aquella camilla. Noté que Toyo me agarraba para que no me acercase a ella, pero lo aparté de un codazo. Ahora solo escuchaba mis pasos por el mármol y mi palpitar en la cabeza…

Así debía sentirse un reo cuando pasa por el corredor de la muerte.


Llegué a la camilla y, con un esfuerzo sobrehumano, conseguí alzar mi mano para agarrar la sábana. Las nauseas podían conmigo, pero me tragué el vómito.

¿Y si era Elise?

¿Y si era mi hija?

¿Y si era ella?

Tiré de la sábana.

Recordaba el día de su nacimiento como si hubiese sido ayer… Aquel día fue el más feliz de mi vida… Shizuka sonreía mientras me abrazaba… Yo simplemente lloraba… Elise dormía en su cuna con una gran sonrisa…

¿Por qué los momentos más felices terminan con momentos tan dolorosos?

La felicidad lleva necesariamente a la tragedia… Mi vida hasta ahora había sido así… Todo aquello que yo había amado, había muerto…

Mis padres…

Shizuka…

Noté que alguien me agarraba por detrás y me separaba de la camilla.

La cara de Toyo me parecía borrosa, a pesar de que no había llorado. Un suspiro salió de su boca y miré a la camilla mientras él decía:

—No es ella.

En efecto. Era un hombre de mediana edad al que identificaría más tarde como el carpintero que nos puso el tatami en el suelo.

—¡Puede que haya esperanzas, Ōgai! ¡Elise puede seguir viva! —me dijo mientras me zarandeaba para sacarme de mi shock.

Me encontraba sin fuerzas, mareado tras toda la tensión acumulada. Quería llorar, pero no tenía fuerzas para hacerlo.

¿En serio para alguien como yo existe la esperanza?

Quería sonreír, pero hasta que no viese a Elise viva, no podría hacerlo.

Más camillas y heridos comenzaron a llegar. Levanté cada una de las sábanas de forma automática, pero ninguno de los cuerpos era de mi hija. De los heridos, ninguno sabía dónde estaba.

Ahora mismo sentía en mis carnes la teoría del gato de Schrödinger: Elise estaba tanto viva como muerta hasta que no la encontrase.

La aprensión podía conmigo, pero seguí en pie. Fue en ese momento cuando di las gracias a la “educación” que había recibido como militar hace unos años. Sin eso, jamás hubiese podido dar dos pasos por aquel infierno.

«—Para personas como tú, vuestro punto débil es la mente… Pueden haceros daño físicamente, pero solo os rompería un daño psicológico.»

Cuánta razón tuvo el capitán con aquellas palabras… Tras perder a Shizuka, me encerré en mí mismo, inculpándome todo el rato por su muerte… ¡Si hubiese sido un mejor médico…! Aquello me torturaba, recordarla me torturaba…

¿Qué si hay algún valor en vivir?

No lo creo, Dazai…

Seguí mi cometido de preguntar y de levantar sábanas. Era todo automático. No esperaba ya las respuestas ni llegaba a mirar el cadáver que había destapado. Sé que, si en algún momento encontraba algún indicio de Elise, mi cuerpo pararía su búsqueda y se centraría en eso.

Sé que Toyo me seguía por detrás, esperando el desenlace, fuera el que fuese.

De pronto, mi cuerpo se detuvo.

Había encontrado una pista de Elise.

Mi vista se enfocó en un espacio vacío que se había formado al final del pasillo.

Para ser más precisos, mi vista se enfocó en el brazo de una niña que colgaba de una camilla tapada.

BSD || Ōgai Mori: The Darkest EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora