Capítulo 12: Colapso

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Esto no está bien… ¡ESTO NO ESTÁ BIEN!

Esta frase resonaba en su cabeza mientras curaba el brazo de un soldado. Era el décimo.

—¡Más rápido, chaval! ¡Que se nos mueren los demás! —gritaba el teniente, viendo la parsimonia de Mori.

El soldado dio las gracias a Mori con una sonrisa débil. Se giró y observó al siguiente soldado. Procedió a sanarlo.

Examinar, curar y atender a otro.

Examinar, curar y atender a otro.

Examinar, curar y atender a otro.

Y, así, sucesivamente… 

Tras una treintena de curas, Mori cayó en la cuenta de algo: su cuerpo se estaba moviendo solo. Su mente no controlaba ya sus acciones. Se había vuelto todo muy automático. Recordó lo que le dijo el capitán: “tu debilidad es tu mente”.

—Señor, me hace daño.

Observó por primera vez al herido al que estaba atendiendo: un chico más joven que él, con el brazo colgando.

—Lo siento…

—He oído hablar de usted. El médico que obra milagros. No cambie nunca, por favor…

¿”El médico que obra milagros”? ¡No me hagas reír! Simplemente los cura para que vuelvan a morir… ¿Qué hay de “milagro” en eso? Si no fuese por él, la mayoría ya estaría en casa o muertos… No sufrirían más.

Cuando se acabó el trabajo, el teniente dio la enhorabuena a todos los médicos y mandó a Mori a su despacho. El joven casi no podía sostenerse en pie del agotamiento: más de 7 horas pasan factura a cualquiera.

—Voy a darte un consejo, chaval: si sigues así, terminarás rompiéndote.

—¿Rompiéndome, señor?

—He presenciado a muchos médicos de tu misma talla caer en la locura por intentar salvar a cada soldado lo mejor que puede. No desearía verte así, así que escucha atentamente…

Se acercó a él y le colocó una mano en el hombro:

—Eres un chico muy listo, así que lo entenderás a la primera. Aquí no vale con sanar perfectamente, sino sanar al mayor número de soldados posibles. Como si debes amputarle el brazo a aquel chico, me da igual. Tu parsimonia nos ha costado múltiples muertos.

—Ese soldado podía seguir teniendo el brazo si se le curaba en condiciones, señor.

—¿A costa de la vida de varios militares? Mira, te enseñaré el truco para salir de esta: quien salve más vidas, gana.

No supo que le repugnó más: si el hecho de tratar las vidas de las personas como meros juguetes o el olor nauseabundo del aliento del teniente.

—¿De qué está usted hablando?

—Lo que has oído.

—Está tratando la vida de los humanos como un juguete… Como un arma de usar y tirar… ¡Son vidas!

—¡Y esto es una maldita guerra! ¡Gana el que más fuerza tenga, el bando donde más soldados aguanten!

—¡Habla usted de soldados mutilados! ¡Personas a las que les corta un brazo por el mero hecho de estar roto!

El teniente le cogió de la pechera y clavó su mirada en él.

—Mientras puedan seguir luchando, mientras les quede vida, me da igual como si solo tienen 3 dedos o un brazo. Hay que ganar esta guerra y vosotros os encargaréis de que así sea: sanando a cada soldado herido.

—Habla como si los soldados fuesen todos iguales. No es tan sencillo.

Con asco, el teniente le empujó. 

—No es porque te lo diga yo. Puedes hacer lo que te da la gana. Pero terminarás dándote cuenta de que esta es la solución más lógica.

Mori enmudeció al escuchar aquello. No porque lo dijese el teniente, sino porque eso mismo había pensado él… ¿Tanto le había deshumanizado aquellos 4 meses la guerra? No, todavía no…

Los días seguían pasando y nuevas oleadas de heridos llegaban. Había que curarles, tenía que evitar cualquier muerte…

—¡Me duele! ¡Mátame, por favor!

—No puedo… Lo siento…

Los soldados empezaban ya a implorarle que le matasen. Pero él hacía oídos sordos a aquellas súplicas. Él era médico y debía salvar vidas… Solo debía hacer eso. Era horrible… Todo era horrible… Incluso él mismo se sentía horrible, deformado… ¿No era él quien descubriría los entresijos de la naturaleza humana? ¿No era él quien escogió ir a la guerra, como si fuese un simple juego? ¿No era él quien se fascinaba ante el pensamiento de tener la vida humana entre sus manos? ¿No era él quien se creía un dios?

Más bombardeos, más heridos, más muertos… Ya no observaba a nadie, ya no hablaba con nadie. Solo curaba… Llegó un momento que dejó de escuchar los gritos de agonía de los soldados... Llegó un momento en el que su propia mente se quedó en blanco... Llegó un momento donde empezó a jugar  con “quien salve más vidas gana”... Llegó ese preciso instante donde su voluntad se rompió.

El sonido le despertó. ¿Qué estaba haciendo? Acababa de curar humanos como quien cuida de una planta. El bisturí cayó al suelo.Todo su cuerpo temblaba. El peso de la vida de aquellas personas le ahogaba, no podía respirar. ¿Vida? Ah, sí… Aquello que él quería llegar a entender. Cayó en la cuenta: el teniente no era el responsable de aquel comportamiento… ¿Quién fue el que dijo que quería descubrir la naturaleza humana? ¿Quién dijo que quería entender la esencia de la vida? ¿Quién fue el que se sentía como un dios? ¿Quién fue el que le apasionaba sentir la vida de las personas entre sus dedos? ¿Quién decidió que debían vivir o morir aquellas personas? 

¿Quién consificó y quitó todo el significado a la vida humana desde el primer momento?

Fuiste tú…

Mori alzó la vista siguiendo aquella voz. No había soldados, no había camillas, no había nada… Simplemente, delante de él, una niña le señalaba mientras le repetía aquella frase una y otra vez…

Fuiste tú…

Fuiste tú…

Fuiste tú…

Su propia mente colapsó… Al tiempo que él también se derrumbaba, escuchando únicamente como sonido de fondo la voz acusadora de aquella niña…

Fuiste tú…

BSD || Ōgai Mori: The Darkest EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora