Los terrores nocturnos eran increíbles… Me veía a mí mismo, curando a unos soldados y, de pronto, les cortaba la yugular con el bisturí… Poco a poco, mi bata blanca se volvía roja como la sangre, para pasar a ser negra…
Los gritos siempre avisaban a Shizuka de mis despertares y venía corriendo a calmarme. Más de una vez, me aconsejó la idea de ir a ver a un psicólogo…
—No estoy loco.
—Yo no he dicho que estés loco. Solo digo que necesitas ayuda… Hablar con alguien más sobre esto, con un experto.
No consiguió convencerme.
Durante las comidas se producía una especie de tira y afloja entre ella y yo, sobre todo cuando empezó a cambiarme las sopas por algo más sólido.
—¡Mírate! ¡Estás en los huesos! Debes comer algo sólido.
—No tengo hambre.
Pero ahí me lo plantaba: el típico plato de sushi que tanto me gustaba. Qué bien sabía convencerme… Sin embargo, al primer trozo en la boca, el sabor a pescado crudo me revolvió el estómago y lo eché todo en el tatami.
—Lo siento… Es que en el frente nos daban comida cruda…
Pero ella no se enfadaba. Me ayudaba a limpiarme y me hacía la sopa que estuve tomando todos los días.
♦♦♦
Tras varias semanas intentando sacarme adelante entre esas cuatro paredes, decidió que ya era el momento de salir a dar un paseo. Me abrigó con todo lo que había por la casa (bufanda y guantes también) y me prestó un bastón que había comprado en la farmacia para mí mientras yo estaba dormido.
Hasta el parque no dejé de protestar.
—Hace frío.
—Vas abrigado.
—Estoy cansado.
—Eso es de no moverte.
—Quiero sentarme.
—Aún no.
—Este bastón es de viejos.
—Mi padre tiene uno igual.
La observé algo desconcertado, sin saber qué responder…
—Es mentira.
—Ahh…
Nunca me dí cuenta, hasta ahora, de la infinita paciencia que tuvo conmigo. Creo que de ella aprendí a soportar a cierto niño en un futuro no muy lejano.
Por fin, me dejó sentarme en un banco del parque. Creo que fue mi palidez lo que la incitó a aceptar mi petición (una de las muchas). Ella, en cambio, se acercó al lago a dar de comer a unos patos. Observaba cómo colocaba unas pocas migas de pan en la palma de su mano y se agachaba, con mucho cuidado a causa de su estado, para dárselas a los patos. Cuando notaba que el pato se comía las migas, ella sonreía. Creo que así me veía a mí: como un pato al que debía alimentar.
Cuando terminó, se sentó a mi lado, algo feliz al presenciar mi media sonrisa.
—Por fin sonríes un poco.
—Es por una comparación un poco tonta.
—¿Cuál?
—Tú me das de comer como si fuese un pato.
Me miró con aquellos mismos ojos que ponía siempre cuando intentaba encontrar una explicación a mis palabras y luego se rió.
—Pues pinta de pato tienes.
Siempre conseguía sorprenderme con sus respuestas. Ella era tan perfecta… Y eso me dolía. Me aterraba quedarme solo, pero estar con ella y presenciar cómo me había dejado de lado por otro en casi dos días después de irme, me dolía mucho. Llegué a notar que sufría estando con ella. Son las cosas que más amamos las que más nos lastiman…
—¿Qué piensas?
Shizuka había aprendido a leer mis silencios.
—Ni siquiera yo lo sé… Es raro.
—Intenta explicármelo.
¿Cómo podía decirle que su presencia me hacía daño después de todo lo que estaba haciendo por mí? ¿Cómo podía decirle que me sentía sumamente traicionado por ella?
Fuiste tú…
Otra vez, aquella frase resonó en mi mente. Puede que yo fuese el único que pensase que ella y yo podríamos haber tenido un futuro juntos… Yo fui quién escogió irse a la guerra. Yo fui quien la desoyó. Yo fui quién la dejó sola.
Ella no tenía la culpa de nada.
Fuiste tú…
Exacto. Todo era culpa mía.
—Me alegro… De que vayas a ser madre…
No conseguía decir nada más… Ahora, ya no la odiaba a ella…
Me odiaba a mí mismo.
—Fue inesperado —me respondió mientras se pasaba la mano por el vientre.
—Supongo… Que estaréis contentos.
Ella me miró sorprendida.
—¿Perdón?
—Toyo y tú, digo.
Ella seguía mirándome extrañada y empecé a darme cuenta de que había metido la pata.
—Lo siento si te ha molestado…
—¿Molestarme el qué?
—El que te felicitase… A lo mejor no…
—¡No! ¡No! ¡Estoy muy contenta! ¡En serio! Solo que… No es de Toyo.
Genial. Me engaña a mí y encima también a Toyo.
—Estas horas de la tarde en enero hace mucho frío para que andes por la calle. Creo que deberías volver a casa —comenté mientras tomaba mi bastón.
—¿Adónde vas?
—Estoy cansado. Quiero dormir.
—¡Espera! ¡Tengo que acompañarte!
—No hace falta.
—¡Insisto!
Y, otra vez, esa rabia resurgiendo de mi interior. No pude controlarla…
—¡No hace falta, ¿entiendes?! ¡Vete a tu casa! ¡Seguramente, tu marido estará muy preocupado por ti, ¿no crees?!
Ella me miró asustada. Creo que no se esperaba esa reacción mía.
No le di tiempo a responder. Me giré sobre mis talones y marché hacia mi piso sin apenas escucharla.
♦♦♦
Antes me encantaba llegar a mi piso tras un día de trabajo. El silencio era acogedor a la hora de leer y sumergirme en mis pensamientos. Ahora, cierro la puerta y veo ante mí una celda oscura, fría, donde el silencio me permite oír los gritos de los soldados pidiendo auxilio a un pobre médico que no tiene ningún derecho en decidir quiénes deben vivir y quiénes no…
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BSD || Ōgai Mori: The Darkest Era
Fanfic"Hay una historia detrás de cada persona. Hay una razón de por qué son lo que son. No es tan solo porque ellos lo quieren. Algo en el pasado los ha hecho así y algunas veces es imposible cambiarlos." (Sigmund Freud) Esta es la historia del pasado ja...