Capítulo 6: ¿Eres feliz?

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Los días pasaban sin pena ni gloria. Durante aquel tiempo, Ōgai se paseaba por los pasillos del hospital con una sonrisa de oreja a oreja, incluso iba a examinar personalmente a los pacientes. Tan rara era su conducta que, incluso el director, mandó que se le practicara una prueba de drogas (dio negativo, por supuesto). En cuanto a intervenciones, últimamente solo Toyo y yo las hacíamos: Ōgai había despreocupado un poco este tema…

En el bar, ese día, solo nos hallabamos nosotros dos: dos amigos de la infancia brindando por otra intervención exitosa.

—¡Debería haber estado el imbécil de Ōgai! He estado increíble, ¿no crees, Shizu?

Pero yo estaba con la cabeza en otro sitio. Hace tiempo que casi no hablábamos con Ōgai, como si un muro se hubiese interpuesto entre nosotros.

—¿Te ocurre algo? —me preguntó Toyo, acercando su cara a la mía.

Salté del susto.

—¡Perdón! Estaba con la cabeza en otro sitio… ¿Qué decías?

—Nada… Simplemente que hoy hemos estado increíbles los dos. Ambos… —hizo una pausa algo nervioso— hacemos un buena pareja.

—¿Pareja?

Creo que si hubiese tenido la oportunidad, Toyo se hubiera cortado la yugular con su propio bisturí.

—¡EQUIPO! ¡Quería decir “equipo”! —gritó sonrojado.

Decidí sonreír para hacerle más llevadero aquel mal trago.

—Eres una jefa… Estupenda —dijo, aún temblándole la voz.

—Ōgai me enseñó que un jefe nunca debe titubear para que sus subordinados no se sientan confusos.

—Siempre él…

—¿Perdón?

—¡Nada, nada! ¡Cosas mías! —y se echó a reír nerviosamente.

A pesar de esa risa, conocía a Toyo como la palma de mi mano. Claro que me había dado cuenta de que él está enamorado de mí y, por aquel entonces, pensé que yo también estaba enamorada de él… También me daba cuenta de lo incómodo que se ponía cuando hablaba sobre Ōgai o cuando trabajábamos los tres juntos… Se podría decir que aquel era el famoso sexto sentido femenino.

—Por cierto, ¿tienes algo que hacer hoy? —me preguntó para cambiar de tema—. He pensado que podríamos alquilar una película y verla en mi casa… ¡Si tú quieres, claro está!

Decidí aceptar para olvidarme un poco del asunto que nos envolvía a todos los japoneses, pero sobre todo a nosotros tres: la guerra que se avecinaba a pasos agigantados…




Un buen día, encontré a Ōgai en su escritorio con miles de libros por la mesa y por los suelos. Estaba dormido sobre uno que hablaba sobre la teoría de la evolución de Darwin. Era la primera vez que le veía con aquella cara tranquila… Cogí su bata y se la puse por los hombros. Me di cuenta de que un hilillo de saliva salía de su boca mientras roncaba y me reí. De pronto, abrió los ojos, y me miró medio adormilado:

—Doctora… ¿Qué hace aquí?

—Eso debería preguntarte yo a ti. ¿Cuántos días llevas aquí, confinado?

—Humm… ¿Dos meses? —respondió mientras se rascaba el ojo.

—¡¿Y te parecerá normal, no?!

—Es que no hay nada que despierte mi curiosidad ahí fuera —sonrió como un niño.

Me di cuenta de que poseía aquella barba corta, típica de la que no se afeita durante un tiempo. Además, su cabellera negra era ahora una media melena descuidada.

—Soy tu jefa, ¿verdad, Ogai?

—Correcto.

—¡Pues te ordeno que te marches a casa y te arregles! ¡Esta noche te vienes al bar con nosotros!

Su cara de estupefacción como cuando mandas a un niño a dormir tras ver mucho la tele, me avisó de las protestas que vendrían ahora, así que, fui más rápida que él y no le dejé.

—¡Además, en tu casa estarán muy preocupados!

—En mi casa no me espera nadie —respondió malhumorado mientras se colocaba la bata y se estiraba.

—¿Cómo que no? ¿Y tu familia?

—Soy huérfano, ¿lo recuerda? Y la familia que me adoptó se ha quedado en Alemania.

—¿Y tu pareja?

Dejó de estirarse y me miró como un niño que no entiende lo que se le dice desde su silla.

—¿Es obligatorio?

—¿Cómo dices?

—¿Es obligatorio tener pareja?

Hacía mucho que no hablaba con Ōgai, así que había perdido práctica hacia sus preguntas filosóficas.

—Bueno… Todo el mundo tiene una.

—¿Incluso usted?

—¡NO PUEDES PREGUNTAR ESO A UNA SEÑORITA COMO YO!

El grito debió ser de magnitudes increíbles, ya que se asomó medio departamento médico (además de una anciana con su andador).

—¿Y qué si tengo? —le susurré sonrojada.

—¿Toyo? —movió la cabeza a un lado.

Sé que se estaba comportando como un niño pequeño para sacarme de quicio.

—¡Sí! ¿Y qué?

—Nada, nada —movió las manos, quitando importancia.

—¡Tú no eres quién para decidir si debemos estar juntos o no!

—Entonces, ¿estás contenta?

Maldigo a Ōgai y toda su mente poseída por todos los filósofos.

—Pues claro.

—Pues eso es lo importante. O eso es lo que dicen, por lo menos.

Él se había dado cuenta que había conseguido lo que quería: hacerme dudar. Pero, ¿por qué dudaba? Toyo y yo nos conocíamos desde niños… Éramos amigos de toda la vida… Entonces, ¿a qué venían aquellas dudas? ¿Y por qué delante de él?

—¿Y tú eres feliz viviendo solo? —pregunté, intentando cambiar de tema.

—Si no es obligatorio… ¿Por qué debería tener pareja?

—Entonces, ¿estás contento?

Me parece que no le gustó mucho que jugase a su mismo juego. Me lanzó una mirada de esas que congela hasta el alma. Esperaba algún grito o amenaza, pero Ōgai era una caja de sorpresas:

—No sabría qué decirte. Yo no me conozco tan bien como debería.

No me dio tiempo a decir nada. Ōgai tomó su abrigo y se marchó por la puerta. Al rato, me llegó un mensaje suyo, preguntándome dónde estaba el bar… Tanto tiempo había estado encerrado aquí que se había olvidado hasta de su ubicación.

Mientras recogía los libros, una hoja cayó al suelo. La recogí y pudo leer en ella este fragmento de alguna novela:

“Mi corazón se comportaba como las hojas del árbol de la seda, que se encogen y rehúyen cuando se las toca.”

Conozco el extraño hábito de Ogai de copiar frases que le llamaban la atención, pero aquella jamás se me borrará, sobre todo por el nombre del autor…



Faltaba apenas tres horas para el momento en el que nuestras vidas cambiarían para siempre…

“Mi corazón se comportaba como las hojas del árbol de la seda, que se encogen y rehúyen cuando se las toca: tan inseguro de mí mismo como como una tímida doncella.”

-Mori Ōgai-

BSD || Ōgai Mori: The Darkest EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora