Capítulo 10: La "educación" militar

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“Antes de marcharme de Japón, estaba convencido de que era un hombre de talento: creía firmemente en mis capacidades y en mi resistencia. Sí. Pero incluso ese sentimiento se demostró pasajero. En el barco que me llevaba lejos, yo me consideraba un héroe, hasta que dejamos atrás el puerto de Yokohama. Justo después, cuando la visión de la ciudad se desvanecía en la lejanía, rompí a llorar sin poder hacer nada por evitarlo.”

-Mori Ogai-

Tras leer aquel pasaje de la novela, cerró el libro y observó el horizonte desde el barco que le llevaba rumbo al frente. 

Qué coincidencia más extraña… Esa frase podría haberla escrito él mismo.

Cierta inseguridad, seguramente creada por la esencia de la muerte que ya se sentía, parecía hacerle dudar de su decisión. Pero ya estaba todo decidido: había tomado el barco y ya no había marcha atrás. Aquel barco era el fiel reflejo de la barca de Caronte, llevando a las almas al inframundo. Porque a eso era a lo que iban todos ellos: a morir.

—¿Eres escritor? —se acercó uno de los jóvenes que iban con él en el barco.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque siempre estás leyendo esa novela y tomando apuntes.

—La verdad es que este autor me gusta mucho… Y no, yo no tengo madera de escritor. Solo soy un simple médico —contestó al joven sonriendo.

—Entonces, es una pena.

Tras dirigirle una sonrisa triste, el joven marchó a otro lado, dejando a Mori algo confundido. Un marine, que parecía intuir la confusión del médico, se acercó a él.

—Todos los de este barco piensan de esa forma, ¿sabe? Solo piensan en lo cruenta que puede ser la guerra. Sobre todo, para los médicos.

—¿Por qué para nosotros más?

—Muy sencillo: en la guerra, vosotros sois los que decidís quienes deben vivir o morir. Es demasiada carga en vuestras manos. Muchos han terminado destrozados psicológicamente.

El marine se dio cuenta de la mirada ausente del joven.

—¡Pero no se preocupe! Puede que usted sea uno de los pocos que aguanta.

—¿Dice que tendré la vida de las personas entre mis manos? —preguntó sin levantar la vista.

—Eso quería decir, más o menos…

Mori esbozó una sonrisa. Decidir quién vive y quién no… Ser dueño de la vida de todos los soldados… ¡Ser un dios! Ya no le cabía ninguna duda: allí hallaría la esencia del ser humano. El horror y la muerte le abrirán paso hacia la naturaleza humana.

Cuando le preguntaban la razón de su alistamiento, todos pensaban que se trataba de un pobre friki que se había perdido o había tomado el barco equivocado. Tras atracar en el puerto, uno de los soldados se despidió de él:

—Ha sido grato hablar con usted. Espero que vuelva a hablar con su yo de este momento.

Aquella frase quedó grabada a fuego en su mente… Descubrió su significado cuando ya era demasiado tarde: “la guerra cambia a las personas”.

No había nada nuevo que aprender: todo tipo de curas y operaciones las manejaba perfectamente. Otro cantar fueron las pruebas físicas: levantarse a las 6 y empezar a correr. Hacer flexiones, saltar, carrera de obstáculos… ¡Ni que fuera él a matar! Simplemente curaba a los soldados, no cogía un fusil ni nada por el estilo. Para más inri, el capitán del escuadrón médico parecía familiar lejano del director del hospital donde trabajaba y profesaba el mismo amor que este tenía por él: nulo.

—¡Mori! ¡Deja de holgazanear y corre!

—Capitán, con el debido respeto, no creo que le vende la mano a un soldado mientras corro.

El capitán se había aprendido de memoria el carácter de Mori, y no dudaba ni un segundo en castigarlo…

—¿Me ha llamado, capitán? —preguntó, tras entrar en el despacho.

—Siéntate.

Mori hizo caso a la orden y se sentó en una de las sillas.

—Verás, soldado… —comenzó hablando el director mientras se acercaba a la chimenea—, aquí hay unas reglas que hay que cumplir estrictamente. No sé cómo sería en tu hospital, pero aquí se hace caso al superior, ¿entendido?

Para sorpresa del médico, el capitán tomó entre sus manos la vara incandescente para azuzar el fuego.

—Por lo que se ve, hay que educarte y mis métodos son algo suaves para alguien como tú —siguió comentando mientras se acercaba a él con vara en mano—. Hay que ser más estricto contigo.

—No me diga que así es cómo lava el cerebro a sus hombres, capitán.

—Ellos son más fáciles de educar que tú, soldado. Remángate.

Desafiante, Mori se remangó y le plantó el antebrazo con firmeza. Puede que más tarde se arrepintiese de ese comportamiento altanero, pero en esos momentos solo estaba pendiente en gritar… Lo que el capitán llamaba “educación” era sinónimo de “tortura”...

BSD || Ōgai Mori: The Darkest EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora