Capítulo 36: Muerto por dentro

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—Que el Señor recoja en su seno a esta pobre y dulce niña.

Tras decir esto, el ataúd con los restos de la niña fue enterrado en el mismo lugar que los de su madre. El funeral fue lento, doloroso… Como si quisiese recordarme que fallé tanto como de marido como de padre.

—Debería ir a hablar con él… —dijo en cierto momento Toyo.

—No creo que sea el momento —le detuvo el director del hospital.

Es extraño cómo la gente te quiere cuando van a un funeral…

Los presentes empezaron a marcharse, incluso la señora Shige (quien acudió al funeral a pesar de sus heridas en silla de ruedas) me dio un abrazo y regresó al hospital.

Yo me quedé observando la lápida, donde ahora rezaban tanto el nombre de mi mujer como el de mi hija… El de las dos mujeres a las que más amé.

Estaba abatido, desconsolado… No recuerdo nada de los dos últimos días. Ya no tengo fuerzas para nada… Las lágrimas se me han secado y estoy completamente afónico.

Toyo se acercó en ese momento, cuando solo quedábamos nosotros dos.

—Ha sido un gran gesto enterrarlas juntas.

—Elise deseaba estar con su madre… Era lo mínimo que podía hacer…

Permanecimos en silencio, observando la lápida.

—¿Qué es lo que debo hacer ahora, Toyo? Cualquier cosa que haga, sé que será una tortura…

Toyo apoyó su mano en mi hombro.

—Yo estoy igual de devastado que tú. Amaba a Shizuka, quería a Elise… Érais como una familia para mí… Cualquier cosa que necesites, dímelo. Te ayudaré.

Me quedé pensativo, pensando en aquellas palabras omnipresentes en todo funeral.

—No puedes ayudarme, Toyo…

—Claro que puedo, Ōgai. Somos amigos.

—Está bien… Entonces… Trae de vuelta a Elise.

Lo había dicho en serio.

Daría mi alma al diablo si consiguiese resucitar de alguna forma a Elise.

—Eso es imposible, Ōgai… Sabes que lo es…

Toyo se separó de mí y se marchó del lugar, seguramente a beber algo para olvidarse de todo esto.

Pero, ¿qué podía hacer yo?




La tarde de aquel día fue lluviosa.

Había regresado a mi antiguo piso tras quedarme sin el apartamento que habíamos comprado Shizuka y yo. No podía estar quieto. Cualquier cosa que hiciese, me llevaba a recordar a Elise…

Intenté evadirme de todo leyendo los libros que me gustaban, pero mis ojos no enfocaban.

Intenté cocinar mi comida favorita (un bol de chazuke), pero lo tiré todo por el suelo recordando las risas durante las cenas.

Me senté en el suelo y me cubrí la cabeza con los brazos mientras las lágrimas volvían a surgir de mis ojos.

Estaba destrozado.

Estaba bloqueado.

Estaba siendo torturado por esta vida.

Llegué a la conclusión más plausible:


era un muerto viviente.


Estaba muerto por dentro.


Tomé mi gabardina negra y salí a la calle.

La noche ya había caído. La gente corría a refugiarse en sus casas ante la tormenta que arreciaba. A mí no me preocupaba mojarme. Ya todo me daba igual.

Llegué al cementerio y me coloqué ante la tumba de Shizuka y de Elise. Toda la ropa me goteaba. La lluvia me hacía daño por la fuerza con la que caía.

Saqué de mi bolsillo el estuche de bisturís que Shizuka me regaló en Navidad un año.

«—Con estos bisturís, harás historia.»

Saqué uno y lo observé durante unos momentos.

Es cierto que ha habido personas que han hecho historia tras su muerte, pero no creo que yo sea uno de ellos.

Sin ningún tipo de temblor, pasé la hoja por una de mis muñecas, salpicando todo de sangre. Hice lo mismo en la otra mano y me apoyé en la tumba.

Si no podía estar con ellas en vida, estaría con ellas en la muerte. A fin de cuentas… ¿Qué me queda en esta vida?

Me sentí gradualmente cansado de la vida, agotado de mí mismo. Una angustia desgarradora me atenazó. Ahora, los remordimientos se han asentado en las profundidades de mi corazón y se han transformado en simples sombras.

El charco que se había formado ayudaba a que mi sangre no coagulara. Estaba tumbado sobre un charco de sangre, en aquella tumba y bajo aquella tormenta que nunca acabaría…

Empecé a perder el conocimiento. Intentaba mantener los ojos abiertos y, en un momento cuando los abrí, me pareció ver algo que creí que fue fruto de mis delirios…

Bajo un árbol, se hallaba mirándome una niña idéntica a Elise…

Con un gato anaranjado en sus brazos.



«Me sentí gradualmente cansado de la vida, agotado de mí mismo. Una angustia desgarradora me atenazó. Ahora, los remordimientos se han asentado en las profundidades de mi corazón y se han transformado en simples sombras.»


—Mori Ōgai—


BSD || Ōgai Mori: The Darkest EraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora