Capítulo 6

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Mis ojos se abrieron y se quedaron mirando fijamente ese letrero con esa imagen de un animatrónico elefante amarillo con un micrófono en la pata

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Mis ojos se abrieron y se quedaron mirando fijamente ese letrero con esa imagen de un animatrónico elefante amarillo con un micrófono en la pata. No podía creerlo creerlo. No tenía aliento. Me faltaba el aire. Mi corazón me latía tan rápido como para perforarme el pecho. Temblaba desde el endoesqueleto. ¿Acaso había una bacteria que me dañaba al respirarla? ¿Era eso? No: ¡me iban a echar! Y no podía hacer nada para impedirlo, porque ¿cómo le hacía?, ¿golpearlos y decirles que no me toquen?, ¿suplicar por mi estancia? Me creerían averiado y me apagarían. Ser apagado es un destino que no quería volver a vivir: aún no olvidaba hacía años que me había desmayado en una fábrica y había aparecido aquí. El traslado era imprescindible, pero todavía necesitaba, sin embargo, comer y moverme.

   Antes de que pudiera descompensarse en la entrada, me eché a correr de vuelta a mi cuarto. Azoté la puerta, coloqué todo mi cuerpo contra ella como encubriéndola de alguien que amenazaba con destruirla y me tiré en mi cama a llorar. ¡Por que no era justo! Solo por ser un animatrónico, mi opinión quedaba descartada. ¡No era justo! ¡Simplemente no era justo! Y así continué quejándome y llorando con mi cara hundida en mi almohada y mis puños apuñalando al colchón. Escuché, de pronto, que se abrió la puerta del restaurante. ¿Bonnie? Esa era Frog, quien exclamó mi nombre en voz alta. ¡Ya llegamos! ¿Dónde estás, Bonnie? Le siguió la voz de Hippo.

   No podía dejarlos verme como el bebé llorón que se encerró a hacer berrinche.

   —¡Bonnie, acabo de ver el letrero de la entrada! —dijo Frog—. ¿Estás bien?

   Susurraban entre ellos como los humanos criticaban a otro sujeto a sus espaldas. Ya no podía quedarme aquí y seguir llorando, porque mi actitud siempre había sido esa por las malas noticias, ¡e incluso me desmayaba! Pero ya no más. Me levanté de mi cama y abrí la puerta con ternura. Ahí estaban Frog e Hippo sentados en una de las mesas del centro del restaurante. Apenas y distinguí sus rostros gracias a la mortecina luz de una única vela en el centro de su mesa. Tan pronto como notaron mi presencia, se quedaron callados. Frog vino a pararse enfrente de mí.

   —Bonnie, ¿qué pasó? ¿Estás bien?

   —¿Cómo es posible que quieran hacerte esto a ti y al restaurante?

   Les dije que no tenía idea. Lo único que sé es que ya no voy a estar más aquí. Y me encorvé para llorar sobre el diminuto hombro de Frog. Ya, Bonnie, tranquilo, la escuchaba decir de forma dulce detrás de mi oreja. Verás que todo saldrá bien.

   —Todo iba bien. Mi trabajo era perfecto: tenía el mejor restaurante, el mejor cuarto, un púbico que me amaba y que me apreciaba por lo que yo hacía. Y ahora todo se acabó. Debo marcharme de nuevo.

   De reojo vi a Hippo caminando caprichosamente hacia la oficina del gerente.

   —¿Qué haces, Hippo? —le preguntó Frog.

   —Creo que podemos encontrar más detalles acerca de esta repentina noticia en la oficina de esta persona, sólo que está cerrada.

   —No te preocupes —me enderecé—, yo tengo una copia de todas las llaves del local. Están en mi cuarto, colgadas arriba del mueble de la izquierda de mi cama.

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