Capítulo 3

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-POV Patricia-

—¿Sabés que vas a ponerte?—Sandra se sienta en mi cama y me mira ladeando la  cabeza—, después del papelón que hiciste con el hijo no podés ir así nomás a esa cita.

—No es una cita—pongo los ojos en blanco—, aparte no voy a ver a Oscar ahí.

—Bueno, pero es algo así como una entrevista de trabajo, tenés que ir linda, presentable al menos—y es la verdad. Tengo que cambiarme y sólo faltan veinte minutos para que el chofer de los Mediavilla pase a buscarme, tengo que hacer un milagro para cambiarme tan rápido.

Me levanto y sin pensarlo dos veces voy a buscar algo formal para ponerme. Un vestido blanco, zapatos negros y ya, tampoco es que vaya a un desfile de modas.

—¿Dónde vas tan linda?—mamá entra a la habitación sonriendo con papá de la mano.

—Tiene una cita—habla mi hermana antes de que pueda siquiera abrir la boca.

—¿Una cita?—pregunta papá y Sandra ríe empujándome al baño.

—No es una cita—digo desde adentro mientras Sandra corre a su habitación—, voy a juntarme para hablar con un señor que me ofrece trabajo.

—¿Trabajo?—José se acerca junto con mi madre hasta la puerta después de que Sandra entra corriendo—. Pero vos tenés que estudiar, no andar trabajando—sé que papá no quiere que trabaje. Su sueño es verme salir de la universidad con algún título, pero como ven, nada es como lo planeamos. Siempre algo cambia. En nuestro caso la enfermedad de papá hizo que pasemos de ser los consentidos a los que consienten, no me estoy quejando, porque adoro ver cómo con una barra de chocolate vuelve a ser ese papá que tanto amo. Pero extraño esa sensación de vivir sin miedo, extraño dormir tranquila y no estar al tanto que una de estas noches algo le pase.

— Estás hermosa—mi hermana me gira para que me vea al espejo. Se tomó el trabajo de maquillarme y peinarme rápido, y terminó con el tiempo justo. Río—. Ahora anda a esperar que ese ricachón venga a buscarte.

—Gracias, Sandrita—la abrazo y miro a papá que se va nada contento con la decisión que acabo de tomar, sé que va a ser duro para él, pero no hay de otra. Él más que nadie sabe que necesita mi ayuda tanto como yo la necesité alguna vez

~●~

—¿Y por qué con esa voz usted no está cantando en lugares dignos de su presencia? —interroga Eduardo.

—Porque no tuve la oportunidad—digo sin pensarlo.

—El mundo está lleno de oportunidades, señorita Patricia, quizá usted no sabe por dónde empezar a buscarlas—apoya sus brazos sobre la mesa y se inclina hacia delante mirándome de una forma que... que no sabría como explicarla—. Yo puedo hacer que el mundo caiga a sus pies, puedo hacer que empiece a remontar la fama. Que ya no tenga que estar pidiendo dinero, sino que al verla le pidan que cante. Puedo hacer que escuche su voz en la radio, en las calles, que lo vea en carteles. ¡Yo puedo cumplir sus sueños, Patricia!

Quedo en silencio, lo dice con tanta seguridad que si no tuviera conciencia dejaría que me represente sin siquiera preguntarle cuanto tengo que pagarle al mes. Seguro va a sacarme un ojo de la cara.

Bajo la mirada, no había pensado en eso de pagarle... no tiene sentido que siga aquí sentada haciéndole perder el tiempo. Seguro es un hombre muy ocupado con el que hay que sacar cita para hablar. Se nota que es de clase alta por el tipo de trajes que usa, por ese porte tan poderoso y ni hablar del auto en el que me fue a buscar a casa. Porque no fue como Oscar había dicho y el chofer nunca llegó, sino que en su lugar el gran Eduardo bajó del auto y tocó la puerta de casa.

—Y... yo no sé que decirle, señor. Me encantaría tener todo lo que usted dice, pero...

—Pero nada. Puedo jurarle que voy a hacer de usted una gran figura pública—hace un gesto de grandeza con las manos.

—Se lo promete a todos, no le creas tanto—mierda. De repente ya no me importa lucir lo más educada posible,  el tipo que tengo adelante hace que me ponga tan tensa que no puedo siquiera mantenerle la mirada. Ay Dios esos ojos. Trago saliva y miro a través de la ventana. ¿Será...

—Oscar, ¿qué haces aquí?—escucho la voz de Eduardo y confirmo mi pregunta antes de hacerla. Es su hijo.

—Te llevaste mis llaves, y las necesito ahora—Oscar se ríe y una risa de mujer le hace coro. Zorra. Es lo primero que pienso al observarla. A leguas se ve que es una de esas chicas con la que pasas unas horas y la tiras cuando ya está lo suficientemente usada.

—Tomá—Eduardo le pasa el llavero y Oscar le da otro—. Y no quiero llegar a casa y encontrarme con la escenita de la otra vez, Oscar.

Eduardo lo mira serio, amenazándolo con la mirada y Oscar sonríe sin darle importancia agarrando la mano de su acompañante.

—No va a pasar de nuevo—me mira, sus ojos se oscurecen y frunce el ceño—¿Ella es Patricia?

—Sí—responde secamente su padre.

—No te imaginaba así.

—Claro que no, no es como las minitas que frecuentas—lo ocusa su padre. Él ríe y me agarra la mano para dejar un beso sobre ella.

—Fue un gusto—y como su padre esa vez que lo conocí en la plaza, Oscar se va sin decir nada más, sin esperar una respuesta de mi parte.

Sonrío. Me gustan sus ojos.

—¿Te animás a cantar ahora?

— ¿Ahora?—lo miro sorprendida

—Sí. Mirá, el dueño del local es mi amigo y esto más tarde es un karaoke así que el equipo está. Podés cantar una canción para que te escuchen y veas que sos una grosa.

Miro el escenario y después a él.

—Voy a hacerlo—él me sonríe y lo imito.

Un rato después, el escenario estaba listo.

Es la primera vez que canto sola en un lugar en donde ningún familiar esté presente. Suspiro. Son las nueve y media de la noche y las personas llenaron el lugar. Acomodo el micrófono y siento las primeras notas de la canción advirtiendome para empezar.

Es mi momento...

Más allá de los sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora