Capítulo 28

2 0 0
                                    

-POV Patricia-

Eduardo me abrazó de tal manera que dejé de sentir el sofá. Me había hecho dar vueltas por los aires mientras él reía con toda la felicidad que un abuelo puede tener.

Mamá era un caso aparte, se había largado a llorar y lo que menos hacía era reír, pero cuando Eduardo me bajó y fui a verla me tomó entre sus brazos y también me envolvió con ellos.

Fuerte, muy fuerte. Como cuando era chiquita y me había escapado en el supermercado para ir a ver los caramelos, y cuando me encontró estaba llorando igual que ahora. Sus ojos destilaban tanto cariño hacia a mí que dejé de pensar que estaba en contra de mi embarazo prematuro.

Porque lo era, había quedado embarazada a los diecinueve años, no tenía un trabajo seguro y tampoco había terminado mis estudios. Pero estaba casada, con un hombre que no me amaba, pero al fin casada, y tenía una casa, de los shows podía sacar más plata que lo poco que ganaba mamá en su trabajo y estaba segura que podría mantener una familia así.

Olga me hizo llorar, su alegría por esta lucecita se veía a lo lejos. Si ella era feliz yo aún más. Y ahora no me sentía tan insegura como me sentía antes de contárselo.

Definitivamente me saqué un peso de encima. Ahora tenía apoyo, no estaba sola en esa lucha. Ya no éramos solo nosotros dos...

Eduardo nos invitó a celebrar la llegada del nuevo bebé esa noche. El primer nieto de ambos.

Yo era feliz. Olga era feliz, mi papá también lo estuvo cuando se lo conté dos días después.

Obviamente Oscar no sabía nada, y pedí por favor que ellos no se lo contasen, porque todavía no estaba preparada para eso.

Aún creo que Eduardo era el más feliz de los cuatro. Gastó un dineral en mi lucecita. Compró todo lo que una madre puede querer para su bebé en tan solo casi tres meses y compartí con él ese tiempo. Había ido cada semana a casa y me sacaba un día para elegir un nuevo mobiliario.

La cunita fue lo primero y de lo que más me enamoré. Porque a esa no la compramos. Eduardo me la regaló

―Fue de Oscar―Había dicho acariciándola. Estábamos en la casa donde Oscar había crecido. Donde compartió su vida con Marta, su mamá. Donde dejó encerrado a ese niño feliz que ya no existía en su corazón de hielo.
Todavía se podía sentir a ese Oscar aquí, la casa tenía una energía tan linda que era reconfortante. Como cuando entras a tu casa en navidad y tu mamá acaba de preparar esa comida que tanto te gusta y toda tu familia está sentada a la mesa riendo entre ellos, siendo felices, con tanta paz en el aire.

Los Mediavilla habían tenido ese tipo de familia. Pero cuando Marta se fue, dejó a la familia sin un pilar y todo se cayó. Un Oscar hecho pedazos y a un Eduardo todavía tratando de sostener lo poco que quedaba entre ellos. Las lágrimas me inundaron por primera vez en el día.

―Marta lo quiso tanto, estaba enamorada de nuestro hijo. Venía cada noche, se paraba aquí y lo miraba dormir―Empezó a contarme en un susurro. Con el alma ida y su mano apretada a esa cuna como si fuera lo único que quedara de su familia―. Le cantaba. Todas las noches. Y yo me quedaba parado en el umbral viendo como mi mujer arrullaba a nuestro heredero, a nuestro pequeño bebé...―su voz se terminó de romper y me dio la espalda para que no lo vea llorar. No supe que hacer en ese momento. Eduardo estaba tan herido que ya no lo soportaba, y lo peor era que no podía con su hijo.
Él se aferró más a la cuna y acomodó sus sábanas que todavía seguían ahí como si Eduardo no quisiera que nada más cambie.

Después se giró y me abrazó para decirme que amaba a mi bebé, su nieto.

―No lo dejes ir, Patricia―Siguió diciendo, pero no entendí a que se refería en ese momento―, él puede parecer un mal hombre. Pero yo conozco a mi hijo. Solo le hace falta ver la luz. Vos sos su camino, no lo dejes, por favor. Él es lo único que me queda, no le tengas miedo...

Y tampoco me atreví a decirle nada, sabía que lo decía por Oscar, pero yo no podía hacer nada.

El día anterior habíamos cumplido tres meses de casados y había hecho todo lo que una mujer enamorada puede hacer por su esposo. Había preparado todo lo que a él le gustaba... hice todo.... Le dije que lo amaba más veces de la cuenta sin recibir una respuesta. Pero no. Nada hizo que se le ablande ese corazón de hielo que tiene.

Lloré esa noche al igual que lo estaba haciendo en el momento que Eduardo me veía como la única esperanza para la vida de su hijo y yo me sentía tan poca cosa porque Oscar me había hecho sentir así esa mañana cuando me dijo que le estorbaba.

Eduardo dijo que íbamos a dejar todas las cosas en la antigua habitación de Oscar hasta que yo se lo dijera a él y así poder llevar todo a nuestra casa.

Una semana después volvió a casa, con esa sonrisa tan linda que Oscar había heredado y con una luz tan linda que no pude evitar sonreír al verlo.

―Estuve pensando―dijo apenas entró a casa―, y llegué a la conclusión de que a mi nieto todavía le faltan un montón de cosas.

―Bueno, sí. Faltan cosas todavía, pero tenemos seis meses a nuestro favor.

Eduardo sonrió y se acercó a mí para tocar mi pancita que cada día crecía un poquito más. Después se agachó y me besó el vientre.

―No importa, quiero que mi nieto lo tenga todo. Desde un par de escarpines hasta una casa en el caribe―Yo reí ante sus ocurrencias y acaricié mi pancita―. Supongo que podemos empezar por los escarpines.

Entonces se levantó y me entregó una bolsa que no se la había visto al llegar.

―Don Eduardo...―dije abrazando la bolsita y mirándolo con todas las lágrimas en los ojos que me atacaron al ver otro acto de amor de ese señor que se había convertido en mi segundo padre. Él rió algo nervioso y señaló la bolsa.

―Los hice yo―Al momento no le creí, pero cuando los saqué y vi que uno era más grande que el otro y que algunos puntos no estaban bien hechos, me reí todavía más y lo abracé―. Fui a un curso esta última semana para poder hacerlos, a Marta le hubiera encantado ser la primera de las dos abuelas en regalarle eso a n...
Y en ese momento pasó algo que nunca voy a olvidar...

Sus ojos se abrieron como si se hubiera sorprendido y llevó su mano a su corazón, apretó su camisa con fuerza y después me miró pidiendo ayuda.

Pregunté qué pasaba, me estaba asustando. Mucho. Pero el susurró algo y cayó de rodillas al suelo.

Llevó la mano que tenía en el corazón a mi vientre como entregándoselo a mi bebé y después se desplomó en el suelo como si nunca hubiese tenido vida propia...

Más allá de los sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora