Epílogo

3 0 0
                                    

Las guerras nunca dejan de llegar, quizá una sea más grande que la otra pero al fin y al cabo siguen siendo retos.

La enfermedad de José se había ido, eso no significaba que estaba completamente sano, todavía seguía en rehabilitación, pero ya no sufría.

¿Se dan cuenta lo que empieza una guerra? Y no hablo de esas en las que hay muerte y destrucción, sino en las que hay una guerrera o un guerrero tratando de salir de algo o de superar su soledad. A veces no todo sale mal, a veces... empezaba un amor.

Esa tarde Patricia sostenía en brazos a su bebé y Oscar estaba sentado al lado de ambas. Se encontraban los tres parados en el patio observando como la nieve caía sobre ellos. Lejos de pensar en sí eso hacía mal o no, decidieron abrigarse bien y salir a observar como el cielo caía de a trozos.

La bebé pataleaba en brazos de Patricia, tenía ya 5 meses y estaba llena de vida. Era el mundo de ambos. No había más que ella... ¿o si?

Oscar sin pensarlo dejó de observar como caían los copos y dirigió la mirada a su bebé, a esa cosita que había hecho que su vida cambie de repente y luego miró a Patri. La amaba.

Sí, la amaba con locura y no podía vivir un día más sin hacerle saber lo importante que se había vuelto en su vida. Ella y Marta lo eran todo.

—¿Patricia? —llamó su atención con cautela.

—¿Umm? — Oscar observó como las pestañas de Patricia revoloteaban antes de voltear a verlo y lo hizo sonreír —¿Tengo algo gracioso?

—¿Solo algo? Tenes miles de cosas graciosas—ella arrugó la frente sin comprender —. Por ejemplo cómo tu frente se arruga cuando te sentis desorientada, o cuando te despertas y tenes los rulos por doquier, o como cuando te hartas de consejos mandas a todos a la mierda y haces lo que queres, o cuando prácticas respiración, cuando te queda vómito en el pelo o...

—Entendí —Patricia dejó de mirarlo, no le gustaba escuchar todas esas cosas malas de ella, pero antes de terminar de enojarse Oscar tomó su mejilla y volvió su cara hacia él.

—Pero me encantan, todas esas cosas me parecen graciosas y hacen que me enamore cada día más de vos, porque el vómito te lo ganas por cuidar a mi hija, la respiración lo haces porque te apasiona mejorar en lo que sos buena de nacimiento,  porque... tu frente cuando se arruga me hace pensar en tantas... tantas cosas Patricia —juntó su frente a la de ella—. Dios, te pido perdón por todo. Por... las noches que te hice llorar y por esos días que no estuve cuando me necesitabas... Perdón por darme cuenta recién cuanto es que te quiero y... No llores, tonta.

Oscar secó las lágrimas de Patri y rió junto con ella.

—Vos sos el tonto —volvió a reír entre sollozos—. Un tonto de los grandes.

—Ni me lo recuerdes.

—Pero... te perdono. Porque estos últimos meses me demostraste de una y mil formas que ya no sos el mismo de antes y que...

No iba a dejarla terminar, juntó sus labios a los de ella y los presionó contra los suyos dejando en ese beso todo el amor que le fue posible.

—Al parecer sos bruja —ella levantó las cejas —Una vez... me dijiste que iba a amarte, un "Vas a amarme, lo sé" con aire a diva creída. Y mírame, aquí estoy... rogándote que seas mi esposa otra vez.

—¿Cómo?

Oscar rió y se agachó frente a ella y su hija como testigo, para después sacar una caja con un anillo dentro y abrirla frente a ella.

—Había olvidado esa parte... Patricia Elena, ¿querés casarte conmigo otra vez? Y prometo, te prometo que te voy a hacer la mujer más feliz de la faz de la tierra. A las dos.

Patricia quedó callada. La voz no le salía, pero asintió euforicamente mientras que las lágrimas se le escapaban y Marta seguía jugando entre sus brazos.

—¿Es un si, cariño? —Oscar se levantó y volvió a agarrar sus mejillas. Ella volvió a asentir y él largó una carcajada seguido de gritos de felicidad.

Oscar tenía otra oportunidad y no iba a malgastarla. Eran sus mujeres de las que se trataba esta vez. Y las amaba con locura.

Oscar amó a Patricia, todo el mundo lo sabía. Pero nunca imaginaron que por ella... daría todo. Completa y absolutamente todo. Hasta ese corazón que una vez se había vuelto piedra y que ellas con demasiada dedicación lograron romper. Ahora Patricia tenía la llave y era la única poseedora porque Marta no sabía abrir puertas y ella ya se había instalado por completo, no necesitaba llaves.

Oscar alzó a Marta en brazos y saltó sobre la nieve mientras que Patricia reía a carcajadas. Ese momento quedaría por siempre guardado en su corazón. En lo más profundo, así como alguna vez había guardado esperanzas por Oscar, el que en ese momento era como un niño pequeño otra vez.

Por eso, nunca hay que dejar de pensar que algo puede suceder, aunque se lo vea inalcanzable. Hasta un alma congelada puede amar de formas incalculables.

Fin.

Más allá de los sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora